¡Que inmensos tesoros se pueden encontrar en las cartas que Pablo escribió a los primeros cristianos! Estas perlas de gran precio no son siempre fácilmente percibidas por el precipitado lector del Nuevo Testamento; en verdad algunos de los que leen las Escrituras sin detenerse a meditar sobre sus más profundos y escondidos significados podrían quejarse de que muchos de estos tesoros quedan sumergidos en un torrente de palabras. Por ejemplo, en el primer capítulo de su segunda epístola a Timoteo, se han necesitado cuatro versos para completar una de sus oraciones, y si uno no continuase leyendo toda la oración, podría pasar por alto la declaración hecha en el tercer verso y la cual contiene una de las más preciosas promesas hechas en toda la doctrina cristiana.
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