Mary Baker Eddy escribe en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” 368): “El mayor mal no es más que el opuesto hipotético del máximo bien.” Por difícil que parezca, en lo humano, hacer frente a un tal llamado “mayor mal” con la plena seguridad de que lo contrario es lo cierto, es sin embargo de gran provecho considerar el pleno significado, la lógica y la imperiosa demanda de esta declaración de la Descubridora y Fundadora de la Christian Science.
Basando sus conclusiones sobre la autoridad y revelación bíblicas, Mrs. Eddy establece claramente en sus escritos que Dios, el Principio divino, la única causa y el único creador, no es el autor del mal y del bien, sino solamente del bien; y que puesto que El lo creó todo, todo tiene que ser bueno. El hombre, Su expresión, es entonces completamente bueno, no sabedor ni susceptible de nada menos que la perfección. El mal, en cualquier forma o grado que se presentara, nos explica ella, es irreal y carece de poder, pues no procede de Dios, siendo un concepto invertido y falso de lo real.
Esta tésis, simple mas vital, es la base de la curación en la Christian Science, y el punto de partida desde el cual se comienza el estudio de la lección, o las lecciones, contenidas en la ya citada declaración de nuestra Guía.
Con demasiada frecuencia la humanidad se inclina a pensar del bien de una manera relativa, limitada y humana, como simplemente la ausencia de algo peor, posición ésta indeterminada y transigente. Al vernos aliviados de algún dolor físico o libres de alguna condición de suma gravedad, ¿no nos sentimos acaso tentados a contentarnos con esto? Esta es precisamente la manera en que el pensamiento mortal erróneo quisiera limitar, si pudiera, el efecto curativo de la Mente, Dios. No debemos ni necesitamos contentarnos con el mero mejoramiento, por muy deseable que fuera o por mucho que haya tardado en manifestarse. Aun bajo el punto de vista humano, la curación no se ha llevado a cabo hasta que, por efecto de la comprensión más clara de la verdad espiritual, logramos una condición libre de toda discordancia.
El máximo bien, en cualquier forma que se experimentara, existe como una idea de Dios que jamás es reconocida por el sentido material. En lo humano, la evidencia de una comprensión más espiritual de Dios y de Su perfección se manifiesta en una aproximación a las mejores condiciones humanas. Percibiendo cada vez más la completa pureza del Principio, Dios, podemos esperar en nuestras experiencias actuales aquello que no es mediocre, aquello que representa algo más que el simple mejoramiento de una condición completamente negativa. Para los sentidos materiales, el tal llamado cambio puede representar un cambio del peor concepto humano al mejor, demostrando que ha habido un acercamiento mental a lo absoluto. Ese absoluto, el reino de los cielos, es sin embargo por siempre la meta, y no se llega a ella tratando de cambiarla, o sea, procurando reconciliar la perfección con la imperfección.
Cuando la enfermedad parece estar presente, la realidad, que es su opuesto, no es el mero alivio, el mejoramiento temporal. La realidad espiritual es la perfección, sin acompañamientos materiales. La condición que debiera esperarse en lo humano como evidencia de este hecho, tan seguramente como que dos más dos suman cuatro y no tres y medio, es la manifestación de un bienestar radiante, fuerte y lleno de gozo; exento, a cualquier edad y bajo cualquier circunstancia, de toda dolencia o discordancia. Sólo la perfección desplaza a la imperfección.
La realidad, allí donde el fracaso parece ser tan real, no es un fracaso menor. La realidad, en contraposición a este supuesto error, es el por siempre presente éxito del Principio, Dios, manifestado por el hombre creado a Su semejanza. Al percibirse esto más claramente, se experimenta éxito en toda empresa justa. La realidad, allí donde parecen estar las guerras, no es la mera cesación de las hostilidades. La realidad, el máximo bien, es la paz, la presencia de la Mente única, y esto, al apreciarse debidamente, se manifiesta en los asuntos humanos en forma de una hermandad verdadera. El opuesto de la crueldad no es la mera falta de actos crueles; es la actividad del Amor. La evidencia humana del concepto más claro de la realidad espiritual se exterioriza como bondad, aquella bondad que hace toda clase de sacrificios con tal de poder expresarse.
Ciertamente el pesar no necesita trocarse en resignación, en el mero alivio de la pena. Donde parece existir el pesar, allí está la verdad, el gozo espiritual expresándose en lo humano, no necesariamente en desmesurada alegría y jovialidad, sino en el regocijo interior. Si la destitución es el “mayor mal” ¿cuál será su opuesto verdadero? Por cierto que no es meramente comida y alojamiento, ni tampoco el mero hecho de poder subsistir. La verdad, la realidad del ser, es que justamente donde aparenta estar la pobreza, se halla la afluencia de Dios, demostrada en la abundante provisión de todo lo que sea necesario en la vida humana — y aun más. Después de ser puesto a prueba ¿no tuvo acaso Job el doble de lo que había tenido antes?
