“Mayor esperanza no podemos tener que la que nos proporciona el buen pensar y obrar, y la fe en las bendiciones que provienen de la fidelidad, el valor, la paciencia y la gracia.” Así escribe Mary Baker Eddy en su obra The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (pág. 209). La libertad que el hombre posee para pensar como se debe, es otorgada por Dios y por tanto es eterna y está siempre presente. Los pensamientos correctos, despejados y sinceros, siempre emanan del Principio divino, y unen la conciencia del hombre con Dios. Los pensamientos correctos tienen poder ilimitado; los pensamientos sinceros arman al hombre con poder para ganar la victoria sobre el mal.
El Maestro no habría podido dar el cristianismo al mundo si sus pensamientos no hubiesen tenido su origen en el Principio. El jamás fué movido por motivos de popularidad, poder o posición social. Tales impulsos no proceden del Principio, sino de la mente mortal, la que el Maestro jamás honró y que en ningún momento formó la base de sus pensamientos. La misión del Maestro consistía en demostrar el Cristo, y todos sus pensamientos fueron impulsados por el deseo de servir a Dios y a su prójimo. Nunca divagó del camino recto de la Verdad. El comprobó que la libertad de pensamiento que Dios le había otorgado, nadie se la podía quitar.
En el cuarto capítulo del Evangelio de San Mateo, se nos dice que cuando Jesús estaba en el desierto “tuvo hambre”, y que el diablo, disfrazando sus erróneas y agresivas sugestiones con un móvil espiritual, tentó al Maestro a que probara que era en verdad hijo de Dios, mandando que las piedras se hicieran panes. El Maestro, sin embargo, se mantuvo firme en su unidad con el Padre y, razonando científicamente, contestó: “Escrito está: No de pan solamente vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”
Después el diablo trató de invertir el pensamiento recto del Maestro con una sugestión muy sutil destinada a destruir al Maestro y sus grandes obras, bajo el pretexto de que con ello demostraría el cuidado protector de Dios. Instándole a que se echara del pináculo del templo para abajo, Satanás le dijo: “Porque está escrito: A sus ángeles dará encargo acerca de ti.” Empero Jesús, aviniéndose al Principio, discernió los motivos traicioneros del mal, y contestó: “También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.”
Por tercera vez el diablo trató de separar del Principio los pensamientos del Maestro, ofreciéndole “todos los reinos del mundo y la gloria de ellos” si, cayendo en tierra, le rindiera homenaje; pero Jesús rechazó la sugestión agresiva de que las posesiones mundanas, la posición social o el poder podrían ayudarle a hacer la obra de Dios, o desviarle de su misión divina. Aferrándose resueltamente a su derecho divino a las ideas del Principio, lo despachó a Satanás, diciendo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solamente servirás.” Entonces el diablo aceptó su derrota, y Dios envió a sus ángeles para que sirvieran a Su Hijo bien amado.
Ni el halago, la traición o las falsas promesas pudieron engañar al Maestro. En su conciencia, siempre aunada con Dios, no había nada que respondiera a las tentaciones del mundo. El sabía que la popularidad jamás puede reemplazar la humildad y la consagración, ni tampoco llevar a cabo las obras que les son propias. En su obra Miscellaneous Writings (pág. 330) Mrs. Eddy dice: “La popularidad —¿qué cosa es? Es un mero mendigante que alardea e implora, y a quien Dios le niega Su caridad.”
Cuando el Maestro sanaba a los enfermos, reclamaba su derecho divino a los pensamientos de la Mente, y así veía al hombre a la semejanza de Dios, espiritual y perfecto, dependiendo de la Mente y no de la materia para su salud.
Al reformar al pecador, Jesús no pensaba desde el punto de vista de la mente mortal, la que acepta que el pecado es cosa real y que el hombre es capaz de pecar. El sabía que el hombre está conscientemente unido con el Principio, con el Alma que no conoce el pecado y que sólo conoce al hombre como la idea impecable de Dios.
