La historia de los tres hebreos que rehusaron adorar la imagen que hizo levantar Nabucodonosor, constituye un notable ejemplo de la fidelidad y su galardón. El relato expone llanamente que Sadrac, Mesac y Abed-nego “fueron atados ... con sus calzas, sus túnicas, sus mantos y sus demás vestidos, y fueron echados en medio del horno ardiendo en fuego”, y que “cayeron atados en medio del horno ardiendo en fuego” (Dan., 3:21, 23). Entonces continúa diciendo que el rey Nabucodonosor quedó asombrado y dijo: “¡Yo veo cuatro hombres, sueltos, paseándose en medio del fuego; y ningún daño han padecido; y el parecer del cuarto es semejante al Hijo de Dios!” (Según la versión inglesa.)
Entre las muchas definiciones espirituales que Mary Baker Eddy da en el Glosario del libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, encontramos la siguiente (pág. 594): “Hijo. El Hijo de Dios, el Mesías o Cristo.” En otra parte de la misma obra (pág. 333) leemos: “La imagen divina, idea, o Cristo, era, es y por siempre será inseparable del Principio divino, Dios.” Luego, era la idea del Cristo, coeterna con Dios e inseparable de El, lo que aparentemente se hizo visible para Nabucodonosor, y que estaba presente para proteger y salvar a los tres hombres tan injustamente condenados. Los tres cautivos hebreos lograron libertarse, acudiendo a Dios y obedeciéndole de acuerdo con su más alto concepto de la obediencia.
Yo había leído esta tan amada historia bíblica muchas veces antes de preguntarme: Y ¿qué se hizo de las cadenas? Sin duda los cautivos habían sido fuertemente atados, pues el rey había dado órdenes “a ciertos hombres, de los más poderosos de su ejército” de que así se hiciera (vers.° 20). Cabe entonces deducir que las ataduras fueron destruídas por el fuego; sin embargo el relato pone claramente de manifiesto que cuando los tres hebreos salieron del fuego, obedeciendo el mandato del rey, gran cantidad de personas contemplaron a “esos hombres sobre cuyos cuerpos el fuego no tuvo poder, ni un cabello de su cabeza se había chamuscado, ni sus ropas habían mudado de apariencia, ni olor de fuego había pasado por ellos.” ¿No es cierto que en cada prueba de fuego que experimentamos, lo único que se destruye son las cadenas? La realidad nunca se puede consumir.
Muchos de nosotros, al parecer pasamos por pruebas de fuego de distintas índoles, que para el sentido humano atemorizado se asemejan a la furia del horno ardiendo en fuego de Nabucodonosor. Lo importante de tales experiencias no es la naturaleza del fuego, ni los grados de calor que alcance, ni el tiempo que siga ardiendo, sino más bien el espíritu con que se les hace frente, y la mejor comprensión de Dios y del hombre que de ellas se obtenga. La crítica hostil, los desengaños entre amigos y familiares, la carencia, las lesiones, son algunas de las experiencias inarmónicas que a veces aparentan tener un poder tal como el del fuego. Consideremos entonces los métodos científicamente mentales por los que podemos confutar las pretensiones de semejantes creencias aflictivas.
Prestando demasiado atención a la crítica, ésta podría llegar a estorbar nuestras actividades en diversas maneras: quizás nos acostumbremos a permitir que restringa nuestro trabajo y nuestros estudios. Según vemos en las páginas 8 y 9 de su obra Ciencia y Salud, y en otros escritos suyos, nuestra Guía se mostraba muy agradecida por todo lo que fuera crítica constructiva. Bien podemos nosotros sentir similar gratitud. Por otra parte, cuando pasamos a través de las llamas de la censura injusta, es posible que esto contribuya grandemente a destruirnos las cadenas de las opiniones humanas, inclusive las que, por favorecernos demasiado, resulten molestas y nos inciten a apoyarnos más en el Principio divino.
