“¡ Bueno es alabar a Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo!” (Salmo 92:1.) Como el Salmista, doy gracias a Dios por las bendiciones ilimitadas que en Su amor me ha otorgado.
Hace varios años enfermé tan gravemente que tuve que dejar de trabajar. Cumpliendo con el reglamento de la casa que me empleaba, me vi obligado a llamar a un doctor que diagnosticó así: Anemia perniciosa y parálisis de la espina dorsal, afectando los ríñones. Después de consultarlo varias veces, el doctor decidió internarme en un hospital para observar mi caso. Cuando salí de su consultorio en esa última visita me hallaba sumamente desalentado, por lo cual solicité entrevistar a una practicista de la Christian Science que con su tratamiento orando me reconfortó y me sostuvo cariñosamente.
En la fecha señalada me presenté en el hospital pero iba resuelto a no quedarme allí. El doctor procuró convencerme de que me sometiera a su tratamiento, cosa que persistí en rehusar y regresé a casa sintiéndome más desahogado y más consciente de la presencia de Dios.
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