Quiero expresar de corazón mi profunda gratitud por las muchas bendiciones que he recibido mediante el estudio de la Christian Science. Dentro de tres días después de comenzar a leer nuestro libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, sané de unos dolores de cabeza crónicos que sufría desde que tenía cuatro o cinco años. Treinta años hace que experimenté esta curación que ha sido completa y permanente, y en ese período he obtenido otras curaciones que mucho agradezco.
Quizá alguien diga: “La Christian Science es buena para dolores de cabeza y otras dolencias de menor importancia, pero ¿para otros problemas, como los de los negocios?” Hay que tener presente la definción siguiente que da Mrs. Eddy de la Christian Science (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 1): “La ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal.” De manera que cuando vivimos conforme a las enseñanzas de la Christian Science, moramos constantemente en “la ley de Dios, la ley del bien.” En consecuencia, nunca podemos hallarnos en una situación en la que la ley de Dios, el bien, no nos esté esperando para auxiliarnos y curarnos. Para ilustrar este punto, deseo relatar lo siguiente que me sucedió, esperando que ello ayude a algún estudiante en su camino:
De 1933 a 1938 yo concedí crédito rebasando los límites de mi propia capacidad financiera viéndome por fin obligado a clausurar mi negocio. En 1940 escribí a todos mis acredores participándoles la próxima reapertura de mi negocio y que planeaba pagar todas mis deudas más el interés correspondiente. Algunos de ellos me contestaron, otros no. En seguida fuí al banco y solicité un préstamo con que adquirir los enseres necesarios para el funcionamiento de mi nueva empresa. La primera reacción del banquero era que yo debía someter mi petición notarial declarando mi negocio anterior en bancarrota; que no podía gestionar un nuevo negocio y luego de allí sacar lo necesario para cubrir mis adeudos anteriores. Pero yo no recordaba haber leído en ninguno de los escritos de Mrs. Eddy que un hombre tenía que fracasar a fin de lograr prosperidad y éxito. Cuando el banquero se percató de que no podía persuadirme a que registrara mi declaración de bancarrota, negoció conmigo el préstamo. En unos dos años más tarde ya había yo liquidado por completo todas mis cuentas con los acredores y con el banco.
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