En el campo de las relaciones humanas, los vínculos de familia, las amistades y los parentescos humanos a menudo constituyen estorbos muy sutiles. Las sugestiones del orgullo de familia y del deber para con ella, intentan ingeniosamente cercenar las crecientes alas del entendimiento espiritual, dejándonos solamente unas alitas pequeñas y convencionales, completamente incapaces de elevarnos hacia las cosas del Espíritu.
Los canones sociales merecen ser revisados con arreglo a la ley moral y espiritual, según se expone en los Diez Mandamientos y en el Sermón de la Montaña. A todo individuo algún día de llegará el momento de tener que sobreponerse a las limitaciones de los lazos humanos. Este proceso no necesita ser violento; en él no debiera perderse nada que sea bueno, ni es preciso que hayan disputas o frases duras. Con toda la serenidad del árbol recién nacido que, creciendo entre las grietas de una roca, termina por rajarla, asimismo nosotros, al seguir sabiamente las indicaciones del Espíritu, nos veremos capacitados para librarnos de los aspectos restrictivos de los lazos humanos y cambiarlos por los vínculos del amor espiritual, con la consiguiente bendición para todos los interesados.
Todo aquel que anhela ser dirigido por Dios, desea sobreponerse a las creencias que atan. Conviene recordar que cada condición que se presenta al sentido material como algo que restringe el progreso, en realidad no es más que la negación de una verdad espiritual. Por lo tanto, aunque la negación del error puede que sea un primer paso importante a tomarse, ésta siempre debe ir acompañada de la comprensión de alguna verdad espiritual y positiva, si es que se desea alcanzar una victoria verdadera. Por ejemplo, al destruir las cadenas de la escasez, muchos Científicos Cristianos han encontrado que les ha sido de poca utilidad meramente negar el error; pero cuando la negación era seguida de una creciente y positiva comprensión, ésta se manifestaba en la provisión normal.
Un día, mientras atendía a sus quehaceres entre el ganado, un joven labrador, que era adepto de la Christian Science, fué alcanzado por los cuernos de una vaca, al levantar ésta la cabeza, de manera tal que la punta del cuerno le dió un fuerte golpe en el ojo. El joven se cubrió el ojo con la mano, y dirigiéndose a la alquería, le pidió a la mujer del hacendado que le leyera de Ciencia y Salud. La buena señora accedió, leyéndole en alta voz durante algunos minutos. En menos de una hora el joven había vuelto a su trabajo. El único indicio que quedaba de la lastimadura fué un ligero descoloramiento, que a los pocos días desapareció. En nuestro libro de texto, Mrs. Eddy nos dice (pág. 223): “Tarde o temprano aprenderemos que las cadenas de la capacidad finita del hombre son forjadas por la ilusión de que éste vive en el cuerpo, y no en el Alma, en la materia y no en el Espíritu.” Mientras escuchaba atentamente las palabras de la Verdad que se le leía, el joven reconoció tan cabalmente la verdad de que el hombre existe en el Alma, en el Espíritu, que las encadenadoras creencias de lesiones e invalidez quedaron excluídas de su pensamiento, y su curación se produjo normal y naturalmente.
¡Qué fe sublime, inspirada por la Verdad, demostraron Sadrac, Mesac y Abed-nego, cuando confiaron que Dios les protegería al mostrarse ellos leales para con El! Su inspiración se fundaba en el hecho de que estaban espiritualmente preparados para esta prueba. Su conciencia pura de que Dios es todopoderoso no necesitaba ser reforzada a última hora, a fin de que pudieran triunfar en la prueba a que se habían de someter. Hoy en día es nuestra prerrogativa estar espiritualmente preparados, por medio de la revelación de la Christian Science, para hacerle frente a cualquier prueba que la vida diaria nos pueda presentar. Prosigamos entonces en la confianza de que nuestros conocimientos irán siempre en aumento, y apliquémoslos en la seguridad de que triunfaremos. La siguiente estrofa de un himno nuestro (N.° 15 Himnario de la Christian Science) simboliza muchas fases de la vida humana:
Tal como el oro se prueba
y su pureza resalta en el crisol,
el fuego de la Verdad comprueba
al hombre su verdadero valor.
