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Una función del Cristo

Del número de abril de 1955 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una de las funciones del Cristo según se entiende en la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. es consolar al que está en duelo. Muestra esta Ciencia la manera de vencer el pesar mediante el Cristo. Pensando cuán valioso es el Cristo para los dolientes, dice Mary Baker Eddy en su Himno de Comunión (Himnario de la Christian Science, No. 298):

“Al triste llama: ‘Ven a mi pecho,
tu llanto seca el Amor;
tu tristeza borrará,
y feliz te llevará
a la gloria del día sin fin.’ ”

Quien se vuelva a la Christian Science buscando alivio en su aflicción, hallará que el Cristo, o sea el divino Consolador, suple su necesidad. Aprenderá a confiar en la seguridad consoladora del inmenso amor de Dios por Su creación incluso el hombre. El Amor que es Dios se nos revela cuando renunciamos al sentido personal del amor. Porque el Amor verdadero no es personal ni finito sino espiritual e infinito. Siendo así, no podemos perder el Amor.

El entendimiento personal puede argüir que el amor debe reconcentrarse en una persona y que al quitársenos tal persona se nos priva del amor. Pero si aprendemos a darle al amor el lugar que le corresponde y nos percatamos de que todo amor queda incluido en la omnipresencia de Dios, entenderemos mejor que el amor es independiente de la persona.

El amor que es espiritual es más que amor por tal o cual persona y en verdad más que el amor que se siente por cualquier cosa. Es la esencia impersonal y pura y la actividad del ser verdadero. Una sensación personal de amor suele ser egoísta y exigente, pero a medida que progresamos en lo que de espiritual sabemos aprendemos a impersonalizar a Dios y al hombre. Un compañerismo afectuoso y feliz es el eco de un hecho divino, y en la proporción en que sea espiritual representa una verdad eterna.

En la Christian Science aprendemos que todo ser es reflejado, no transmitido. El pensamiento verdadero pasa de Dios al hombre. Nada puede interponerse o entremeterse con la habilidad que tiene el hombre para reflejar a su creador. La luz de la Vida y del Amor divinos se vuelve más vívida y vital cuando despertamos de las sombras terrenales a la serena consciencia de la vida glorificada en Dios. Este despertamiento a la vida espiritual no se logra mediante la muerte sino percatándonos tándonos del hecho de que no hay muerte y que por tanto no tienen fin ni la vida del hombre ni su servicialidad.

En ciertas formas de teología escolástica persiste la creencia de que la muerte es una amiga que libra a los mortales de un mundo de pecado y de penas trasladándolos a otro mundo de luz. Jesús no enseñó tal cosa sino que aniquiló a la muerte en su propio caso y en los de otros. Tampoco fué esa la enseñanza del apóstol Pablo que dijo (I Corintios 15:26): “El postrer enemigo que será destruido, es la muerte.”

Nosotros no nos sometemos a un enemigo sino que le ofrecemos resistencia hasta dominarlo. Es una fase de la falsa teología creer en la muerte como medio de libertarnos. El único medio de libertarnos es comprendiendo que no hay muerte, y para lograr esta comprensión no tenemos que esperar a que estemos en el más allá. Jesús triunfó al luchar con la muerte. Con su resurrección probó que todo ese procedimiento de la muerte es una ilusión. El mostró a la humanidad ser el mismo amigo amoroso, viviente y vital después de la muerte que antes. ¿No se les apareció a sus discípulos como el mismo que ya habían conocido para aquietar sus dudas y aliviar sus penas?

Isaías nos dice que el Cristo viene “a consolar a todos los enlutados” (61:2). Es de todas veras un consuelo reconocer, siquiera sea en corto grado, que está presente el poder del Cristo para resuscitar y sostener a todos los que por ser tan limitada nuestra visión, nos parezca que los hemos perdido. Fué el Cristo lo que resucitó a Jesús. El Maestro hizo valer su inseparabilidad del Cristo. Esa comprensión lo capacitó para franquear el intervalo de la muerte percatándose incesante y permanentemente de la siempre presencia de Dios y de Su semejanza que es el hombre. Con su comprensión pura y perfecta de que el hombre es inseparable de Dios cerró la brecha entre aquí y el más allá.

Los que han desaparecido de nuestra vista no por eso se han vuelto menos tangibles y substanciales que cuando los amábamos y conversábamos con ellos aquí. Por ser insuficiente su comprensión y la nuestra para franquear el intervalo de la muerte, nos parece que vinieron y se fueron, que con nacer entraron a formar parte de nuestra experiencia y que luego salieron de ella al morir. Pero mediante la razón y la revelación podemos estar seguros de que siguen viviendo y amando, continuando vivos, solícitos y activos. Ya han visto ellos, como debemos ver nosotros, que todo lo que se experimenta al morir o con la muerte es un sueño o ilusión. Cuando uno despierta de su sueño ya no sigue soñando. No regresa a su sueño para continuar afligiéndose por los supuestos sucesos tristes de que ha soñado. Se alegra de estar despierto y de experimentar el gozo y la frescura de su despertar.

El Cristo viene a desencubrir o exponer la ilusión de la muerte otorgándonos así la inmortalidad. No existe el tiempo en absoluta realidad, y vencer el tiempo es dar un paso hacia el vencimiento de la muerte, por estar relacionados el tiempo con la muerte. El divino estar consciente sólo contiene un momento: el actual. Dice Mrs. Eddy en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea, pág. 13): “No tenemos pasado ni futuro, sólo poseemos nuestro ahora.” Cuando aprendamos a vivir en el eterno ahora, seremos cada cual amo de los estragos del tiempo y de la creencia en el ir y venir.

Hay unicidad en el Espíritu, y el hombre existe en la siempre presencia del Amor. A medida que entramos en el reino del Espíritu se desploman las barreras de la separación. La existencia espiritual revela el cosmos de la creación sostenida en su grandiosa integridad. Cesemos de creer en el ir y venir y avancemos hasta encontrar al Cristo siempre presente, nuestro Consolador siempre asequible.

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