Un verano el padre y la madre de Teddy y sus dos hermanos mayores lo llevaron a la costa de Maine. Se alojaron en una quinta pequeña en la playa de una bahía del océano.
Las olas del océano eran suaves en esa bahía chica, y los tres muchachos se dieron gusto bañándose en ellas. Teddy aprendió a nadar unas cuantas brazadas y esperaba poder algún día nadar hasta un muelle abandonado y solitario, más allá pero a la orilla de la misma playa. Estaba lejos y había por allá unas rocas grandes y el agua estaba muy honda.
Una tarde, jugando con un amiguito, hallaron un cajón grande vacío en la playa. Lo tomaron como su barco y se pusieron a jugar que tenían una misión importante que desempeñar. Teddy se subió al cajón y con una tablilla por remo se echó a remar él solo. Como era ya casi la hora de la merienda, le suplicó a su amigo corriera a su casa y le dijera a su mamá que regresaría a casa tan luego desempeñara su misión.
Se alejó balanceándose el barquito que era el cajón a medida que remaba su dueño, pero muy pronto, al llegar a donde estaba hondo, las olas trataban de estrellarlo contra las peñas altas y ásperas. Se asustó Teddy; pero luego recordó que en la Escuela Dominical de la Christian Science él había aprendido que Dios es Amor y que el Amor estaba siempre con él y lo protegería. No obstante la corriente tan fuerte y el viento en popa, algo parecía balancear al barco alejándolo de las rocas, y él se dió cuenta de que el Amor lo cuidaba.
Como su barco era un cajón, comenzó a entrarle mucha agua y él no hallaba cómo virarlo o darle vuelta. Entonces se acordó que la Biblia relata que Pedro se había asustado al andar hacia Jesús sobre las olas porque el viento se encrespaba. Pero Jesús lo socorrió diciéndole (Mateo 14:31): “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” porque sabía que allí estaba el Amor en ese mismo instante. Así es que gritó Teddy: “¡Dios está en todas partes, luego está aquí ahorita mismo!”
De repente descubrió que se hallaba cerca del muelle abandonado. Allí estaba, sobre pilotes que se elevaban más de dos metros fuera del agua, todo cubierto de lama verde y resbaladiza que le había echado el océano.
Teddy se puso a pensar cómo subirse al muelle. Y como sabía que Dios le ayudaría, notó una viga transversal clavada a los pilotes. Agarrándose de ella, saltó del barco. Así se vió por fin en el muelle, un muchachito muy contento y hambriento, corriendo a su hogar para merendar.
Cuando su amigo lo admiraba creyéndolo un héroe, Teddy le dijo con toda calma: “Tenía un Auxiliador secreto.”
Cuando Teddy se puso a navegar tenía una roncha por toda la cara que le había infectado una hiedra venenosa y uno de sus ojos casi estaba cerrado por eso. Pero cuando volvió a su casa ya ni rastro había del error en su rostro con mejillas chapeteadas, y sus ojos azules estaban ambos muy abiertos y claros.
Teddy había demostrado la presencia apacible del Amor divino. Y cuando cantara otra vez en la Escuela Dominical el himno de Mrs. Eddy (No. 210) que contiene el Himnario de la Christian Science, ya podría entender mejor sus palabras:
“Gentil presencia, gozo, paz, poder,
divina Vida, en todo está Tu ser.
Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar.”