La parábola de los talentos que Jesús empleó encierra un hecho a la luz de la Christian Science
Nombre que Mary Baker Eddy dio a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”que bendice grandemente a los que lo atienden como es debido. Este es el hecho: que todas las fases de la experiencia nuestra tal como aparecen humanamente son susceptibles de mejorarse utilizando los medios que esta Ciencia ofrece tan ampliamente.
Sin intentar decir todo lo que estaba en el pensamiento del Maestro mientras decía las palabras de la parábola, podemos ver inequívocamente ciertas cosas que estaban allí. Él se percataba de la naturaleza de Dios, el bien infinito, y de la naturaleza del hombre, de todo hombre, como la expresión perfecta e ilimitada de ese bien. Y observaba al mismo tiempo, con comprensible compasión, cuán ignorantes o inatentos sobre esto estaban los que lo rodeaban. Eran como herederos de una inmensa fortuna sin que lo supieran todavía y así seguían viviendo en pobreza. Con la parábola, el procuraba evidentemente poner al tanto a la humanidad — a sus contemporáneos como a los que vivieran subsecuentemente incluso nosotros — de la riqueza que es realmente nuestra.
Él percibía indudablemente que lo único que nos impide estar felizmente conscientes de esta riqueza y de experimentarla es nuestra incredulidad en ella — nuestra falta de comprensión de su naturaleza verdadera. De ahí que tengamos sus enérgicas palabras contra el que gratificaba ese estado de consciencia o modo de pensar — el siervo que había recibido un talento sin que hubiera hecho nada con él. Jesús describe al amo de los siervos diciéndole (Mateo 25:26): “¡Siervo malvado y perezoso!”
Es obvio que este siervo representa ese tipo de mentalidad que no se da cuenta del hecho de que el bien que ha aparecido a la percepción humana es siempre sólo una señal de que hay presente mas — del bien que en realidad nunca se restringe en nada. Es un modo de pensar de tal índole que su propia falsedad acaba por desacreditarlo, pero que mientras no se corrija tiende a desvanecer aún el concepto del bien que le quede, como lo indicó Jesús en las siguientes palabras del amo de ellos dichas con referencia al mismo siervo: “Quitadle, pues, el talento.”
Pero considerad sus palabras a los otros siervos, los que habían tenido un concepto más amanecido del bien que habían recibido y por lo mismo habían logrado acrecentarlo: “Muy bien, siervo bueno y fiel, en lo que es poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor.”
El significado práctico de todo esto es inequívoco para nosotros a la luz de la Christian Science. Es claramente, que lo que de bueno se ha mostrado en nuestro pasado o vemos ahora en nuestra experiencia es sólo un indicio del bien mayor que está a la mano y que podemos demostrarlo hasta en la misma hora en que lo percibamos y en todo el tiempo venidero. Por tanto, nosotros no tenemos que decirle al amo, en las palabras del que recibió sólo un talento: “eres hombre exigente.” Nosotros sabemos que a Quien servimos, el Principio divino que nos gobierna y que en realidad nos hace armoniosas todas las circunstancias o condiciones de nuestra vida, no es exigente en el sentido de exigir caprichosa o restrictivamente, sino suma e infinitamente benéfico; y sabemos también que la Christian Science nos proporciona los medios para probar esta gran verdad y así obtener todavía mayor evidencia del bien en cada una de las fases de nuestra experiencia.
Tanto la seguridad de este hecho en sí como el método preciso para que lo probemos nos los da en toda su plenitud la bien amada Descubridora y Fundadora de la Christian Science, Mary Baker Eddy, en el libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” y en sus otros libros. Nos dice, por ejemplo, en Ciencia y Salud (pág. 6): “Dios no está separado de la sabiduría que confiere. Tenemos que aprovechar los talentos que Él nos da.” Y en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 183) indica claramente que “lo que es posible para Dios, es posible para el hombre como reflejo de Dios.” Y en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea) sintetiza en una sola oración el método para probar estas declaraciones cuando dice (pág. 160): “Vivir de tal manera que la consciencia humana se mantenga en relación constante con lo divino, lo espiritual y lo eterno, es individualizar el poder infinito; y esto es Christian Science.”
