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Un problema y su solución

Del número de octubre de 1952 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


EN respuesta a la pregunta: “¿Puede su Ciencia curar de la intemperancia?” Mary Baker Eddy contesta (en Miscellaneous Writings, pág. 37): “La Christian Science aplica el hacha a la raíz del árbol. Su antídoto contra todo mal es Dios, la Mente perfecta, que corrige el pensar mortal, del cual proceden todos los males.” Y continúa: “El apetito del alcohol cede ante la Ciencia tan directa y seguramente como la enfermedad y el pecado.”

Palabras compasivas son estas, en una época en que la mente carnal, resuelta a prolongar su pretensión de que existe a pesar de que la Christian Science la expone como falsificación, se esfuerza en cuanto puede por atormentar a la humanidad y sujetarla al mal. El creciente despotismo de la mente mortal en muchas partes mediante la seducción de las bebidas embriagantes necesita la consagrada atención de los Científicos Cristianos, porque la Ciencia aplica el hacha a la mera raíz de la falacia de que depende la seductora tentación del mal. Esa raíz es la creencia de que el hombre está dotado de sentidos físicos — la consciencia material — y de que estos sentidos pueden agrandar su terca exigencia de identificarse exitándose.

Aferrándose al hecho de que Dios es infinito, Todo, y de que los sentidos del hombre, la imagen de Dios, son puramente espirituales, los hombres prueban que los sentidos corporales son una mezcla imposible, sin Principio ni realidad, y de ese modo triunfan sobre el apetito del alcohol. Identificándose correctamente como la expresión del Espíritu, la Mente pura, sacan a luz su entidad verdadera, incorpórea e impecable. Entonces se disipa su deseo de excitar los sentidos, o sea la sensualidad, que hasta aborrecible se les vuelve.

Separar del ser verdadero los sentidos corporales es un mandato de la Ciencia, porque el hombre, la expresión impecable del Espíritu, está consciente sólo de Dios y Sus ideas divinas, nunca de la materia ni de los falsos estados mentales que a menudo la acompañan. Desde este punto de vista de la perfección uno puede probar la nada que es toda fase de sensualidad que tienda a hacer que la carne parezca real y que siente y que puede empañar la perpetua satisfacción que el hombre encuentra en el Espíritu.

Mrs. Eddy no entra en componendas con las bebidas embriagantes, no se presta a alentar o fomentar su uso en convivialidad social ni para fines medicinales ni ningún otro propósito. Dice en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 289): “Las bebidas embriagantes son un mal incuestionablemente, y el mal no puede usarse con templanza; su mínimo uso ya es abuso; por lo tanto la única temperancia es la abstinencia total.” No tiene uno más que observar el efecto degradante del uso del licor en general para reconocer que esa institución entera es un mal y una plaga para el progreso de la humanidad. Beber licores embriagantes en cualquier grado es ayudar a sostener su uso como hábito establecido, es prestarnos a uno de los peores azotes de la raza.

Todo lo que estimule o intensifique el sentido físico de la vida ahonda la mesmérica raigambre con la que la mente mortal domina a los hombres y abate la resistencia natural contra la enfermedad y el pecado. Lo que la humanidad necesita es el estímulo del Espíritu, la energía y el avivamiento del sentido espiritual que vigoriza sin dar lugar a reacción deprimente, sino que hace que nos unamos más a Dios mediante la pureza.

Pablo insistía en “que nadie ponga delante del hermano tropiezo u ocasión de caer” (Rom. 14:13), y bien pueden aplicarse sus palabras en la actualidad al despropósito de apoyar una institución que ocasiona la caída del prójimo. Dijo también: “Es bueno no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa alguna en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite.” En el Científico Cristiano recae la gran responsabilidad moral que impone el conocimiento de que los sentidos corporales son los instrumentos de la falsa mente del mal, y acrecienta la necesidad de que sea guarda de su hermano.

Como La Iglesia Madre Científica de Cristo simboliza el Principio divino que promulga y refleja, no hace ninguna concesión al uso de las bebidas embriagantes y requiere que los que soliciten ser miembros de ella se abstengan de tal uso. Las iglesias filiales siguen el ejemplo de La Iglesia Madre a ese respecto, y los miembros que se vean tentados a adoptar o reincidir en el uso de bebidas alcohólicas deben cuidar de guardar su pacto con el Principio que profesan ser suyo como lo afirmaron al recibirse de miembros.

La Christian Science profetiza, y de hecho revela, el reflejo espiritual y perfecto de Dios — el hombre intacto como imagen del Padre. La inflexible pureza del hombre real que la Iglesia Científica de Cristo está llamada a incorporar es lo que debe prevalecer como baluarte de potencia contra los ataques de la supuesta mente carnal.

La capacidad de la Iglesia para silenciar el materialismo agresivo que tiende a impedir que el reino de Dios advenga a la humanidad, depende de la integridad individual de sus miembros.

La lealtad a las enseñanzas de la Guía que ha traído a la humanidad la revelación final de la Verdad, la honrada adhesión al pacto celebrado con su amada Iglesia y el reconocimiento de la importancia metafísica de mantenerse libre de toda sensualidad que exige la demostración de la pureza del hombre — todo ésto equivale a abstenerse de gratificar en cualquier grado o medida el apetito del licor, o sea a la abstinencia total. La obediencia a este requisito merece y tiene el apoyo del Principio divino, el Amor viviente que está siempre consciente de los móviles nobles, y los lleva a feliz término en cabal cumplimiento de la voluntad del Padre.

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