Mrs. Eddy no le pudo haber dado al mundo el Consolador prometido por el Maestro si su pensamiento no hubiera estado basado en el Principio. Al igual que el Maestro, ella reclamó su derecho divino a las ideas de la Mente, y se negó a pensar sobre la base de la mente mortal. Su trabajo consistía en revelar el Cristo, la Verdad, y esta gran obra sólo la podía llevar a cabo en tanto que sus pensamientos estuvieran dirigidos por Dios. Ella demostró su capacidad divinamente otorgada para pensar correcta, valerosa y científicamente. Ni el hipnotismo, el mesmerismo o la nigromancia, ni ningún otro poder despótico de la mente carnal pudo desviar los pensamientos de Mrs. Eddy del Principio divino. Cuando las sugestiones del mal quisieron impedir que ella descubriera la acción del mal y las maquinaciones del magnetismo animal, Mrs. Eddy no cedió, pero con “fe en las bendiciones que provienen de la fidelidad, el valor, la paciencia y la gracia” obedeció constantemente los pensamientos de Dios y reveló a la humanidad la acción artera del mal.
Debido a la creencia de que la mente carnal es capaz de dominar la manera de pensar del hombre mortal y que las influencias personales pueden sugestionarle de manera que avenga los pensamientos a una base personal y material, cada cual debiera a menudo preguntarse a sí mismo: “¿Qué es lo que está motivando mis pensamientos, la Mente divina o la mente mortal?” Si es Dios, sus pensamientos serán inspirados, vigilantes y juiciosos, pero si uno se está dejando llevar por influencias personales, entonces sus pensamientos carecerán de inspiración, serán más bien embotados; su progreso hacia el Espíritu se verá obstaculizado, y poca será su habilidad para demostrar el Cristo.
¿Por qué habrá uno de ceder a la sugestión y perder sus derechos legítimos de ser la manifestación individual de la Mente que es Dios? ¿Por qué habrá de permitir que sus pensamientos sean embotados por la influencia, ya sea dominante o persuasiva, de algún ser mortal? ¿Por qué dejar que el orgullo, la ambición, el desaliento o el temor desvíen sus pensamientos? ¿Por qué convertirse en un fraudulento, o engañador — es decir, dejar de pensar — reclamando como los propios, pensamientos que no le pertenecen? Pensadores de esta clase jamás pueden explicar la razón de sus esperanzas, ni resistir la prueba del tiempo.
En su obra Message to The Mother Church for 1900 (pág. 8), Mrs. Eddy señala que Dios obligará a los mortales a desechar los pensamientos que se tomen prestados o que se roben, para que la penuria espiritual de tal persona se descubra. Pero cuando uno aprende que no puede haber progreso espiritual ni gozo verdadero en apropiarse la demostración ajena, entonces puede acudir a la Mente que todo lo sabe y hallar la capacidad que Dios le ha conferido, de percibir y posesionarse de los pensamientos procedentes del Principio.
El correcto estado de pensamiento emana de Dios, obra en presencia de El y lleva a cabo Su plan. Los pensamientos que proceden del Principio vienen revestidos de sabiduría y amor; están armados con el espíritu de Cristo.
¿Por qué dejar que las telarañas de la mente mortal le obscurezcan a uno lo pensamientos? ¿Por qué permitir que la pereza y ociosidad mentales le dominen a uno, obligándole a aceptar la falsa creencia de que es un blanco para los pensamientos materiales de los demás? No sólo los inocentes e ignorantes, sino las personas educadas y cultas y a quienes les son encomendadas grandes responsabilidades, se ven expuestas a la acción oculta de la manipulación mental, a menos que sepan que en realidad no existe más que una sola Mente, Dios, y que entiendan cómo ejercitar el poder que Dios les ha conferido para pensar con claridad, con amor, y científicamente. En el salmo sesenticuatro se nos dice que el malhechor intenta “asaetear a escondidas al perfecto”, pero el que piensa correctamente está rodeado por Amor, envuelto en Amor; y en la presencia del Amor los pensamientos erróneos no pueden entrar.
Nuestros pensamientos se expresan a través de nuestras acciones, y cada individuo es responsable de sus propios pensamientos. Nadie puede pensar por otra persona, pero cada cual puede probar para sí mismo y a sí mismo que el buen pensar y el buen obrar le trae progreso en todo lo que sea bueno. Los resultados seguros del pensamiento y la acción correctos son inmensurables, pues provienen de Dios.
En su obra Miscellaneous Writings (pág. 365), refiriéndose a la Christian Science, Mrs. Eddy dice: “Su genio consiste en pensar y obrar correctamente, en la armonía tanto física como moral; y el secreto de su éxito está en que satisface la necesidad universal de mejor salud y mejores hombres.” Que cada uno, bajo la dirección de Dios, piense para sí, obre para sí, y alcance para sí “la fe en las bendiciones que provienen de la fidelidad, el valor, la paciencia y la gracia.”
