El tema del pecado ha desconcertado a teólogos y moralistas. Mary Baker Eddy percibió con claridad espiritual la naturaleza engañosa e ilusoria del pecado, su irrealidad absoluta y completa. Escribe en Retrospection and Introspection (pág. 67): “El pecado era, y es, la mentida suposición de que la vida, la substancia y la inteligencia son tanto materiales como espirituales, y sin embargo, independientes de Dios.” Mrs. Eddy comprendió que, puesto que Dios es Todo y llena todo espacio, el pecado no tiene lugar que ocupar. Vió que no se basa en la Verdad, que no se fundamenta en el Principio, y que para continuar depende por completo del falso pensar humano.
Para razonar bien hay que fundarse en el reconocimiento de que Dios, el bien, es el único creador del hombre. Los Científicos Cristianos aceptan el primer capítulo del Génesis, en el que consta que Dios se declaró enteramente satisfecho de todo lo que creó, “que era muy bueno,” como su autoridad para sostener que el hombre es espiritual y perfecto. El hombre es hijo cabal del Padre, y la espiritualidad, perfección, inmortalidad y santidad son suyas por derecho divino. No hay error o falsa creencia capaz de ofuscar al hombre que Dios creó o de encubrirle su entidad divina.
Jesús, el Maestro del Cristianismo, demostró para todos los hombres y para todos los tiempos la gran realidad de la existencia espiritual. Y Mrs. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, dilucidó sus enseñanzas y repitió sus curaciones. Ambos demostraron mediante la razón y la revelación que no existe más hombre que el espiritual. Puesto que el hombre nace de la Verdad y del Amor, en realidad no puede haber ni mente descarriada ni mente que descarríe, ni hombre que peque ni hombre contra quien pecar, ni anhelos ni deseos insatisfechos, ni afanes que no cuadren con los sentidos del Alma.
El hombre encuentra satisfacción completa en el ejercicio de las cualidades divinas. Se gloría en su libertad espiritual. Tal hombre es incapaz de pecar. Leemos en Primera de Juan 3:9: “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” La creación entera abarca Dios es Su amor infinito mediante el cual lo ha hecho todo tan perfecto como El mismo. Esta unión divina del Padre con el hijo, del Amor con el amado, constituye la perfección del hombre. Cualquier concepto que se desvirtúe de tal perfección consumada, es falsificación, falacia, fraude.
Dijo Jesús (Mateo 15:19): “Del corazón proceden malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias.” En otras palabras, los pecados que uno comete no proceden del Principio divino que es Dios, sino del falso pensar de los mortales o sea de la mente mortal. En varias ocasiones, al amonestar a los que sanaba, Jesús indicó que el pensar falso o erróneo había sido un factor causante del estado de discordancia que ellos manifestaban. Dijo en una ocasión (Mateo 9:2): “Tus pecados te son perdonados” y en otra (Juan 8:11): “Vete, y no peques más.” Cualquier pensamiento que se oponga a la Mente divina, el bien supremo, que le sea contrario o desemejante, puede clasificarse en la categoría de la supuesta mente mortal. La Christian Science revela y muestra el método correcto de reemplazar los pensamientos erróneos con ideas cristianamente científicas.
Cierta señora que deseaba pertenecer a una iglesia filial Científica de Cristo había adquirido el hábito de tomar una bebida embriagante cada noche al acostarse. Cuando el que presidía los servicios de tal iglesia anunció la fecha próxima en que podían admitirse nuevos miembros, ella sintió el deseo vehemente de contarse entre ellos, pues anhelaba más que nada en el mundo pertenecer a la iglesia; mas no podía solicitarlo mientras no se librara de ese hábito.
Al regresar a su hogar, oró pidiendo fuerzas y comprensión espiritual. Ella sabía que ese deseo de pertenecer a la iglesia se originaba en Dios, que sería un paso adelante en su camino de los sentidos hacia el Alma, y que ninguna pretensión errónea podía estorbar ni impedir su progreso. Consultando las Concordancias, estudió los escritos de Mrs. Eddy sobre el particular para mejorar su comprensión, y antes de abandonar su escritorio ya sentía la convicción de que había desaparecido para siempre el mal hábito. Más tarde solicitó pertenecer a la iglesia, fué admitida, y desde entonces ha sido un miembro activo y entusiasta.
