La Santa Biblia es el tesoro más precioso de toda la humanidad. Es “no sólo un libro es un poder viviente.” A Napoleón se le atribuyen esas palabras, dichas cuando, desterrado en la Isla de Santa Elena, él meditaba en lo pasado, lo presente y lo futuro.
Todos los Científicos Cristianos tienen en gran estima a la Biblia. Hablando de ella dice Mary Baker Eddy explicando lo que escribió en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 110): “Para seguir estas indicaciones de la revelación científica, la Biblia fué mi único libro de texto.” Y ella nombró a la Biblia y a Ciencia y Salud conjuntamente único pastor de la Iglesia Científica de Cristo.
Por cientos de años la palabra inspirada de la Biblia ha sido un poder viviente. No siempre en forma de libro al principio. Los arqueólogos cuentan que los comienzos de ella se grabaron en lápidas de piedra o de barro. Más tarde en rollos de pergamino, badana o papiro. Pacientes escribas copiaban afanosamente a mano memorias de las predicaciones y enseñanzas de Moisés y los profetas.
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