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Aquello que nos interesa por encima de todo

Del número de octubre de 1950 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los mortales son indiferentes a las cosas del Espíritu y a la Ciencia del cristianismo que trata de estas cosas. A veces el Científico Cristiano consagrado pregunta: “¿Por qué será que algunos que se denominan a sí mismos Científicos Cristianos parecen estar sumidos en actividades materiales y cosas insignificantes?”

Sin duda esto se debe a que estas personas se hallan más interesadas en los diarios sucesos de la vida humana que en la realidad eterna o en aprender a conocer a Dios y a servir a la humanidad. Este estado de cosas con respecto a la persona considerada como un Científico Cristiano puede atribuirse a una de las razones siguientes. O se ha inclinado placenteramente hacia la Christian Science, comprendiéndola en parte y teniéndola en cierto aprecio, sin darse cuenta de que se requieren constantes esfuerzos para percibir que puesto que el Espíritu, Dios, es todo, la materia y el error son irreales; o ha permitido que se empañara su primera visión espiritual, aceptando el mesmerismo de la materialidad. En cualquiera de estos casos, tiene que haber un renacimiento espiritual en su modo de pensar. De lo contrario, hallará que sus reducidos conocimientos no bastarán para resolver sus propios problemas, ni le capacitarán para ser de valor efectivo en el movimiento de la Christian Science.

Aun para los sentidos humanos, es obvio que todo aquello que es mortal es temporal, mudable y transitorio. ¿Por qué entonces pasar los días sumidos en sueños cuando la realidad está actualmente a mano y puede conocerse? ¿Para qué malgastar los años fijándonos en lo efímero, insignificante, trágico y vano, cuando la totalidad de Dios y Su eterna creación aguardan nuestro reconocimiento y aceptación?

El novato en la Christian Science a veces cuando se le exhorta a que fije su atención constantemente en lo espiritual y eterno, arguye que ni dispone de suficiente tiempo para los innumerables asuntos y placeres humanos que le interesan. Quizá insista que le es imposible dedicar mucho tiempo a la oración, al estudio, o a la asistencia a los cultos y las conferencias. Sin embargo, muchos jóvenes estudiantes de la Christian Science han descubierto que cuando uno es obediente a las demandas de la Christian Science, sin permitir que nada le prive de la oportunidad de estudiar y de servir a Dios, goza de más libertad y halla mayores oportunidades para progresar espiritualmente.

Cuando se aplica correctamente, la Christian Science asegura un mejor cumplimiento de las obligaciones humanas de lo que se lograría sin la ayuda de esta Ciencia. Esto es lógico ya que cuando percibamos la inmutable perfección de Dios podremos expresarla al menos en cierto grado. Por lo tanto seremos más considerados, tolerantes y afectuosos, sabiendo apreciar mejor lo que es bueno. Cuando lleguemos a comprender que en el eterno universo de Dios no existe la enfermedad, la estupidez o la ineptitud porque el hombre creado por Dios es sano, inteligente, sabio y perfecto, manifestaremos más libertad y mayores aptitudes. Cuando hayamos comprendido la verdad de que ni la carencia ni la confusión existen en la Mente divina, la cual demanda y suple el amor, la provisión y el orden invariable, expresaremos en nuestras vidas más consideración, más abundancia y una actividad que será gobernada por Dios.

La Christian Science, aplicada correctamente y con devoción, resuelve todos nuestros problemas. En esto reside su gran valor para la humanidad. Por lo tanto el discípulo que percibe la verdad vital de la totalidad del Espíritu, y que se dedica por entero a probar diariamente la nada de la materia y su carácter imperfecto y limitado, será capaz de probar en sus propios asuntos su habilidad de hacerlo todo con sabiduría y amor. Tal persona será un compañero más agradable de lo que fué antes de comenzar a poner en práctica las enseñanzas de la Christian Science: manifestará mejor salud, más inteligencia, alegría y bondad.

La falta de tiempo no es más real que la falta de sabiduría o de los recursos, ya que no ha sido ordenada por Dios. Dios no conoce el tiempo sino la eternidad. La Mente conoce la infinitud, no las limitaciones. Por consiguiente si nos sobreponemos aun en parte a las restricciones del tiempo, manifestaremos esa serenidad o tranquila habilidad que aporta la comprensión de la naturaleza infinita de la Mente.

