La Santa Biblia es el tesoro más precioso de toda la humanidad. Es “no sólo un libro es un poder viviente.” A Napoleón se le atribuyen esas palabras, dichas cuando, desterrado en la Isla de Santa Elena, él meditaba en lo pasado, lo presente y lo futuro.
Todos los Científicos Cristianos tienen en gran estima a la Biblia. Hablando de ella dice Mary Baker Eddy explicando lo que escribió en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 110): “Para seguir estas indicaciones de la revelación científica, la Biblia fué mi único libro de texto.” Y ella nombró a la Biblia y a Ciencia y Salud conjuntamente único pastor de la Iglesia Científica de Cristo.
Por cientos de años la palabra inspirada de la Biblia ha sido un poder viviente. No siempre en forma de libro al principio. Los arqueólogos cuentan que los comienzos de ella se grabaron en lápidas de piedra o de barro. Más tarde en rollos de pergamino, badana o papiro. Pacientes escribas copiaban afanosamente a mano memorias de las predicaciones y enseñanzas de Moisés y los profetas.
En la antigüedad se acostumbraba que los que conquistaban a una nación se llevaran cautivos a los de esa nación para que sirvieran como esclavos en la tierra de esos conquistadores. Cada vez que conquistaban a Israel, sus más preciados tesoros, los rollos antedichos, los guardaban en algún lugar seguro, probablemente escondidos o enterrados en algún sitio secreto para que no se los llevaran a los destruyeran. Después, cuando los israelitas lograban volver a su propia tierra, los rollos que ellos llamaban “el Libro del Pacto,” o “el Libro de la Ley,” salían de su escondite, y se convocaba al pueblo a que volviera a reunirse para escuchar su lectura otra vez. Uno de esos casos se relata en el capítulo octavo de Nehemías. Eran ocasiones de mucho regocijo entre ellos. Se proclamaban fiestas que a veces duraban varios días en las que ese pueblo humilde daba gracias a Dios por haberles restituido su patria.
Siglos más tarde, cuando Cristo Jesús se disponía a leer en la sinagoga de Nazaret, le dieron el libro de Isaías. Leyó en él la profecía respecto a la misión que Dios le había asignado para curar y salvar a la humanidad. Terminada la lectura, enrolló el libro y dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos” (Lucas 4:21). Gloriosamente cumplió él con su misión, como también lo hicieron sus discípulos y apóstoles después. Las epístolas que algunos de esos apóstoles escribieron a las iglesias primitivas del Cristianismo fundadas por ellos vinieron a ser el núcleo del Nuevo Testamento o segunda parte de la Biblia. Los Evangelios relatan las palabras y las obras de Jesús; y Juan, “el discípulo amado,” escribió el Apocalipsis o Libro de la Revelación.
A esos siglos primeros del Cristianismo les siguieron los llamados Siglos Obscuros. En esos tiempos se recogieron diversos manuscritos de las Sagradas Escrituras que se empastaron como libros. Los escritos en hebreo del Antiguo Testamento y los escritos en griego del Nuevo Testamento fueron luego traducidos al latín que vino a ser el idioma de la iglesia y de los tribunales. Pero los ejemplares así traducidos eran tan raros y costosos que al pueblo en general le fué imposible adquirirlos. Ni tampoco podían entenderlos, por estar escritos en latín que no era el lenguage del pueblo.
El siglo dieciseis trajo la gran Reforma Protestante por toda la Europa. Entonces comenzó a traducirse cada vez más al lenguaje común del pueblo. En seguida se imprimió en cantidades que gradualmente hicieron ya posible circulara libremente entre casi todo el pueblo. Mucho tenemos que agradecer a los traductores primitivos de la Biblia, pues fué su vasta visión, su amor y su indomable valor y constancia porque lo hacían atrayéndose una persecusión muy severa lo que hizo posible que se publicara la Biblia en los idiomas modernos.