En ninguno de estos pasajes ni en ninguna otra parte de sus escritos insinúa que haya alguna circunstancia de ninguna clase que pueda realmente interrumpir nuestro progreso en la prueba de estas cosas. Nuestra tarea se concreta sencillamente a ver que no creamos que haya tal circunstancia y a pensar y obrar de acuerdo con esto.
¿Cuáles, pues, son algunos de los talentos que Dios nos da ?
Hay el talento de la salud. Nos la da porque está en Su naturaleza tenerla, y porque estamos a una con Él, expresando Su naturaleza. En realidad es una salud inmejorable o sin que necesite mejorarse, puesto que ya es perfecta. Es también inalterable — intacta porque jamás la afecta ni la incertidumbre ni la ansiedad, completamente segura en su propia naturaleza, incapaz de ser nada sino armonía divina y sin nada que le estorbe o le ofrezca resistencia. Esta es la naturaleza real de la única salud que existe — la salud de Dios y de cada uno de nosotros como reflejo Suyo.
El concepto que la humanidad parece tener de la salud es diferente por supuesto — limitada y decididamente sujeta a cambio favorable o desfavorable, como el cuadro que la mente humana presenta de todo. Pero Mrs. Eddy llama a cuentas a ese cuadro de desdicha con una seguridad de lo mas definitivamente científica. Ella muestra la naturaleza verdadera de la salud y muestra, además, que conocerla en su verdadera naturaleza es desvanecer la falsa impresión de ella y obtener evidencia de la verdadera. Por tanto, hasta desde el punto de vista humano, la salud no es algo que se imponga a su proprio modo sin hacer caso de nada más, ni más o menos indiferente a lo que hagamos acerca de ello. No es algo que tarde o temprano acabe por deteriorarse y desaparecer. La salud es algo sobre lo que podemos tener dominio completo mediante la Ciencia. Es un talento que podemos y debemos aprovechar.
¿Puede decirse eso de todos? ¿Puede decirse, por ejemplo, de los hombres y las mujeres que se asignan al servicio militar? La respuesta llana de la Ciencia es que sí— sin reservas de ninguna clase. Sean cuales fueren las circunstancias que se les deparen a estos hombres y mujeres, su salud no sólo puede permanecer inalterable sino que puede mejorar. ¿Cómo? Comprendiendo mejor lo que es realmente la salud. Sabiendo que ellos no son físicos sino espirituales; que no viven en un cuerpo material sino en la Mente infinita, en el Alma. Percibiendo de ese modo que la salud está en la naturaleza misma de las cosas — en la naturaleza de Dios, la única presencia, y en ellos mismos como Su reflejo — pueden regresar mejor compenetrados de lo que es la salud, sintiéndose más fuertes y libres, física y mentalmente, que cuando se alejaron de sus hogares; y muchos así lo han experimentado.
¿Es esto mismo esencialmente cierto de todos, en cada período de la vida humana tal como aparece, el período en el que los infantes se consideran propensos a ciertas enfermedades, el período en el que parecen estar sujetos a ciertos riesgos por estar madurando, el período de los jóvenes y de las jóvenes, el de la supuesta edad media, o cualquiera de los subsecuentes períodos de la humana experiencia individual? La clara respuesta de la Ciencia es que la regla no tiene ninguna excepción — que para todos y en todo tiempo lo que ha parecido salud normal puede conservarse o recobrarse, si se hace necesario, y puede también superar a esa supuesta norma. En todo período hay de lo que es bueno tanto disponible como en cualquier otro período, y en cualquier punto lo que de salud entendemos y experimentamos puede volverse más semejante a la salud verdadera.
Si después de esforzarse como mejor pueda quien busque mejor salud no ha logrado obtenerla, no es necesario que se desanime. Todavía puede hallar consuelo y certeza en el hecho de que la salud real es un derecho que Dios le otorga, que sólo requiere comprenderla mejor espiritualmente para probar que es así, y que esa mejor comprensión que se requiere se halla asequible y es natural en él.
