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Ternura y poder

Del número de abril de 1952 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No hay poder sin ternura. Esto era claro para Mary Baker Eddy que descubrió la Christian Science y probó el poder del Amor en incontables casos de curación. Tenemos sus palabras sacadas de su profunda experiencia: “La bondad acompaña toda la fuerza que el Espíritu confiere” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 514).

El Padrenuestro, que termina con la declaración del Maestro (Mat. 6:13): “Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, para siempre,” indica que Dios es la fuente de todo poderío. Y el espíritu humanitario y la devoción compasiva con que Cristo Jesús curaba significan que Dios es Amor. El poder del Amor siempre ha de ser tierno y compasivo, una fuerza impregnada en el ardor del afecto espiritual — un amor desinteresado. No simplemente la letra, sino el espíritu a la manera del Cristo es lo que dota al estudiante de la Christian Science de la habilidad para curar y elevar a la raza humana.

Dice Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 113): “Hoy en día la letra de la Ciencia llega abundantemente a la humanidad, pero su espíritu viene sólo poco a poco. La parte vital, el corazón y el alma de la Christian Science, es el Amor. Sin el amor, la letra no es sino el cuerpo muerto de la Ciencia,— sin pulso, frío, inanimado.”

Los estudiantes de la Christian Science disfrutan de la rica bendición de su letra, pero sin fundamentarla con fe en Dios y con un vivo deseo de divulgar las buenas nuevas de Su amor demostrable para todos, afirmar meramente la letra confiere escaso poder para sanar. Da gusto pensar en el ardiente amor de Pablo hacia la humanidad cuando oraba día y noche por sus amigos, con lágrimas de angustia, soportando los desmanes de la persecución, emprendiendo jornadas arriesgadas a fin de que pudieran ellos recibir las lecciones de la vida del Ejemplificador del camino con la convicción a plena fe que les infundiera amor cristiano en su diario vivir y que los transformara.

Nada es demasiado duro ni demasiado inconveniente para hacerlo en favor de la humanidad que sufre cuando nuestra fe y amor espiritual dan testimonio de que entendemos la Christian Science. Tal ministerio es potente porque es tierno. El anhelo que siente el corazón de consolar y sanar encuentra su respuesta en la oportunidad de hacerlo así, mas la mentalidad satisfecha únicamente con la letra de la Ciencia rara vez atrae algún paciente a su puerta. El espíritu tiene que correr parejas con letra si ha de alcanzarse el poder de la Verdad para disipar el sueño de la mortalidad y si ha de lograrse la salvación que la Causa de la Christian Science promete a la raza humana. Quizá el más grave peligro de que hay que precaverse es la tendencia de uno a contentarse con la somera facilidad con que reconoce la letra de la Verdad sin esforzarse resueltamente por mantener vivo el espíritu de la ternura y del amor que asegura la curación.

La ilación que muestran las ideas recopiladas en los capítulos décimotercero y décimocuarto del Evangelio según Juan es muy significativa a este respecto. En el primero vemos que el Maestro inculca a sus discípulos la tierna lección del amor desinteresado: la disposición a purificarse los unos a los otros, a servir con la humildad que Cristo Jesús simbolizó al lavarles los pies. Dijo él: “Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros; así como yo os he amado, para que vosotros también os améis los unos a los otros.”

Talvez con ello les enseñaba Cristo Jesús que primero hay que posesionarse firmemente del espíritu de ternura y amor si el sentido científico del ser indicado en el capítulo siguiente ha de demostrarse con poder. El “yo” va al Padre: la unión entre la Mente y el hombre se pruebra sólo cuando la comprensión descansa en la actividad del amor desinteresado. El Consolador no podría consolar si consistiera únicamente en teóricas declaraciones respecto a Dios y Su creación, dado que “la parte vital, el corazón y el alma de la Christian Science, es el Amor.”

La ternura verdadera nunca es sentimentalidad; ni es tampoco emotividad. De ahí que no siempre concuerde con las normas de la humanidad. No tan sólo, sino que a veces exigen los hombres mucha atención personal como el ideal de la conducta cristiana, y su omisión los mueva a rebeldía. Cuando se manifiesta Amor sinceramente, la sabiduría presenta el modo adecuado de realizar el mayor bien en provecho de todos. Para el empedernido en su propia personalidad, los modos del Amor puede que hasta rudos o egoístas le parezcan, pero su autenticidad queda probada por la rotunda eficacia de la curación lograda.

No fué falta de ternura lo que indujo a Mrs. Eddy a prescindir de la tarea de enseñar y curar y a retirarse de mucho del contacto personal con el mundo. Observa ella en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea, pág. 117): “Un motivo personal gratificado por los sentidos deja a uno como ‘caña meneada por el viento,’ mientras que ayudar a quien guía hacia Dios, concediéndole tiempo y retiro a fin de que prosiga en la ascensión infinita,— la comprensión del orden y la consciencia divinos según la Ciencia, — le interrumpe su propio sueño de los sentidos personales, cura su mal, y lo hace un Científico Cristiano.” Los éxitos que logró nuestra Guía durante sus años de retiro son pruebas de que su tierna solicitud había adoptado una esfera de acción más universal, de que atendía a las necesidades de los hombres en el más alto sentido de que el afecto es capaz.

Conservar vivo y activo el amor cristiano impide que la letra científica se embote y se vuelva impotente para que nuestra comprensión surta su efecto. Evita que los tratamientos metafísicos que uno dé sean superficiales — inánimes e ineficaces. Las declaraciones de la Verdad absoluta adunadas a una fe viva en el poder de Dios para bendecir, traen consigo salud y progreso. Cuando nos falte potencia espiritual, contamos con la instrucción que da la Ciencia para examinar nuestros pensamientos y descubrir cuánta es la ternura que manifestamos, cuánto de “la parte vital” de la Christian Science aportamos a nuestra tarea.

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