La Christian Science es la mayor bendición que me ha tocado en la vida mía.
Vivíamos en una ciudad costeña de gran aglomeración durante la primera guerra mundial cuando fué vendida la casa en que habitábamos, y el casero nos avisó que la nueva propietaria deseaba tomar posesión de ella dentro de treinta días. Por más que nos esforzábamos por hallar otra morada, no encontrábamos ninguna disponible. Una semana después de haberse efectuado la venta, la compradora empezó a preguntarnos frecuente e impacientemente cuándo esperábamos mudarnos. Con mi pequeña hija a que atender y con mi esposo trabajando todo el día en otra ciudad cercana, esas visitas de la nueva propietaria me inquietaban cada vez más.
Muy perturbada un día después de haber oído tal exigencia de la nueva casera, me senté a leer “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, bien enterada de que sólo Dios podía ayudarnos. No leí más que esta declaración en la página 206: “En la relación científica entre Dios y el hombre, descubrimos que todo cuanto bendice a uno bendice a todos, según lo demostró Jesús con los panes y los peces,— siendo el Espíritu, no la materia, la fuente de la provisión.” Esa parte de la declaración, “todo cuanto bendice a uno bendice a todos,” atrajo mi atención. Se me ocurrió pensar que si la casa que ocupábamos iba a ser una bendición para la nueva propietaria y su hija joven, entonces no se nos privaría de igual bendición, sino que lo sería también para nosotros. Acogida tal idea, se desvaneció toda mi inquietud y mi resentimiento.
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