¿Y qué decir de la inspiración? Pues no es un talento con el que no estén familiarizados los estudiantes de la Christian Science. Cuando nos ponemos a estudiar una de las Lecciones-Sermones del Cuaderno Trimestral de la Christian Science, o damos un tratamiento, o desempeñamos nuestras otras tareas, nos damos cuenta de que fluyen de por sí los pensamientos buenos y verdaderos — los que expresan la naturaleza de Dios y por lo mismo, de Dios emanan. Eso no sólo ha sido un gozo en sí, no sólo nos ha hecho sentir que pisamos sobre la roca con la consiguiente seguridad dichosa del bien, sino que también ha beneficiado inevitablemente las circunstancias humanas con las que nos concernimos. Esta inspiración ha curado al enfermo en cuyo favor hemos laborado, ha facilitado más la ejecución de lo que emprendimos y lo ha hecho más eficaz mejorando así nuestro ejercicio de la profesión o servicio a que nos dedicamos de ordinario, sea lo que fuere, y nos ha dado una evidencia más del bien.
¿Cómo tomar nosotros esa inspiración? ¿Cómo algo excepcional, algo que puede ir y venir, algo que a veces se halla menos asequible que otras veces? ¿Hemos de creer que algún grado glorioso que de ella experimentamos en lo pasado ya no nos es posible experimentarlo? ¿O que el grado todavía más pleno que de ella habíamos esperado y orado por conseguir ya no nos será posible obtenerlo por una u otra causa?
Tener cualquiera de esos conceptos de nuestros momentos de esclarecimiento espiritual sería malentender su carácter y significado verdaderos. La Christian Science nos muestra claramente que la inspiración no es algo realmente excepcional en nosotros o en los demás. No es un estado de excitación del pensamiento humano, ni nada que tenga límites necesariamente, o que fluctúe o se desgaste. Lo que hemos visto humanamente de inspiración verdadera ha sido en ese grado un reconocimiento de la realidad y también una evidencia de la realidad. Es que se ha manifestado en cierto grado la naturaleza verdadera de la Mente divina y de nuestra propia identidad verdadera. Aun cuando mejor aparezca, no es sino un indicio del desenvolvimiento perfecto e incesante de la perennemente ilimitada inspiración de la Mente y del hombre.
En consecuencia, cualquier sugestión de que una inspiración tan buena como la que hemos disfrutado en lo pasado, y hasta un grado más elevado, no sea posible para nosotros ya, es absurdo, y hay que redargüirla y rechazarla inmediatamente con la autoridad que la verdad nos da, la verdad de que la única inspiración que hay es constante y perfecta — la inspiración de la Mente divina e infinita que cada uno de nosotros refleja a perfección. La inspiración que hemos experimentado humanamente es por tanto mero sorbo nuestro de la fuente que siempre está llena y derramándose. Es pues otro talento que podemos y debemos utilizar.
La Ciencia muestra inequívocamente que no hay circunstancia humana ni material capaz de limitar la inspiración que existe a nuestra disposición. Ni la juventud ni la vejez, ni la salud ni la enfermedad, ni la pobreza ni la prosperidad ni ninguna otra circunstancia tiene en realidad poder alguno para impedir o estorbar el desenvolvimiento en nosotros de la inspiración verdadera. Sólo la aceptación de alguna creencia en contrario y completamente infundada puede parecer que haga eso. Cuando nos desprendemos de tal creencia mediante la comprensión espiritual, probamos el hecho divino, y naturalmente que la prueba puede ser continua y creciente.
Las pruebas de la incesante disponibilidad de la inspiración divina han sido a veces muy sorprendentes. El profeta Elías se sentía una vez tan desalentado, tan falto de inspiración, que huyó a un desierto y oró a Dios que le quitara la vida. No obstante, en meros días que pasó él orando ya en actitud distinta, fue alimentado y guiado divinamente a escuchar la voz callada y suave, y siguió avanzando hacia la mayor de las grandes pruebas que él tuvo de la presencia y el poder de Dios. Si alguna vez Jesús se desanimó en tal sentido en su experiencia, ha de haber sido, al hallarse crucificado, exclamando (Mateo 27:46): “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has desamparado?” Con todo eso, al tercer día su inspiración superó hasta vencer a la muerte.
En nuestros propios tiempos hay Científicos Cristianos que han visto de continuo que inmediatamente después del desaliento y la depresión de ánimo puede venirles no sólo un grado mejor de inspiración, sino el más culminante que han experimentado. Nosotros comprendemos por qué es así. Porque la cosa verdadera y a plenitud, la inspiración ilimitada de la Mente y del hombre nunca está ni a un centímetro de distancia en el espacio ni a un minuto en el tiempo. Siempre está a la puerta misma de nuestra consciencia según parece humanamente, lista para anegarnos en el acte en que le abramos la puerta. Si nos parece difícil abrir la puerta a veces, no hay que preocuparnos. Podemos abrirla siempre. Dicho de mejor modo aún, ni siquiera hay puerta entre nosotros y la Mente de que proviene la inspiración perfecta: Es nuestra Mente.
