La senda que nos lleva de la creencia y la vida mortales a la verdad espiritual del ser no se encuentra buscándola superficialmente. Se requieren una sinceridad profunda y fuerte amor a Dios y al hombre para esta transformación del pensamiento. Dijo en cierta ocasión Cristo Jesús (Marcos 12:30): “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu entendimiento, y con todas tus fuerzas.” Y añadió: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
El Maestro sabía que Dios exige perfección absoluta, y enseñó que sólo una completa devoción a la Verdad, el Principio divino, podía hacer posible demostrar esta perfección. El era demasiado inteligente para creer que algo se podría ganar haraganeando o dilatándose en la senda que lleva a la consecución de la consciencia de la realidad.
Mary Baker Eddy se percataba de esa misma exigencia y así hallamos estas palabras suyas en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 3): “El Ser Divino tiene que ser reflejado por el hombre,— de lo contrario, el hombre no es la imagen y semejanza de Aquel que es ‘del todo amable,’ paciente, tierno y verdadero; empero el entender a Dios es obra de la eternidad y exige absoluta consagración del pensamiento, la energía y el deseo.”
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