Pecado, diablo, el mal, magnetismo animal, hipnotismo o como quiera que se llame el error, carece en lo absoluto de autoridad o poder. La Verdad ha sido, es y será siempre omnipotente, y esta gran realidad aniquila por completo la pretensión y la impostura de que el pecado tiene lugar y poder. Cuando esta comprensión o conocimiento verdadero ahuyente la niebla y aclare la vista, la humanidad cesará de temer el pecado o de gratificarlo. Una vez renunciado el pecado, el hombre puede elevarse por sobre él hasta olvidar aún su recuerdo.
El pecado no puede enseñorearse del hombre. Como todo el poder radica en Dios, el Principio divino, el mal no puede obrar ni influir ni gobernar ni dominar. Dios es el único poder, y el hombre, Su reflejo, nunca puede estar subordinado a un poder inferior puesto que ningún otro poder existe.
Jesús se rehusó en toda ocasión a pensar mal. Tan imbuido estaba en Cristo que inmediatamente advertía el mal en el pensar humano, y lo desechaba. Así es como el Cristo, que incluye todo lo bueno y excluye todo lo malo, salva de toda sensación de pecado. La pureza inmaculada de Jesús debe ser nuestro dechado. La pureza es atributo de Dios y está siempre presente en toda Su creación. Cuando la asimila la consciencia humana, produce gozo efectivo, satisfacción verdadera y libertad absoluta. El pensamiento puro siempre atrae lo bueno, lo sano y genuino. El hombre tiene todo poder como reflejo que es de Dios. Esta es la roca sobre que descansar o afirmarse, y es la base de toda demostración sobre la sensación del pecado. Lo bueno es natural y normal; lo malo es anormal y antinatural. En esta era de ilustración científica y de progreso humano, deberían disminuir los falsos deseos y la gratificación sensual que debilitan y menoscaban la fibra moral de cualquier raza.
Pablo amonesta (II Cor. 6:17): “Salid de en medio de ellos, y apartaos.” Es decir, debemos apartarnos de cuanto pretenda tener poder o presencia fuera de Dios. Los Científicos Cristianos no toman cocteles simplemente por ser consecuentes con sus amigos, ni fuman por considerarlo “inofensivo,” ni consultan horóscopos “por mera diversión.” En Miscellaneous Writings (Escritos diversos, pág. 115) dice nuestra Guía: “Sabed esto: que no podéis vencer los efectos del pecado en vosotros, si en forma alguna gratificáis el pecado; porque, tarde o temprano, caeréis víctimas tanto de vuestro propio pecado como de los de los demás.” Jamás hay ninguna necesidad del mal, jamás ninguna vez en la que no nos quede otro recurso. El bien constituye la única actividad que guía, sostiene, y gobierna todo deseo sano. Sólo la Verdad atrae y satisface. Con el transcurso del tiempo todo pensamiento ha de sujetarse a la Verdad. Dice uno de nuestros himnos de la Christian Science (No. 383):
“Lo que te anuble la Verdad
o empañe tu candor,
por tenue que lo quieras ver,
te hará ser pecador.”
Una gran batalla se acerca, una batalla contra todo pensamiento opuesto a Dios. No podemos ser libres mientras hagamos de lo carnal una realidad o pretendamos tener una entidad independiente de Dios. En verdad no hay actividad fuera de la divinidad; no hay atracción fuera de la que fomenta el amor y la devoción de la humanidad hacia la pureza, la moralidad, la espiritualidad. Hay en la página 568 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” un epígrafe marginal, “Cántico de júbilo,” bajo el cual escribe Mrs. Eddy: “Por la victoria sobre un solo pecado, damos gracias y ensalzamos al Señor de las Huestes. ¿Qué diremos pues del portentoso triunfo sobre todo pecado? Un cántico más alto y más dulce de lo que jamás se haya levantado a los cielos, ahora sube, más claro, y llega más cerca del gran corazón del Cristo; porque el acusador no está allí, y el Amor canta su prístina y perenne melodía.”