“Un Poco mas de gracia, un móvil purificado, unas cuantes verdades expresadas con ternura, un corazón enternecido, un carácter dominado, una vida consagrada, restablecerían la acción correcta del mecanismo mental y se manifestarían en una acción de cuerpo y alma que estuviera en armonía con Dios.” Así declara Mary Baker Eddy en su obra Miscellaneous Writings (pág. 354). El mecanismo mental a que se refiere Mrs. Eddy debe encaminarse hacia fines correctos para obtener resultados correctos. El egoísmo y el pecado, a menos que se corrijan, son desastrosos para la acción armoniosa.
La Biblia contiene muchas lecciones prácticas, indicando que la acción correcta produce resultados armoniosos, y la Christian Science vierte mucha luz sobre estas lecciones. Una de ellas se halla en el relato de Nabal y David que aparece en el capítulo veinticinco de I. Samuel.
Nabal era un hombre muy rico que vivía en Maón. Poseía tres mil ovejas y mil cabras que pastoreaban en las colinas del Carmelo. Pero a pesar de toda sus riquezas, Nabal era una persona grosera. Su mujer Abigail admitió esto al decir a David: “Nabal es su nombre, y la insensatez está con él.” Nabal se preocupaba muy poco por las pequeñas cortesías de la vida. Era rico y quizá pensaba que sus riquezas impondrían el respeto, sin que él ejerciera sentimiento noble alguno. Con semejante concepto pervertido de la vida, Nabal abrigaba un falso sentido material de la substancia. Sin duda sus vecinos se hallaban impresionados por sus grandes riquezas materiales; quizá a causa de ello los pequeños propietarios de aquel distrito le mostraban cierto servilismo, lo cual halagaba su orgullo y estimulaba su ambición.
Pero llegó un día en que los valores materiales no pudieron ayudarle. Nabal esquilaba sus ovejas en el Carmelo y recogía la lana. David, un desdichado fugitivo, que huía de la ira de Saúl, envió criados a Nabal, pidiendo el auxilio a que las leyes de la cortesía oriental le daban derecho. Nabal se enfadó al recibir este pedido. “¿Quién es David?” preguntó con desdén. “En el día son muchos los siervos que se van dispersos, fugándose cada cual de la presencia de su señor.” Tal afrenta llamaba a la acción inmediata. “Ceñid cada uno su espada” fué la respuesta de David. Los ánimos se encendían, las nubes se amontanaban y un estallido parecía inevitable.
En ese momento la sabiduría y dulzura de una mujer vino a su rescate. Abigail, al enterarse de las intenciones belicosas de David, fué a su encuentro montada sobre un asno. Inclinándose ante él con toda humildad, se hizo responsable de los pecados de su marido Nabal, diciendo: “¡Sobre mí, sobre mí, señor mío, sea esta iniquidad!” David escuchó a esta emisaria imbuída del espíritu de Cristo. Su corazón se conmovió, su orgullo disminuyó, aplacóse su ira. “¡Bendito sea Jehová, el Dios de Israel, que te ha enviado hoy a encontrarme!” exclamó él, “¡y bendita sea tu discreción, y bendita seas tú misma, que me has estorbado hoy el venir con derramamiento de sangre, y el salvarme con mi misma mano!”
Abigail había triunfado en su primer encuentro con el error, no con la espada sino con la dulzura. Mientras tanto la conducta de Nabal iba de mal en peor. Luego de mostrarse falto de caridad, se entregó a la intemperancia. Sin duda alguna corría cuesta abajo.
Abigail escogió el momento propicio para hablarle. No había en su actitud el menor indicio de condenación ni de conmiseración propia por la vergüenza que la conducta de su marido había traído sobre el hogar; sólo manifestaba el dulce y cristiano deseo de ayudarle a recobrar su libertad. Quizá le señaló el peligro que había corrido por causa de su descortesía y falta de caridad, haciéndole ver la oportunidad que ahora tenía de reparar el daño hecho. Pero Nabal no respondió a este llamado; aparentemente no poseía la humildad necesaria para deshacerse de sus pecados y así restaurar la acción correcta del mecanismo mental.
La dulzura de Abigail nos enseña muchas valiosas lecciones. Puede que algún trance en los negocios o alguna desavenencia en el hogar provoque una tormenta de indignación que, al no ser prontamente contrarrestada por las cualidades del Cristo, podría acabar en un estallido mental y hasta en la separación. Digamos, por ejemplo, que un colega se muestra descortés hacia otro; éste se ofende, su amor propio se siente herido, se despierta la cólera y en seguida comienzan a formarse las nubes. Es aquí donde la Christian Science puede intervenir; con cristiana dulzura reconcilia a los adversarios y los une con lazos del Amor.
La Biblia llama la atención sobre el poder divino de las cualidades del Cristo. La dulzura, humildad, consagración y ternura, como rayos de luz, atraviesan las nubes del temor y de las discordias. Los atributos del Amor son nuestras verdaderas riquezas, nuestras manadas y rebaños que apacentan en las buenas praderas, junto a las aguas de reposo. La tolerancia, firmeza y dulzura expresadas por un empleado hacia otro, la paciencia de un marido para con su mujer o de un amigo hacia el otro, pueden disipar las negras nubes de la cólera o la pasión y restaurar el equilibrio mental.
El Salmista cantaba (Salmos, 55:14): “En dulce confianza comunicábamos nuestros secretos pensamientos; y andábamos de compañía en la Casa de Dios.” Con dulzura, la Verdad está siempre hablando a la consciencia humana; informándonos sobre la perfección del hombre como hijo de Dios, y recordándonos de los lazos de amor y fraternidad que unen a los hijos de Dios. Cuando prestamos atención al Cristo y respondemos a su influencia, las tormentas del enojo se calman y el Amor es triunfante.