Habiendo experimentado lo que solo el Principio divino pudo haber hecho posible, se me clarificaron las palabras que se hallan en la I Corintios (2:9): “Cosas que ojo no vió, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano — las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le aman.”
En el año de 1949 mi madre, que no era entonces estudiante de la Christian Science, se enfermó repentinamente de un grave dolor en el abdomen. El diagnóstico del médico, basado en un análisis de laboratorio, declaró la enfermedad cáncer en el hígado. El doctor declaró que no había esperanza de curar a mi madre. Mi padre tenía mucho temor, por creer también que nada se podría hacer por ella.
Pero yo no me dejé perturbar sino que me aferré de día y de noche a la verdad rechazando sin cesar las sugestiones erróneas que nos asaltaban. Yo asistí fielmente a los servicios religiosos dominicales y del miércoles en la noche de una Iglesia Científica de Cristo, y de ese modo me vinieron muchos pensamientos a protegerme y apoyarme. Un practicista trabajó con ahínco y confianza ayudando a mi madre y gradualmente comenzó ella a mejorar. Desde que el practicista se hizo cargo de la situación según la Christian Science, no se aplicó ningún tratamiento médico. Cuando con el trabajo espiritual se descubrió y se destruyó la causa del mal, un odio de larga duración que mi madre había albergado, la curación fué espontánea y rápida.
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