Todos necesitamos orar sinceramente por alcanzar una mayor devoción al Principio divino, más espiritualidad, un amor más abnegado hacia Dios y el hombre y un interés más constante por lo infinito y lo eterno. Habiendo orado de este modo, debemos llevar nuestras oraciones a la práctica diariamente y a cada hora.

Si realmente existiera el mal, ¿qué cosa le agradaría más que poder inducir a la apatía, a la falta de una entusiasta devoción a lo espiritual y a la indiferencia hacia la organización fundada por nuestra Guía para sanar y reformar al mundo? Debemos mantenernos a la alerta, activos y obedientes a la Sección 6 del Artículo VIII del Manual de La Iglesia Madre, por Mary Baker Eddy. Ciertamente nuestro deber hacia Dios, hacia nuestra Guía y hacia la humanidad, al cual se refiere este artículo, incluye los esfuerzos incansables que deben hacerse por comprender a Dios y al hombre, a fin de poder sanar al enfermo y reformar al pecador; la atención que no se aparta ni un solo instante de las enseñanzas de Mrs. Eddy, así como el constante trabajo mental para el mundo entero y el continuo esfuerzo hacia la regeneración del yo humano.

En la Biblia (I. Reyes, 5:5) hallamos estas palabras de Salomón: “Por lo cual, he aquí que yo me propongo edificar Casa al Nombre de Jehová mi Dios.” ¿No debería ser nuestro también el elevado propósito de consagrarnos a expresar las cualidades semejantes a Dios que caracterizan al hombre verdadero? Dejemos que la Christian Science regenere y evangelice nuestra manera de pensar y por consiguiente nuestras acciones, pues de lo contrario todo nuestro estudio será inútil. A menos que nuestro genio y carácter se vean reformados — formados nuevamente — mediante el amor, el estudio y la aplicación en la práctica del Cristo, la Verdad, tendremos poco éxito en la curación de los enfermos. Si cada día y a cada hora vigilamos la consciencia de manera que exprese la pureza y la fuerza del Principio inmutable, la inteligencia de la Mente divina y la compasión del Amor infinito, nuestras palabras y acciones bendecirán a todos los que nos rodean.

En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 448), Mrs. Eddy nos dice: “Hablar bien y vivir mal es un engaño necio, y nos perjudica a nosotros mismos más que a nadie.” En su obra The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (pág. 158), ella nos dice: “La mayoría de la gente habla bien, y algunos practican lo que dicen.” ¡Aunémonos a los que “practican lo que dicen”! Las primorosas disertaciones metafísicas, los agradables pero fútiles parloteos acerca de la Christian Science, jamás reemplazarán los esfuerzos hechos por comprender y vivir las profundas enseñanzas científicas de la Christian Science genuina.

El leer durante horas enteras, para luego dejar encerradas, por decirlo así, en el libro las verdades allí escritas, hará poco o quizás nada hacia la curación del cuerpo o el desarrollo de una nueva y rica vida. Las ansias de ser justo, de hablar y actuar de manera afectuosa, inteligente y pura, deben ser tan profundas como para inspirar un constante esfuerzo, y deben absorber completamente nuestro interés, nuestro tiempo, nuestras ambiciones y propósitos. ¿Qué cosa podría ser de mayor interés que la constante aplicación de nuestros conocimientos de la verdad cristianamente científica a los problemas actuales? Sólo mediante tal aplicación podemos esperar resolver triunfalmente los problemas individuales concernientes a la salud, la provisión, las relaciones humanas y el éxito verdadero. Y sólo mediante tal aplicación, percibiremos la permanencia, indestructibilidad e invariable seguridad de la verdadera creación espiritual.

Mrs. Eddy nos dice: “Muchos duermen que debieran permanecer despiertos y despertar al mundo” (Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1902, pág. 17). En Los Proverbios (10:5) leemos: “El que recoge en el verano es hijo entendido; mas aquel que ronca en tiempo de la siega es hijo que causa vergüenza.”

Nosotros que hemos adoptado el nombre de “Científicos Cristianos” deberíamos estudiar diligentemente y orar con sinceridad para no caer en el sueño de la apatía en lugar de tomar parte en la gloriosa cosecha de la demostración científica. Que sea nuestro único interés el de vivir la verdad espiritual descubierta por nuestra noble Guía de manera que nuestras vidas podrán expresar en cierto grado el interés absoluto, la consagración y el constante propósito de su vida. Entonces nos aproximaremos a la habilidad que ella poseía para sanar a los enfermos, para sobreponernos a las limitaciones y los obstáculos y para servir al mundo como portaestandartes de la Verdad.

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