Cuando el pensamiento mortal trata de inducirnos a aceptar la sugestión de la incapacidad, debemos reconocer que en realidad el hombre, la entidad verdadera de cada uno de nosotros, refleja la aptitud, la percepción y la sabiduría infinita. No necesitamos quedar satisfechos con una habilidad imperfecta o defectuosa, ya se manifestara ésta en nosotros o en los demás. Y ¿qué diremos de la aparente oposición que se manifiesta o bien en el hogar, o bien en la escuela, fábrica, oficina, chacra o iglesia? Al esforzarnos por percibir que no hay poder que se oponga a Dios, ¿acaso tenemos que aceptar como alternativa la mera ausencia de una activa oposición? ¿No podría esto también sugerir la ausencia del Amor, o de Dios? Donde existe el Amor también debe existir toda cualidad pertinente al Amor, incluso la disposición de ayudarse los unos a los otros. Y a medida que esto es percibido, eso es justamente lo que se experimenta — la ayuda activa, eficaz, entusiasta y desinteresada de parte de los demás.
De la misma manera, el odio no se aplaca mediante la acción de la Christian Science, sino que se destruye y en su lugar se percibe la realidad, el Amor que siempre ha estado presente. La comprensión de este mismo Amor, Dios, revela al hombre una condición que se aproxima más a lo espiritualmente real. El que tiene dificultad para expresarse, ya sea en la escuela, en una reunión testimonial de los miércoles de una iglesia de la Christian Science o en alguna conversación corriente, no debiera contentarse con una curación que no hace más que corregir la timidez, el impedimento de la lengua o el uso erróneo del idioma. Todas estas bendiciones sin duda se manifestarán cuando uno acuda humildemente a Dios, como a la fuente de todo el ser; empero lo opuesto de toda expresión errónea es el hombre perfecto, la expresión perfecta de Dios. Reconociendo al hombre, la entidad verdadera, como la expresión de la Mente misma, trae como resultado la expresión clara, ni más ni menos — la expresión sobresaliente, la mejor que pueda haber.
Razonando de esta manera percibimos que lo opuesto de las actividades que se ven en pugna no es la falta de toda actividad sino que es la actividad siempre correcta de la Mente. Aquí también, la correcta actividad humana que bendice y ayuda puede esperarse a medida que se vaya comprendiendo mejor la presencia y totalidad de esta Mente y la coexistencia de la misma con el hombre.
El que esto escribe conocía a un joven que tenía un pie deformado, que los médicos consideraban incurable, afirmando que sería un inválido toda su vida. Mediante la aplicación de la Christian Science, esta condición discordante fué corregida. Pero la curación — si así la podemos llamar a este punto — no se detuvo allí. No solamente se estableció el estado normal del pie, sino que el joven más tarde sobresalió en los juegos atléticos, especialmente en la carrera de los cien metros.
Cuando Pedro sanó al cojo en la puerta del templo, éste no se contentó con el mero hecho de haber recobrado el uso de las piernas. El relato, según consta en Los Hechos de los Apóstoles (3:8) nos dice: “Y saltando, se puso en pie, y echó a andar; y entró juntamente con ellos en el Templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.”
Asimismo cuando Jesús sanó a la suegra de Pedro (Mateo, 8:14, 15), ella no se levantó del lecho para sentarse en una silla y allí esperar hasta que se restableciera, sino que “se levantó, y les servía.” Humanamente, ella expresaba en mayor grado lo contrario de la enfermedad. La crucifixión que, para los seguidores de Jesús, fué sin duda alguna el mayor mal, sirvió para probar al mundo la eterna presencia del máximo bien. Jesús no demostró la Vida invirtiendo la creencia de enfermedad. El probó la eternidad de la Vida, refutando su opuesto, la muerte.
La lección que acabamos de considerar tiene dos aspectos. La declaración de Mrs. Eddy que forma el tema de esta discusión encierra a la vez un consuelo y una demanda. Cabe su repetición: “El mayor mal no es más que el opuesto hipotético del máximo bien.” Es consolador saber que no importa cuan mala aparezca ser alguna situación, ya sea de carácter físico, pecuniario o mental, todo se puede sanar. La demanda estriba en no confundir la meta, que es el reino de los cielos, con cosa alguna que no sea la perfección, el máximo bien. A medida que nos esforzamos por comprender esto, manteniendo esta elevada y perfecta meta siempre a la vista, la senda humana se nos hace más fácil, y podemos ver y experimentar más de cerca, en lugar del mayor mal, el máximo bien.