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“Misericordia, virtud no escatimada”

Del número de octubre de 1952 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para el estudiante de la Christian Science es sorprendentemente significativo que el capítulo de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy que trata mayormente de cómo curar comience con un ejemplo destacado de la misericordia (pág. 362), un ejemplo que ilustra un hecho fundamental de la Christian Science, a saber: que quien expresa Amor infinito incluye en su amor todo de lo que así se da cuenta. El Amor infinito dejaría de ser infinito si tuviera algún impulso de excluir.

En verdad, este relato de la actitud de Jesús hacia la Magdalena en la casa de Simón puede haber sido fácilmente lo que inspiró a Shakespeare a concebir la misericordia según la expresa Porcia en El Mercader de Venecia:

“Misericordia, virtud no escatimada
que el cielo envía cual lluvia sosegada ...
Doblemente bendita —
al que recibe y al que al dar se ejercita.”

El tercer Artículo de Fe de la Christian Science nos aclara llanamente que nuestra misericordia, como la de Jesús, debe pautarse conforme al perdón de Dios. Dice (ibid., pág. 497): “Reconocemos que el perdón del pecado por Dios consiste en la destrucción del pecado y en el entendimiento espiritual que echa fuera el mal como irreal. Pero la creencia en el pecado se castiga mientras dure la creencia.”

La expresión de la misericordia es un acto mutuo y unificador, porque derriba en cierto grado la barrera de las mentalidades personales que constituye “la pared intermedia de separación” de que se habla en Efesios 2:14. La misericordia habitual exige un reconocimiento continuo de que Dios es todo lo que existe, y también confianza en ese hecho, dando así lugar a que la actividad y el poder del Amor divino entren más de lleno en nuestra vida y en nuestros asuntos, y es a menudo precursora de progreso y dominio inesperados.

Que la misericordia bendice tanto a quien la recibe como a quien la da es sencillamente una declaración de subjetividad de la que el Antiguo Testamento registra dos ejemplos notables, el de José y el de David. El hecho de haber estado libres de resentimiento y de vengatividad, con el consiguiente amor a sus semejantes, hizo entrar en acción algo de su unión, de su estar a una con Dios, y el amor más grande que los animaba los guió a una esfera más amplia de servicio en bien de la humanidad y al mismo tiempo a una prosperidad personal que no buscaban ellos. La afluencia de su amor se exteriorizó en la abundancia que disfrutaron de cuanto constituye el bienestar humano.

La misericordia verdadera es tan espontánea y tan naturalmente sin esfuerzo como la expresión que el Amor divino da de su propio ser. En realidad, es un atributo de este Amor. Emana de la inteligencia verdadera. Es una expresión del Alma, exenta de predisposición e inmune a la influencia de todo testimonio de los sentidos personales.

Un sentido verdadero y científico del Amor fundamenta la misericordia que es permanente. El Amor manifiesta misericordia inevitablemente porque, como Pablo percibía tan claramente y lo indicó, el amor “no piensa el mal” (I Cor. 13:5). Cuando la mujer sorprendida en adulterio fué llevada ante Jesús, ¿se horrorizó Jesús confirmándola de ese modo como pecadora empedernida? ¿Se dejó llevar de la repugnancia o de la justificación propia? No. Escribe nuestra Guía en Ciencia y Salud (pág. 448): “La ceguedad y la justificación propia se aferran a la inquidad.” Jesús reflejaba a Dios de tal manera que sabía que la creencia de la adúltera en el pecado se le había perdonado, y con divina autoridad que curaba le ordenó (Juan 8:11): “Vete, y no peques más.”

Esta autoridad la engendraba su reconocimiento de que el hombre es eternamente hijo de Dios, un hecho que nada pudo persuadirlo a que dejara de reconocer. Era lo que lo facultaba para no desviarse nunca de su actitud que le hacía exclamar (versículo 46): “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” cuando se le presentaba cualquier erróneo cuadro que parecía negar la supremacía de Dios y la consiguiente perfección del hombre.

Este relato bíblico muestra a las claras que con la misericordia va siempre una comprensión correcta del hombre y de la creación tal como Dios conoce a ambos, y que aferrándose uno fielmente a esa comprensión exacta, atraviesa con ella y rasga el velo — el cúmulo de creencias que encubren la creación de Dios — haciendo luz sobre la verdadera identidad del hombre.

La misericordia nunca es variable por ser inherente al Amor puro e incontaminado que es Principio. La misericordia es inseparable del Amor. No puede uno amar a Dios sin ser misericordioso, porque el que ama a Dios tiene que amar a su prójimo, lo cual hace patente que el grado de nuestro amor, y en verdad la misma naturaleza de nuestros pensamientos y de nuestra lealtad para con Dios, pueden medirse por la calidad de nuestra misericordia.

La misericordia humanamente expresada se manifiesta en proporción a nuestra comprensión espiritual: es conmensurable con nuestra demostración ya establecida del Amor divino. Debe empezar por tener uno misericordia de sí mismo. Un humano que se condene a sí mismo apenas puede mostrar misericordia a los demás, porque la autocondenación que albergue y que caracterice su propia consciencia tiende a condenar a los otros que él lo quiera o que no lo quiera personalmente. Por contra, quien condene a otro no puede escapar la plaga de la condenación propia, porque el estado de consciencia en que uno esté no puede admitir huecos ni exceptuar tal o cual punto, sino que existe como un todo indivisible.

¡Qué diferente mundo tendríamos si se hubiera tratado con misericordia inteligente a los hombres y mujeres cuando niños — si al corregirlos se hubiera sentido y mostrado amor uniformemente! Se habría dado lugar a muy poca impresión de injusticia, de humillación y rebeldía — de resentimiento, furia u odio — secretamente abrigada con encono, para culminar más tarde en las tendencias criminales hoy desenfrenadas.

Todas las posibilidades del bien están presentes ahora mismo. La enseñanza de la omnipresencia e incesante disponibilidad de la misericordia y el amor de Dios que revela la Christian Science, incluye el hecho de que cualquier cosa buena que haya sido antes posible, es todavía posible en la actualidad.

Insistiendo en ésto habitualmente y ejercitándonos consecuentemente en la misericordia divina, todavía podemos librar a nuestros prójimos menos afortunados del tormento de una educación falsa o del tratamiento insensato que se les hava impuesto.

“La misericordia y la verdad se encontraron,” leemos en el Salmo 85:10. La Verdad y la misericordia son inseparables. La misericordia perfecta debe incluir completa eliminación de la consciencia de cuanto se haya perdonado o necesite perdón. Y esa es la clase de misericordia que se invoca en la segunda parte de este verso de Ana Campbell Stark:

¡ Que aprenda a perdonar,
oh Padre amado !
Y ayúdame a olvidar
que he perdonado.

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