Si alguien buscara una sola palabra que sea común a todos los talentos que posee, difícilmente hallaría una mejor que “expresión.” En realidad, eso es lo que cada uno de nosotros no solamente posee sino que es— expresión de todas las cualidades, todas las funciones de la Mente infinita. Ese es el talento que cada uno de nosotros tiene como idea de Dios que es. Apenas si es preciso encarecer la práctica importancia de esta revelación que nos imparte la Christian Science. Porque es claro aún desde el punto de vista humano ordinario, que el mínimo común denominador de todo disturbio no es sino expresión restringida. Alguien que parece incapaz de expresar lo que necesita expresar —, salud, inspiración u otra cosa. Y ese es el disturbio.
Tenemos derecho a recordar que es sólo la mente mortal la que presenta semejante cuadro. En realidad cualquier apariencia de expresión restringida es completamente falsa. Es magnetismo animal, ilusión mesmerica y hay que tratarla como tal, con el vigor y la certeza de la Ciencia. Podemos ver en tales casos que el mal no está atrincherado en nosotros por la simple razón de que en nuestro ser verdadero somos expresión perfecta e ilimitada — la propia expresión infinita que de si misma refleja la Mente divina. Por tanto, podemos ver que el mal de que se trate, a pesar de su apariencia de realidad y quizá de su gran terquedad, no tiene otro carácter para quien reconozca la verdad que el endeble y totalmente ilusorio de las pseudo-evidencias que fingen apoyarlo.
La mejor expresión que buscamos no suele venir siempre en la forma que pensábamos fuera la más deseable. Pero vendrá en la mejor forma si la buscamos sinceramente conforme nos amonesta Jesús (Mateo 6:33): “Buscad primeramente el reino de Dios, y su justicia.” Lo que obviamente se requiere para toda demostración progresiva según la Christian Science, es progresivo reconocimiento de la naturaleza de Dios y de nuestra propia naturaleza como expresión de Su rectitud. Mediante ese reconocimiento, se nos dan “por añadidura” las cosas que necesitemos, como dijo Jesús. En otras palabras, mejorando nuestro reconocimiento de la naturaleza de Dios, tenemos la expresión de Su naturaleza que mejor se adapte a las circunstancias.
Así es cuando se trata de cualquier facultad o característica del ser verdadero. Así es con la vista. Cualquier dificultad para ver, sea mental o físicamente, es sólo falta de reconocimiento de que es muy nuestra la percepción perfecta propia de la Mente infinita. Cuando uno se compenetra de lo que es realmente ver, atributo inevitable de la inteligencia divina, y aprende que la percepción perfecta es la naturaleza misma de su ser, su vista deja lo que de falso y limitado haya tenido.
Así es tratándose de oír. Así es de su modo de sentir. Si en cualquiera de estos respectos su experiencia no es satisfactoria, lo que uno necesita es sólo comprender mejor el carácter espiritual y perfecto de la facultad de que se trate: que es facultad inalterable de la Mente única e infinita que se expresa directamente en él. A medida que se da cuenta de este gran hecho ye se vuelve radicalmente de la falsa educación que lo ha hecho creer otra cosa, reconociéndose a sí mismo como espiritual y por lo mismo no sujeto a ningún desperfecto o defecto como expresión de Dios que es él, encuentra que se desvanece su falsa sensación y que aparece la verdadera.
Así con sus fuerzas, con su servicialidad, con sus recursos, con sus relaciones con los demás, con su sabiduría y amor y todo lo que sea realmente deseable. Cualquier inadecuación que experimente a ese respecto es únicamente su propia falta de percepción de lo que es la cosa real y de ver que esa cosa real es adecuada, siempre está presente y perfectamente expresada en el ser de uno mismo. En la proporción en que haga esto, aparecerá la evidencia del hecho divino. Así aprovecha el talento y en esa proporción “entra en el gozo de [su] señor.”
    