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[Original en alemán]

Aunque descendiente de padres y de abuelos...

Del número de enero de 1957 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Aunque descendiente de padres y de abuelos Cristianos yo misma era una agnóstica y muy desgraciada. Hace unos treinta años le dije a alguien de casa: “Yo creo que se nos habla de Dios como a los niños de Santa Claus, y un día se nos ha de hablar de que no hay Dios.” Mi decisión era no creer en Dios, pero hacer el bien en cuanto lo entendiera yo. Cuando un pariente me mandó un ejemplar de The Herald of Christian Science (Edición Alemana) al principio no quería leerlo. Pero semanas después decidí leerlo. Con el resultado de que despertó mi deseo de poseer un ejemplar de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” a tal grado que, como la viuda que echó “todo cuanto tenía” en el arca de las ofrendas (Marcos 12:41–44), yo di todo el dinero que tenía para adquirir el libro de texto. Su lectura me ha traído bendiciones tan ricas que las palabras no alcanzan a expresar mi gratitud por la Christian Science.

Aprendiendo de memoria la interpretación espiritual del Padre Nuestro contenida en las páginas 16 a la 17 del libro de texto, sané de jaquecas. Mucho había que corregir en mi modo de pensar, mas prevaleció la Verdad. Después de lo cual me sentí más confiada todavía de haber hallado el camino correcto al Dios verdadero. Nuestro pequeño hijo, entonces de cinco años de edad, sanó en una semana de bronquitis que venía padeciendo desde la edad de un año. Prontamente sanó también de ciertas enfermedades de los niños tales como sarampión, paperas y tos ferina. Gracias a la ayuda de una amable practicista radicada a unos ciento veinte kilómetros de nosotros, ganó la justicia en un litigio a que se nos forzó. La Christian Science ha sido de valor inestimable para establecer en firme y continuar nuestro negocio.

Un día se vió atacado nuestro hijo por dolores de costado muy fuertes. Temiendo fuera apendicitis, llamé por teléfono a la practicista. Comenzó a darle tratamiento inmediatamente y para la mañana siguiente ya estaba mejor el niño. Dos días después su curación fué completa. Eso sucedió hace más de veinticinco años y la curación ha sido permanente. Ciertamente que podemos decir con el Salmista (126:3): “¡Jehová ha hecho grandes cosas por nosotros: de ello nos alegramos!”

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