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Si esperáis oír, escuchad

Del número de abril de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para todo aquel que desea verse libre de la falsa pretensión de la sordera, el aprender a escuchar espiritualmente es un factor muy importante. Según uno de nuestros diccionarios, la palabra "escuchar" significa "prestar cuidadosa atención para oír; dar oído". En el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras", Mary Baker Eddy define la palabra "oídos" como sigue: "No los órganos de los llamados sentidos corporales, sino el entendimiento espiritual" (pág. 585). Para obtener la comprensión espiritual y la libertad que ella aporta, el primer requisito es "prestar cuidadosa atención", es decir, estar espiritualmente alerta, escuchar espiritualmente.

Surje entonces la pregunta: ¿A qué debe uno prestar cuidadosa atención?" "¿Qué es lo que debemos escuchar espiritualmente?" La Biblia nos lo indica claramente (Isa. 1:10): "Oíd el oráculo de Jehová". El oráculo o la ley de Dios dado por El a Moisés son los Diez Mandamientos. El primero de éstos, tal como se explica en la Christian Science, establece el hecho de que hay un sólo poder, Dios, o el bien, y que Su ley es buena. Esta ley es la ley del Espíritu, la única ley verdadera, siempre presente y siempre en operación.

Al prestar toda atención al estudio y la aplicación de la Christian Science, el discípulo aprende a valerse de esta ley y ponerla en práctica; a trabajar con Dios. Para trabajar con Dios, hay que escuchar Su voz y seguir Su dirección. Cómo lograr esto está claramente expuesto en estas palabras de nuestra Guía (Ciencia y Salud, pág. 89): "El Espíritu, Dios, se oye cuando los sentidos están callados." Para oír la voz de Dios, todas las sugestiones erróneas de los sentidos materiales deben ser acalladas. Para escuchar de esta manera se require quietud, receptividad al bien, fervientes deseos de progresar, plena confianza, cual la de un niño, en el poder de Dios, y el reconocimiento de que el Amor divino está siempre presente.

El reducir al silencio las sugestiones erróneas de los sentidos materiales nos mantiene bien ocupados, porque a menudo los errores que nos impedirian escuchar espiritualmente se hallan escondidos en las profundidades del pensamiento humano. De estos errores, uno de los más agresivos es el del yo material. Creer que uno es un ser aparte de Dios es agobiarse con el bagaje inútil que acompaña este falso sentido del yo, el cual incluye la obstinación, el egoísmo, la presunción y la justificación propia. En las Escrituras leemos (Gén. 1:26): "Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza." Según se entiende en la Christian Science, esta imagen o semejanza es el reflejo de Dios, el Espíritu, y no el tal llamado hombre mortal, poseedor de sentidos materiales. Al comprender esta verdad, uno se apercibe de su individualidad espiritual, su unidad con Dios, el bien, y se da cuenta de lo que signifíca escuchar espiritualmente.

Cuando escuchamos a Dios, aprendemos a hacer Su voluntad y a acallar la voluntad propia. No permitimos que otro imponga su voluntad sobre nosotros como tampoco tratamos de imponer la nuestra sobre los demás. Cuando vemos que todos son en realidad los hijos de Dios, obrando de acuerdo con Su voluntad, y estamos dispuestos a adherirnos a la plegaria de Cristo Jesús: "Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:10), no caemos en el error de asumir una responsabilidad que le es propia a otros. El obedecer la voluntad de Dios a menudo nos conduce a nuevas sendas que producen en nuestras vidas contidianas cambios radicales, grandes progresos.

Cierto estudiante de la Christian Science se obstinaba en seguir una misma ocupación que había ejercido durante muchos años. Cuando logró sobreponerse a su porfía obtuvo un puesto que desde el punto de vista espiritual ofrecía perspectivas mucho más amplias, y que también le daba la oportunidad de servir a su prójimo de una manera que excedía todas sus esperanzas.

A medida que escuchamos a Dios, aprendemos a amar sólo el bien, a olvidarnos del yo material y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El ocio, el deseo de estar cómodos en la materia y la satisfacción de los sentidos son olvidados en la alegría que se experimenta al poner en primer lugar las cosas espirituales. ¿Qué placer material puede compararse con la inspiración que halla el discípulo que en la madrugada se pone a estudiar la Lección Bíblica? Aquel que ha tenido la incomparable experiencia de servir desinteresadamente a nuestra amada Causa y que ha experimentado la curación y los abundantes frutos que de ello resultan, jamás los cambiaría por una vida en la que predominaran los deseos e intereses egoístas.

Cuando escuchamos a Dios, nos desprendemos de la vanidad, la estolidez y la apatía, todas ellas compañeras de la presunción y la justificación propia. Entonces nos disponemos a aceptar la actividad vivificante de la Mente divina y vislumbramos sus vastos horizontes. Escuchando a Dios, aprendemos a ser humildes y aceptamos agradecidos el bien, sabiendo que todo el bien procede del Padre. La contumacia arraigada, dondequiera que se presente, es destruída y el progreso del individuo o la iglesia se acentúa cuando se reduce a la nada esta insidiosa fase de la idolatría. Pues "la obstinación [es] como la idolatría y el culto de imágenes" (I. Sam. 15:23). ¡Qué liberación, qué alegría se experimenta al descartarse el bagaje del yo material!

