El saber perdonar es una característica de la grandeza. José, David y otros se destacaron entre sus contemporáneos porque supieron perdonar sin reservas a sus enemigos. Su actitud prefiguró el gran precepto del Maestro quien, al preguntársele cuántas veces se le debía perdonar a un hermano, respondió (Mateo, 18:22): “No te digo: Hasta siete, sino: Hasta setenta veces siete.”
Estas palabras de Cristo Jesús descansaban sobre una base espiritualmente científica, que la Christian Science explica como el hecho de la absoluta perfección del hombre, creado a la imagen de Dios, verdad que todos tendremos que percibir y probar. La verdad de que el hombre es la semejanza de su Hacedor demuestra claramente que el yo mortal, dominado por desagradables impulsos de egoísmo y pecado, es irreal: una ilusión de una falsa consciencia mortal, y no la identidad verdadera.
Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia que interpreta las enseñanzas y obras de Cristo Jesús, perdonaba a sus enemigos con entera humildad, pues ella sondeaba las profundidades espirituales de la verdadera naturaleza del hombre y sabía que él jamas puede ser contaminado por el mal. Ella sabía que el pecado y la imperfección no son auténticos y que no son cualidades del hombre. Por consiguiente conceptuaba tanto a sus amigos como a sus enemigos sobre la base de la existencia verdadera del hombre como residiendo en Dios, como Su idea impecable. En su obra Miscellaneous Writings, ella nos dice (pág. 11): “Debemos amar a nuestros enemigos en todas las manifestaciones mediante las cuales amamos a nuestros amigos; debemos hasta tratar de no poner al descubierto sus defectos, sino hacerles bien todas las veces que se nos presente la oportunidad.”
Sus preceptos están imbuídos del espíritu del ejemplo dado por Cristo Jesús, y exponen la esencia misma de su ministerio cristiano — el evangelio de la perfección espiritual del hombre como idea de Dios. Para obedecer estos preceptos hay que reconocer la aparente dualidad de la mente humana, en la cual el sentido espiritual y los sentidos corporales, el bien y el mal, la consciencia real y la irrealidad, parecen existir juntos en diversos grados, en cada uno de nosotros, sin mezclarse. La Christian Science señala la diferencia entre aquello que constituye el hombre y aquello que no lo es, y demuestra que estos dos elementos opuestos nunca pueden reconciliarse. Además prueba mediante la curación que el hombre no es dual, sino individual. Lo revela como exento de todo elemento mortal y manifestando la consciencia espiritual.
Aquel que perdona de una manera científica no sólo reconoce la perfección del hombre, sino que ama y protege la más pequeña chispa de la bondad, como prueba de la presencia del hombre verdadero. Percibiendo que todo el bien es producido y apoyado por el omnipotente Principio del universo, ayuda a separar la realidad de la aparente influencia del mal que trataría de atar y difamar al hijo de Dios.
Comprendiendo la individualidad espiritual del hombre y seguro de que el bien y el mal no pueden reconciliarse, el Maestro fué guiado a proteger con sus oraciones el vislumbre de cualidades espirituales que vió en Pedro aquella noche en que fué traicionado. Primeramente le previno al apóstol que se guardara de Satanás — el mal que todavía no había sido extirpado de su consciencia — luego le dijo (Lucas, 22:32): “Mas yo he rogado por ti, para que tu fe no falte; y tú, vuelto á mí, fortalece a tus hermanos.” No se dishizo de Pedro ni rehusó desde ese momento tener relaciones con él; tampoco atentó armonizar lo verdadero con lo falso, lo real con lo irreal, ni lo espiritual con lo material. El Maestro percibía la realidad espiritual de esa fe que tenía Pedro, proveniente de Dios, y no abrigada duda alguna de que su oración protegería ese pequeño indicio de la individualidad verdadera de Pedro.
Todo lo que proviene de la Deidad es bueno y está gobernado por Dios, en tanto que “la creencia de vida en la materia peca a cada paso”, como lo afirma nuestra bien amada Guía en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 542). Los elementos mentales opuestos que componen el supuesto concepto humano se hallan infinitamente distantes los unos de los otros; absolutamente separados. Hay que reconocérseles ya sea como buenos o malos, verdaderos o falsos, reales o irreales; como teniendo sus raíces en Dios o en la supuesta mente carnal; como existentes o inexistentes. Mrs. Eddy nos dice (pág. 300): “Lo temporal e irreal nunca toca lo eterno y real”. Luego añade: “Estas cualidades opuestas son como la cizaña y el trigo, que en realidad no se mezclan jamás, aunque (a la vista mortal) crezcan juntos hasta la cosecha; entonces la Ciencia separa el trigo de la cizaña por medio de la comprensión de Dios como siempre presente y del hombre como reflejando la semejanza divina.”
Cristo Jesús nunca excusaba el mal, sino que más bien lo destruía, comprendiendo que es “un mentiroso”, una creencia sin Principio que simula tener identidad. Sus oraciones traían a la luz las verdades que él había percibido. El penetraba la máscara de la personalidad material y veía al hombre tal como existe en el Espíritu, sin mácula mortal. Nutría con tierno afecto la más leve señal de individualidad verdadera que otros pudieran expresar. Discernió la innata pureza que se manifestaba en el arrepentimiento de María Magdalena, y el amor que él expresó hizo que ella reflejara en mayor grado la Mente inmaculada. Esta transformación, al igual que la de Pedro, señaló las posibilidades espirituales de aquellos que son perdonados por el Cristo.
Es el pensamiento honrado y que no conoce doblez, la integridad espiritual, lo que percibe y protege la evidencia de la perfección en los demás; la oración de Jesús: “Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores” así lo indica. El sentido mortal que ve un enemigo produce ese enemigo, y a medida que uno renuncia el concepto mortal de los demás, su propia consciencia se libera de un sentido material y pecaminoso. Al rehusarnos a despreciar o desdeñar a nuestros semejantes, nos absolvemos de la creencia de un yo mortal.
Hasta que uno comprenda la dualidad de la mentalidad humana, tal como la explican las parábolas de Cristo Jesús, puede que se vea confundido por los extremos de lo real y lo irreal que suelen presentar algunas personas que por un lado expresan el bien, pero que, al igual que Pedro, no logran deshacerse de los pecaminosos impulsos del pensamiento que persisten mientras pasen desapercibidos, o sean excusadas o tolerados. En Pedro tenemos un notable ejemplo para toda época de la ilusión de las fuerzas opuestas que constituyen la personalidad humana, y en su curación nos percatamos del poder del perdón científico practicado por el Maestro — perdón que fortalece y sostiene.
La Biblia nos muestra el hombre emergiendo poco a poco del enigma de las ilusiones materiales, y a través de sus páginas observamos la ley de Dios apoyando con precisión científica a aquellos en quienes la verdadera naturaleza del hombre aparecía más claramente. La gracia salvadora de Dios siempre se manifiesta en la preservación de aquello que El produce. Mediante la Christian Science, que es la ley de Dios o la voluntad divina, se está demostrando que la perfección es el derecho natural de cada individuo, y esta demostración es el perdón científico. Aquel que lo practica en toda su amplitud prueba que el poder de Dios destruye los defectos y flaquezas de la humanidad, y revela al hombre en toda la pureza e integridad de su semejanza con su Hacedor.