¡Que inmensos tesoros se pueden encontrar en las cartas que Pablo escribió a los primeros cristianos! Estas perlas de gran precio no son siempre fácilmente percibidas por el precipitado lector del Nuevo Testamento; en verdad algunos de los que leen las Escrituras sin detenerse a meditar sobre sus más profundos y escondidos significados podrían quejarse de que muchos de estos tesoros quedan sumergidos en un torrente de palabras. Por ejemplo, en el primer capítulo de su segunda epístola a Timoteo, se han necesitado cuatro versos para completar una de sus oraciones, y si uno no continuase leyendo toda la oración, podría pasar por alto la declaración hecha en el tercer verso y la cual contiene una de las más preciosas promesas hechas en toda la doctrina cristiana. Hablando de Cristo Jesús, Pablo se refiere a él como el que “ha abolido la muerte, y ha sacado a luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio.”
Si a todo cristiano se le hiciera esta pregunta: “¿ Cree usted que nuestro Señor abolió realmente la muerte?” ¿cuántos estarían dispuestos a declarar inequivocadamente que el Maestro realmente abolió el tal llamado último enemigo? Algunos dirían honestamente que estaban convencidos de que Jesús abolió la muerte para sí mismo; pero ¿cuántos creen que la abolió también para los demás? Sin embargo, tenemos el relato bíblico que nos refiere que él no solamente abolió la muerte pero “ha sacado a luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio.”
Qué glorioso credo de la fe cristiana es este: el que un cristiano al aceptar a Cristo Jesús como el Mostrador del camino, repudia la creencia de la muerte. Cuando Cristo Jesús permitió a los hombres que tomaran todas las medidas para matarle; cuando aparentemente desde todo punto de vista humano su sentido mortal de la vida había sido destruído, al ser oficialmente declarado muerto y enterrado, cuán triunfal fué su reaparición ante sus seguidores y todos aquellos que tenían ojos para ver, probando así que su vida estaba intacta y su existencia ininterrumpida, a pesar de la cruel sentencia de la mente humana. ¿No probó él, tanto para sí mismo como para toda la humanidad y para toda futura era, que lo que nosotros llamamos la muerte no es la exterminación de la existencia? ¿No abolió él literalmente el temor universal de que con la muerte todo se acaba?
En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 426), Mary Baker Eddy señala la bendición que recibe aquel que vislumbra por medio de la Ciencia la poderosa verdad de que Cristo Jesús abolió la muerte. Ella escribe: “Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir la vida, y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad por al muerte, este entendimiento nos despertará a una vida nueva.” Cuántos practicistas de la Christian Science El nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. podrían relatar casos en que un paciente mortalmente atemorizado y quien parecía a punto de someterse al último enemigo, fué vuelto a una vida útil y de plena actividad cuando le fué mostrado que la existencia es realmente imperecedera y que el pasar a través de la tal llamada experiencia de la muerte no resuelve ni un solo problema.
En cierta ocasión un Científico Cristiano al entrar en la pieza de un paciente, se inclinó sobre la cama para murmurarle algo al oído. La paciente le susurró que se moría. El practicista le preguntó por qué se proponía hacer eso. Ella le contestí que ya nada podía ayudarla. “Pero”, respondió el practicista, “usted puede al menos rehusarse a consentir. ¡No consienta!” La paciente afirmó que estaría mejor en otro plano de existencia. El practicista repitió entonces la declaración de Ciencia y Salud anteriormente citada, y que indicaba que la mera experiencia de la tal llamada muerte no la salvaría de la enfermedad en otro plano de existencia. A medida que el Científico Cristiano hacía frente a todas las atemorizantes sugestiones presentadas por la mente carnal, reconociendo su fatuidad, el pensamiento de la muerte fué expulsado y la paciente se vió en vías de franca mejoría.
La muerte que debiera concernirnos a nosotros como Científicos Cristianos, ¿no es acaso aquella a la cual Pablo define como muriendo diariamente para alguna forma del error? Qué enorme prueba de progreso espiritual significa el que diariamente nos elevemos por encima de algún miserable argumento de la mente carnal, anulándolo; pues ¿no nos advierte la Biblia que el ánimo carnal es muerte? Mientras más pronto cesemos de temer la tal llamada muerte material, porque Jesús probo que ella no existe, y mientras más pronto comencemos a contender con los mortíferos emisarios de la mente carnal, tales como la voluntad propia, la conmiseración de sí mismo, el egoísmo, el odio y demás, y dejemos realmente que la luz de la curación de la sanadora presencia de Dios se posesione de nuestra conciencia, tanto más pronto aparecerá la verdadera Vida en nuestros corazones.
¿Acaso argumenta la mente mortal que algún ser querido ha desaparecido de nuestra vista o que su vida ha terminado? ¿Está usted haciendo frente a esta sugestión con la gloriosa verdad de que Cristo Jesús abolió la muerte? Cada vez que ustes piense en el amigo desaparecido, puede fortalecerse con un mensaje tal como el que Mrs. Eddy envió a la familia del Conde de Dunmore (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 295): “Ustedes, yo y toda la humanidad tenemos por qué lamentar la desaparición de Lord Dunmore; pero como Científico Cristiano, el siervo de Dios y del hombre, él todavía vive, ama y trabaja.”
¡“El todavía vive, ama y trabaja”! Pues entonces ¿por qué no podemos nosotros regocijarnos por el continuo y activo desarrollo del bien? Después de todo ¿qué es la Vida? ¿Puede definirse como otra cosa que el Amor? ¿Vive acaso el hombre excepto cuando refleja el Amor? Cuando alguien se ha alejado del círculo del hogar, no hay modo más seguro de llenar el vacío que el de ganar a través de un más amplio concepto del Amor, un sentido más verdadero de lo que significa la familia. Si busca usted la Vida, busque el Amor. Piense en esos desdichados seres que en este mundo parecen saber tan poco acerca de la Vida porque conocen tan poco al Amor. ¿No podríamos nosotros ayudarles en nuestra vida diaria?
Un novato en la Christian Science asistió durante varios domingos y miércoles a una iglesia de la Christian Science en cierta ciudad que contaba con numerosos miembros, mas ninguno le hablaba. Después que esto le había estado ocurriendo posiblemente unos dos meses, se dijo a sí mismo: “Si esto me está sucediendo a mí, puede ser que le esté ocurriendo a otros de los que asisten y quienes a lo mejor están sedientos de amor y deseando gozar de camaradería.”
Y así sin pensar en lo que le había sucedido a él personalmente, comenzó a buscar a los extraños, no obstante el ser él un extraño. Su búsqueda fué casi inmediatamente recompensada. Al alzar su antorcha de amor, las personas que necesitaban lo que él podía ofrecer fueron atraídas hacia él, y al poco tiempo se le consideraba como a uno de los miembros más afectuosos y amados de la congregación.
En verdad que el amor es el camino a la Vida. En el Amor divino no hay muerte, ni separación, ni angustia. El gran Maestro ha sin duda abolido la muerte. ¿No podríamos nosotros decir con las palabras del Salmista (Salmos, 118:17): “¡No moriré, sino viviré, y contaré las obras de Jehová!”?