Lo que creemos es distinto de lo que comprendemos. Por ejemplo, nosotros podemos creer en un universo material pero nunca lo podremos comprender, porque el verdadero universo no es material sino espiritual.
En la Christian Science, uno de los primeros pasos consiste en distinguir con claridad entre el reino de la comprensión y las teorías de la creencia mortal o material, aceptando la una y apartándonos de la otra. Mary Baker Eddy declara en el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 28): "En conciencia, no podemos aferrarnos a creencias anticuadas; y el entender más del Principio divino del Cristo inmortal nos capacita para sanar a los enfermos y triunfar sobre el pecado."
Todo ser mortal comprende hasta cierto punto la diferencia entre lo justo y lo injusto, el bien y el mal, Aquello que le informa en este sentido es uno convicción íntima, llamada conciencia. ¿De dónde proviene esta convicción íntima? ¿Se relaciona con la creencia o con la comprensión? Es obvio que proviene de Dios, ya que nos informa acerca de lo que es bueno.
Milton, el gran poeta inglés, pone en boca de Dios estas palabras:
... y por fiel guía
Les pondré la conciencia, árbitra mía:
Si su voz, y su luz aprovecharen
Nueva luz obtendrán en su camino,
Que salvos los conduzca a su destino.
Merced al ejercicio de la conciencia, el mortal comienza a apartarse del reino de la creencia para entrar en el reino de la comprensión. Sin embargo, no podrá obtener esta comprensión si se rehusa a escuchar la voz de la conciencia que le dice en términos inequívocos:: Esto está bien, aquello está mal." Pero, a lo mejor pregunta alguien, ¿cómo puede ser que el obedecer a la conciencia resulte en la comprensión del universo y del hombre espirituales, del reino de lo verdadero, el reino de Dios, o el Espíritu?
Respondemos que el obedecer a la conciencia despierta el sentido espiritual, permitiendo al discípulo a distinguir mejor entre lo real y lo irreal, ya se trate de la conducta moral o del significado espiritual del hombre y del universo. La conducta moral es un escalón hacia la espiritualidad. No obedecer al concepto más alto que uno tenga de la moralidad es renunciar a la comprensión espiritual, pues aquel que permanece sordo a la voz de la conciencia cierra la puerta que conduce al reino del Espíritu. La conciencia es la llave que abre la puerta a la buena conducta y nosotros sabemos que una pequeña llave de oro puede dar acceso a grandes tesoros.
A la voz de la conciencia no siempre se la ha asociado con la voz de Dios. A menudo se ha creído que es de origen humano, una especie de advertencia de la mente humana, por decirlo así. Pero nuestro Maestro, Cristo Jesús, le dió un carácter más elevado. La misión del Cristo es la de despertar la conciencia adormecida, que el pecado ha vuelto inactiva. Por ejemplo, cuando Jesús sanó a la mujer adúltera, el Maestro comenzó por quitarle la carga de la condenación que sobre ella habían puesto sus acusadores. De acuerdo con la ley judaica, éstos se aprestaban a matarla a pedradas, pero Jesús, que conocía la sabiduría de Dios y vivía en el reino de la comprensión espiritual, despertó la conciencia embotada de lo fariseos. Con esta acción el Maestro indicó que era el pecado al que se le debía destruir, no a la mujer. El dijo (Juan 8:7): "El que entre vosotros esté sin pecado, arroje él primero la piedra contra ella."
El relato bíblico continúa diciendo: "Y ellos, cuando oyeron esto, salieron uno por uno, comenzando desde los mayores, hasta los postreros." Así el Maestro despertó la conciencia de los fariseos, cegada por el pecado, y quitó de la mujer la condenación que sobre ella pesaba. Luego ella se mostró receptiva al Cristo, la Verdad, y su pecado fué extirpado.
La evangelización del yo humano producida por el uso habitual de la conciencia es un solo paso hacia el reino de la realidad, pero es el primero que debe darse si es que deseamos entrar en el reino de los cielos. Muchos obedecen habitualmente la voz de la conciencia y sin embargo se detienen en el umbral del Espíritu.
El mortal debe renunciar a la creencia de la bondad personal y comprender que el ser personalmente bueno o malo es cosa que se relaciona únicamente con el reino de la creencia y no de la comprensión. Los fariseos que condenaban a la mujer adúltera sin duda se creían hombres justos en tanto que calificaban a su víctima de mujer despreciable. Si hubieran conocido a fondo las enseñanzas del Maestro, habrían comprendido el significado de palabras como estas (Mateo 19:17): "¿Por qué me dices bueno? ninguno se bueno sino uno solo, a saber, Dios."
La conciencia nos capacita a todos para distinguir entre el bien y el mal, pero ella nos conduce sólo hasta el pie de la pendiente que hay que ascender. A medida que nos aproximamos a su cima percibimos que toda la creación — el hombre y el universo — refleja al Espíritu.
El ritmo del Espíritu se siente por doquier. La conciencia proporciona la nota tónica que da comienzo al preludio de la armonía celestial. Aquel que omite tocar la primera nota en el teclado de la conciencia, que se descuida de obedecer la voz interior que le dice: "Esto está bien, aquello está mal", quizá encuentre que su entendimiento se ha obscurecido, y la espiritualidad del hombre y del universo le parecerá algo muy remoto.
Si, por lo contrario, continúa escuchando la voz de la conciencia y obedeciéndola, su sentido espiritual se verá vivificado, y esto le capacitará para desechar el reino de la creencia, que encierra los males de toda especie, para entrar en el reino de la comprensión, en el cual Dios es el Todo-en-todo de la existencia. En la página 18 de Message to The Mother Church for 1902, Mrs. Eddy dice: "Sed fieles, y guardad vigilantes la puerta del templo de la conciencia."