Ciencia y Salud es literalmente la clave de la Biblia haciéndola accesible para la humanidad. Ilumina las sagradas páginas con la luz de la revelación espiritual y la demostración científica. Y así encontramos que las promesas y las leyes de Dios se nos vuelven prácticas, desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Una noche cierta Científica Cristiana tenía en sus brazos una nenita muy enferma. Toda la familia se mostraba muy temerosa de que no saliera con bien la pequeñuela. La Científica Cristiana se volvió a Dios en oración buscando Su auxilio. Casi en el acto vino a su mente el relato de la creación que contiene el primer capítulo del Génesis: que todo fué creado por Dios y que El halló que era muy bueno.
También le vino a las mientes el mito relatado en los siguientes capítulos del Génesis de la creación de Adán y Eva, de la desobediencia de ellos a la ley de Dios en que incurrieron después, y de su vergüenza y temor. Leemos en la alegoría que Jehová le preguntó a Adán: “¿Dónde estás?” a lo que Adán respondió: “Oí tu vos en el jardín, y tuve miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.” Leemos asímismo que Jehová le preguntó “¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?”
Esas palabras, que para la Científica Cristiana habían sido hasta entonces simple parte de la alegoría, fueron vislumbre allí y entonces de un significado enteramente nuevo. ¿Quién le había dicho a ella y a los otros que la nena estaba enferma? ¡Ciertamente que no había sido Dios! El fallo de Dios es que el hombre es Su imagen y semejanza, con dominio sobre toda la tierra. La Palabra de Dios lleva consigo las promesas del amor de Dios, de Su presencia y Su poder que curan. “¡Qué cerca está y cuán querida es la Palabra de Dios!” — pensó ella. “¡Cuán práctico! ¡Cuán admirable es saber que la ley espiritual gobierna al hombre!” ¡Y qué profundamente agradecida se sentía ella! Casi inmediatamente el estado de la infante reaccionó a la Palabra de Dios y sanó la nena.
“¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?” Bien podemos preguntarnos a nosotros mismos. ¿Quién te ha dicho que estabas pobre o enfermo? ¿Quién te ha dicho que estabas desanimado o infeliz, solitario o con miedo? ¡Ciertamente que no Dios! ¡No la Palabra de Dios!
¿Qué es lo que nos dice de nosotros mismos la Palabra de Dios? Nos dice que somos Sus hijos, Sus herederos y coherederos con Cristo. Que Dios nos ama y nos bendice, que El nos corona de gloria y honor, nos da protección, salud, fuerzas y dominio. Nos asegura que vivimos por siempre en la presencia de Dios, sin que nada pueda apartarnos de Su amor y de Su cuidado, y que es verdad que ahora mismos somos Sus hijos e hijas.
Todo eso nos dice la Biblia. De veras que es “no sólo un libro — es un poder viviente.” Nos presenta la viviente verdad que Cristo Jesús dijo nos haría libres. La substancia de la Biblia es santa, siempre asequible y duradera.
Un militar y hombre de estado americano ha dicho: “Agarraos firmemente a la Biblia como vuestra áncora salvadora de vuestras libertades; inscribid sus preceptos en vuestros corazones y practicadlos en vuestra vida. A su influencia le debemos todo progreso logrado en la civilización verdadera, y a ella debemos atender como nuestra guía para lo futuro.”
No es de extrañar que a través de los siglos los hombres hayan amado y reverenciado esta santa Palabra de Dios. Amémosla y reverenciémosla estudiándola para entenderla. La comprensión espiritual de su substancia que Mrs. Eddy ha hecho posible mediante Ciencia y Salud confirma que la Biblia es la perla de gran precio; para adquirirla, los hombres venderán todo lo que posean.
El apóstol Pablo le escribió a Timoteo (II Tim. 3:16, 17): “Toda la Escritura es inspirada por Dios; y es útil para enseñanza, para reprensión, para corrección, para instrucción en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, estando bien preparado para toda buena obra.”
Nuestra Leader nos da reverentemente como el primer Artículo de Fe en la Christian Science lo siguiente (Ciencia y Salud, pag. 497): “Como adherentes de la Verdad, tomamos la Palabra inspirada de la Biblia, como nuestra guía suficiente para la Vida eterna.”