El primer capítulo del libro del Génesis establece que al hombre le fué dado "dominio sobre ... todo reptil que se arrastra sobre la tierra." La creencia de que la sordera es algo que acompaña la vejez, ¿no es acaso una sugestión que se nos aproxima cual reptil que se arrastra sobre la tierra? Y la creencia de que la sordera ha sido heredada de nuestros padres humanos ¿no es acaso un decreto ilegítimo? El que esa creencia se haya introducido furtivamente en el pensamiento de nuestros padres no significa que nosotros tengamos necesidad de admitirla en el nuestro, privándonos así de una facultad que Dios ha conferido al hombre.

La Christian Science afirma que el verdadero hombre espiritual jamás nació, y que nunca envejece, enferma ni muere. Como hijo de Dios, el hombre es perfecto y sano y vive en el eterno reino de Dios. Puesto que somos en verdad hijos de Dios, es imperativo que reclamemos nuestros derechos de nacimiento y que afirmemos nuestro dominio sobre estas creencias erróneas. Las verdades de la existencia espiritual, comprendidas y demostradas, disuelven las falsas pretensiones del sentido material. Jamás debemos esperar la decrepitud, ya sea para nosotros o para otros, pues el hombre de Dios no puede ser afectado por ella. Y debemos rehusarnos a admitir, para nosotros como para nuestros padres humanos, las imágenes deformes de un pasado triste, pecaminoso o enfermizo.

Cuando los israelitas entraron en el pais de Canaan, Dios les ordenó que destruyeran las piedras pintadas e imágenes fundidas de los Cananeos. ¿Nos atrevemos nosotros a hacer menos con respecto a cualquier imagen idólatra del pasado o del presente? Cuando realmente deseamos oír, escuchar sólo la verdad acerca de Dios y el hombre, cuando rechazamos de nuestro pensamiento todo lo que sirva de obstáculo, y somos obedientes a la dirección divina, las aparentes obstrucciones se disolverán y podremos oír perfecta y permanentemente pues, habiendo escuchando a Dios y obedecido Su ley, nos damos cuenta de que en realidad nunca ha existido otra ley.

Hoy en día hasta los que venden aparatos mecánicos para ayudar a los sordos a veces admiten que se trata de una condición mental. ¿Puede haber una deficiencia en el reino inagotable de la Mente? ¿Puede un Padre amoroso negarle algo bueno a Su hijo? La tal llamada deficiencia no es más que una falta de comprensión espiritual de nuestro verdadero estado — una sugestión mesmérica de que el hombre es un mortal imperfecto. De los infinitos recursos de la Mente, el hombre recibe sin cesar todas las cualidades espirituales necesarias. Es menester que las reclamemos. La totalidad de Dios y la perfección del hombre que Le refleja, no admiten sugestión mesmérica alguna de deficiencia.

En toda época, los guías espirituales han orado y escuchado atentamente la voz de Dios. Cuando Moisés recibió los Diez Mandamientos en el monte Sinaí, sin duda oyó la voz divina como un sonido claro y definido. En el primer libro de Samuel también consta que cuando Samuel era niño oyó el llamado de Dios. Mrs. Eddy tuve en su niñez una experiencia similar cuando oyó que Dios la llamaba por su nombre. En ambos casos, habiendo oído, estos discípulos obedecieron y así pudieron cumplir con la gran misión que Dios les había encomendado.

Poco después de haber comenzado el estudio de la Christian Science, al despertar una mañana la que esto escribe notó que había perdido completamente la facultad de oír y que no podía oír a una persona que le hablaba en voz alta a su lado, Solicitó la ayuda de una practicista de la Christian Science, quien le dió tratamientos con gran amor. Después de haber orado y estudiado durante algún tiempo, comenzó a reconocer la importancia de escuchar espiritualmente y la necesidad de excluir de su pensamiento toda creencia en la realidad del testimonio de los sentidos materiales y de confiar humildemente en Dios. Asistió a una conferencia de la Christian Science y según los sentidos mortales, no pudo oír palabra alguna, pero gracias al sentido espiritual pudo recibir el mensaje sanador y en consecuencia la obstrucción física comenzó a disolverse. A las dos semanas, a partir del día en que le sobrevino el mal, había recobrado completa y permanentemente la facultad de oír.

Luego, en la profesión que había escogido se le presentaron nuevas y mejores perspectivas y además se produjo un cambio favorable en lo que se refería a su hogar y sus compañeros. Merced a su receptividad al bien, percibió un campo de actividad más amplio, el cual aceptó obedientemente y con gratitud. Esta experiencia le demostró la verdad de la declaración de Mrs. Eddy que aparece en Ciencia y Salud (pág. 487): "Hay más cristianismo en ver y oír espiritual que materialmente."

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