Puesto que los adherentes de la Christian Science El nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. la reconocen como trascendiendo todas las ciencias humanas, no es una osadía considerarla ante todo como la Ciencia del hombre. En un libro muy conocido que se publicó hace pocos años, el autor, notable científico moderno, trata sobre el tema: “El hombre, entidad desconocida.” Lo que el mundo científico confiesa aun no haber comprendido, la Christian Science, descubierta por Mary Baker Eddy hace más de setenta años, ha revelado, quitando el velo que oculta lo “desconocido” y proclamando a los mortales la verdadera naturaleza del hombre — el hombre real creado por Dios.
Esta Ciencia tiene por objeto principal espiritualizar la conciencia humana, regenerar física y moralmente a la humanidad, mejorar la salud, el carácter y los hábitos del individuo. Esta meta se alcanza progresivamente al adquirirse un conocimiento exacto, un concepto correcto, del hombre verdadero. Según lo expresa la Biblia, tenemos que desnudarnos “del hombre viejo” y revestirnos “del hombre nuevo” (Col., 3:9, 10). Para el Científico Cristiano es de primera importancia establecer cada día en su pensamiento un claro concepto de la verdadera naturaleza del hombre. Sea cual fuera nuestra ocupación o nuestra manera de vivir, lo cierto es que casi siempre estamos en contacto con nuestros semejantes. Son ellos a quienes comunicamos nuestras ideas; son ellos los que a menudo más ocupan nuestro pensamiento. De ahí lo importante que es lograr un concepto correcto acerca del hombre.
Cuando el estudiante ya haya recorrido cierta parte del camino que conduce al entendimiento científico, obteniendo así una clara visión de la realidad espiritual, se dará cuenta de que en el vasto reino del pensamiento, sólo existen dos cosas primordiales: Dios y el hombre, es decir, el Espíritu y su expresión, la verdadera individualidad del hombre. Todo lo demás es ilusorio y relativo. Aunque parece fácil concebir a Dios como Espíritu, y a Su naturaleza como enteramente espiritual, parece mucho más difícil concebir al hombre como espiritual, porque el concepto espiritual del hombre se ve en continua contradicción por el testimonio de los cinco sentidos corporales, los que aseveran que el hombre es un ser material con vida, inteligencia y sensación materiales. Para poder combatir eficazmente este testimonio hipnótico de los sentidos, tenemos que mantener claramente a la vista, bajo toda circunstancia, nuestra individualidad verdadera, nuestra entidad genuina, perfecta e inmortal.
La importancia que tal comprensión tiene para la práctica de la Christian Science, es claramente expuesta por nuestra Guía en su obra “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 317): “El entendimiento de su individualidad espiritual hace al hombre más real, más formidable en la verdad, y le capacita para vencer el pecado, la enfermedad y la muerte.” El cuerpo material no es el hombre; la personalidad humana no es su individualidad verdadera. Aceptando tales conceptos como reales se crea un grave obstáculo para la percepción del hombre espiritual, perfecto, indestructible y eterno, cuya existencia demostró Jesús. Mrs. Eddy escribe (ib., pág. 316): “Jesús representaba al Cristo, la idea verdadera de Dios” y más adelante continúa diciendo: “El Cristo representa al hombre indestructible, a quien el Espíritu crea, constituye y gobierna.”
En verdad, es el hombre ideal, el verdadero modelo, que expresa la perfección, sobre el cual debemos fijar siempre nuestra atención. La mente humana, con sus conceptos limitados y mortales, no puede concebir semejante modelo, porque sólo puede percibir aquello que los sentidos corporales le presentan, a saber, cuadros materiales, erróneos e imperfectos. Nuestra entidad verdadera o conciencia individual es espiritual y perfecta. El hombre vive, se mueve y tiene su ser en el Espíritu, la Mente divina. Esta unidad con lo divino es lo que caracteriza al hombre verdadero. Así lo expresan las Escrituras (I. Cor., 3:16): “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”
Como expresiones individuales del Espíritu, Dios, tenemos que darnos cuenta de esta unidad para poder alcanzar una clara visión de nuestra individualidad verdadera. El hombre verdadero es el reflejo puro del Espíritu, Dios. Así como un reflejo empañado no puede recibir ni emitir luz, tampoco pueden nuestras conciencias irradiar la luz espiritual hasta que no hayan perdido mucha materialidad y descartado las creencias falsas que la obscurecen. El entendimiento que Jesús poseía de la constante unidad del hombre con su Padre, le capacitó para echar fuera “espíritus malos”, o creencias falsas, y para sanar al enfermo.
El entendimiento de nuestra individualidad espiritual nos conduce inevitablemente a la comprensión de nuestros sentidos verdaderos. Para adelantar en la Ciencia divina, tenemos que utilizar nuestro sentido espiritual, sin el cual se nos hace imposible percibir la realidad espiritual — la creación verdadera y el hombre real. Mrs. Eddy recalca lo importante que es reconocer y utilizar esta facultad de la percepción espiritual, en la página 214 de su obra Ciencia y Salud, donde dice: “Cuando se aprenda que es el sentido espiritual, y no el material, el que transmite las impresiones de la Mente al hombre, entonces la existencia se entenderá y se reconocerá como armoniosa.” Poseyendo y utilizando el sentido espiritual que Dios le había conferido, Cristo Jesús siempre veía al hombre perfecto donde el sentido mortal veía un mortal enfermo y pecador.
La Christian Science nos enseña que la curación verdadera es el resultado de la espiritualización de la conciencia. Esta espiritualización coincide con la comprensión de nuestra perfecta individualidad espiritual. Al comprender que el hombre expresa el ser de Dios, podemos ver con claridad que su individualidad verdadera no puede manifestar nada que sea malo, malsano, discordante, impuro, imperfecto o inarmónico. Sabemos también que el hombre, por ser la perfecta semejanza del Espíritu inmortal, permanece intacto, inalterable, jamás afectado por las creencias materiales o la materia. Percibiendo que el hombre individualiza el poder divino, desechamos con autoridad las creencias de enfermedad, sabiendo que estas creencias carecen de verdad o realidad — son irreales. Comprendemos fácilmente que nuestra individualidad verdadera no está enferma ni jamás lo estará. Debiéramos tener bien presente que es tan imposible que nuestra individualidad real sea afectada o tocada por la enfermedad como que el sol fuese afectado por las nubes.
Esforcémonos por conservar este concepto correcto de nosotros mismos y de nuestros semejantes como hijos de Dios, espirituales y perfectos. Entonces no buscaremos en el cuerpo señales de mejorías físicas, ni tampoco contaremos los días ni las semanas que nos lleva para obtener nuestra curación o terminar nuestro estado de convalecencia. La afirmación y comprensión de la totalidad de Dios y de la perfección de nuestra individualidad verdadera son los antídotos contra toda situación errónea, ya se trate de las discordancias morales o físicas. Nuestro trabajo verdadero consiste en poner en evidencia las ideas de Dios que refleja el hombre, demostrar en nuestras vidas diarias las cualidades divinas, tales como bondad, amor, santidad, humildad, generosidad, afecto, ternura, benevolencia, compasión y justicia. Al entender y demostrar su individualidad verdadera, el estudiante de la Christian Science obtiene ese poder espiritual y divino que, como dice nuestra Guía, hace al hombre “más real, más formidable en la verdad, y le capacita para vencer el pecado, la enfermedad y la muerte”, los males que acosan la existencia humana.