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En la página que precede el prefacio de su...

Del número de abril de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la página que precede el prefacio de su obra Miscellaneous Writings, nuestra Guía, Mary Baker Eddy, ha escrito un poema cuyo último verso dice (pág. vii):

"Mi mundo surgió del Espíritu
en un eterno día;
del cual, tengo más de que gloriarme,
por el cual mucho más que pagar."

Desde hace algún tiempo este verso me ha estado recordando que yo tambión tengo una deuda para con Dios y qye debería expresar mi gratitud por todas las bendiciones que he recibido a través del estudio de la Christian Science.

En nuestra familia hemos experimentado muchas curaciones de males físicos. Cuando nuestra hija era muy pequeña fué sanada instantáneamente de los efectos de un accidente al ser atropellada por un automóvil que se hallaba en plena marcha. Yo por mi parte tuve que hacer persistentes esfuerzos antes de curarme de una grave enfermedad del estómago. Al descubrir que muchos alimentos no parecían sentarme bien, me fuí privando de ellos hasta que llegó un momento en que sólo podía tomar alimentos de los más simples. Durante todo este tiempo logré seguir con todas mis ocupaciones habituales. De día en día me fueron dadas las fuerzas necesarias y finalmente, merced a la ayuda de los consagrados practicistas que en diversas ocasiones me dieron tratamientos y mi fiel estudio de las obras de nuestra Guía, fuí librado del temor a los alimentos. Sería difícil describir la alegría que sentí al poder una vez más comer todo cuanto se me ofrecía.

Hace más de tres años fuí transferido de una ciudad a otra y pasaron varios meses antes de que mi famila pudiera reunirse conmigo. Hubo momentos en que la soledad y el deseo de estar con los míos me abrumaban completamente. Cierto día, cuando la lucha parecía especialmente difícil, pasé varias horas en una sala de lectura de la Christian Science, estudiando y orando por que se me revelara la manera de vencer mi tristeza. De pronto recordé haber leído en un reciente número del Sentinel una observación hecha por la Junta Directiva acerca del uso de los himnos de nuestra Guía. Respondiendo a los que preguntaban cuán a menudo debían cantarse estos himnos, los Directores citaron un pasaje de una carta de Mrs. Eddy en la que ella había indicado la importancia de su frecuente uso, declarando que contribuían en gran manera a espiritualizar el pensamiento de la congregación.

Sabiendo que en realidad lo que yo más necesitaba era espiritualizar mi pensamiento, comencé a meditar sobre las palabras de estos himnos. El cuarto verso del poema "Cristo, mi refugio" (Poems por Mrs. Eddy, pág. 12) me proporcionó especial iluminación:

"A Cristo veo caminar,
venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar;
su voz oí."

Me dí cuenta que el Cristo, la verdad acerca de Dios y el hombre, estaba presente en ese mismo momento y que me estaba asegurando tiernamente que el hombre es perfecto, íntegro, feliz, confiado, victorioso, y que está siempre satisfecho. Inmediatamente mi pensamiento se iluminó y me di cuenta, por el alivio y la soltura que experimenté, de que había triunfado sobre la nostalgia y el abatimiento.

Por el privilegio de ser Científico Cristiano y de poder valerme de las enseñanzas de nuestro gran Maestro Cristo Jesús y de nuestra amada Guía, Mrs. Eddy, siento honda gratitud.—

Me da mucha alegría poder añadir unas palabras de alabanza y gratitud hacia Dios tocante a las curaciones relatadas en el testimonio de mi marido y la paz indecible que la comprensión de la Christian Science ha aportado a nuestro hogar.

La curación de nuestra hijita fué para nosotros una experiencia muy sagrada. A pesar de que yo presencié el accidente, puedo decir con infinita gratitud que la comprensión de la omnipresencia de la Verdad disipó todo temor, lo que me permitió tomar las medidas humanamente necesarias. Solicité la ayuda de un practicista y a la media hora toda manifestación discordante había desaparecido. Esa noche, cuando el conductor del automóvil telefoneó para preguntar como estaba la niña, ella quiso saber como se llamaba, donde vivía y si tenía niños. Al respondérsele que sí tenía hijos, ella comentó: "Papá, me alegro que todo esto haya sucedido, si no nunca habríamos conocido a este señor." La completa falta de censura y rencor en el pensamiento de la niña fué como un bálsamo sanador para nosotros y nos enseñó una lección que jamás olvidaremos.

Me siento especialmente agradecida por nuestros periódicos, por ser miembro de una iglesia filial y por las muchas bendiciones que me aporta esta afiliación.—

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