Cuando en el año de 1893 se celebraba la Feria Mundial en Chicago, Illinois, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, nombre que Mary Baker Eddy dio a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana", recibió invitaciones de varios de sus adeptos allí radicados para que fuera a compartir con ellos la hospitalidad de sus respectivos hogares. Ella contestó a esos planes para que fuera a deleitarse publicando una nota en The Christian Science Journal que decía en parte: “Yo tengo un mundo de sabiduría y Amor que contemplar y que nos concierne a mí y a vosotros infinitamente más allá de toda exposición o exhibición mundiales. Correspondiendo a vuestra amabilidad, yo os invito encarecidamente a que lo contempléis conmigo, y a que os preparéis a no perderlo de vista.” Esa nota quedó incluida subsecuentemente entre los escritos memorables de Mrs. Eddy que forman el libro Miscellaneous Writings (pág. 321 a la 322), haciendo así extensiva su invitación a todos los que lean su mensaje.
El lenguaje empleado en tan inusitada invitación implica lo cerca, no lo remoto que está este mundo del Amor. Evidencia también la invitación cierto apremio que tiende a inculcar a quien la lea el hecho de que el mundo a que se refiere nuestra Guía es de importancia inmediata para el género humano, así como la necesidad de prepararse para percibirlo. Eso nos da a entender que lo que contemplaba nuestra Guía y recomienda a la atención de sus adeptos no era un mundo soñado, sino el mundo de la realidad existente, el mundo que Dios hizo, el universo infinito de la Mente. Es lo que veía San Juan en la Isla de Patmos; lo que Cristo Jesús describía como el reino de los cielos.
El Maestro estaba preparado para contemplar esa vista sublime porque era de origen más que humano. San Juan y luego también Mrs. Eddy, la Descubridora de la Ciencia divina, se hallaban listos para esa visión dada la comprensión espiritual que se les había inspirado de Dios y Su creación. Tanto en el Apocalipsis como en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” sus autores han descrito en lenguaje inimitable la perfección y la majestad de la obra de Dios, desenvolviendo complementariamente las declaraciones sin par del primer Cristiano. Cuando el que lee esas obras halla su pensamiento purgado de los erróneos conceptos humanos y tocado por el significado puro del Amor divino, se eleva al punto de observación predominante desde el cual ve ante sí el universo que el Amor ha creado. Entonces la contemplación espiritual de la realidad, revelada como su comprensión individual, viene a ser finalmente su experiencia concreta.
El paisaje que se ve desde ese mirador del pensamiento inspirado es enteramente espiritual, radiante en la hermosura de la santidad y lleno de las vivientes identidades perfectas mediante las cuales la Ciencia divina despliega el esplendor y la majestuosidad del ser. La altura, anchura y profundidad de las cosas han sido modeladas de manera que muestren la naturaleza y simetría del Amor. Un hecho fundamental del cosmos verdadero es la espiritualidad de toda ley, energía y la evolución que sostienen la inmortalidad de la existencia y santifican el nombre de Dios. El orden que reina en el universo desenvuelve la armonía del Alma, y el regocijo con que el Amor contempla su obra es el ritmo de la creación. Todas las cosas están saturadas de viviente exquisitez y envueltas en grandiosidad. Que el Amor está cerca nos lo dice la paz perfecta que sentimos; su potencia la proclama la música de las esferas.
Al espectador ante semejante panorama le impresiona la fijeza a precisión del plan de la creación, su orden intachable y la inacabable manifestación de su benigno poder e inmortal sabiduría. Por todas partes hay señales de que el Amor gobierna. Toda expresión de Vida emana de la individualidad del Amor que la impregna y del cual es inseparable. Todos los elementos de la creación permanecen en el perenne desenvolvimiento del ser. Por eso es la existencia el gozo con que disfrutamos de la realidad fundamental y trascendental.
Cuando fijamos sin cesar la mirada mental en el universo que genera el Amor, palpamos que el resultado de que el Amor se contenga a sí mismo tiene que ser el mundo de la Vida interminable. No se encuentra en él ninguna señal de nacimiento ni de mengua ni de decaimiento ni de muerte. No hay períodos a que referirnos de antes o después del nacimiento o de la muerte, ni de estados que se basen en eso, ni existen leyes que a eso se contraigan, ni criatura que pase por nada de eso. El mundo espiritual nada sabe de principio ni de fin; ambos carecen de historia porque nada hay narrable a ese respecto. La Vida no produce ni expresa sino la inmortalidad de todas las cosas. La infinitud de la Vida no deja lugar para otro mundo más allá o desconocido. No hay pues lugar ni para separación ni para duelo. Todo lo que expresa la creación está lleno del gozo del eterno vivir.
El cuadro mental de la obra del creador causa con su actuación un júbilo vibrante al que lo mira. Todas las leyes del gobierno divino rigen para bendecir al objeto del cuidado del Amor. Lo que va haciendo el Amor divino es lo único que sucede y que anuncia al mundo. El incesante fluir del afecto divino es la corriente de la vida de la creación El Amor imparte a toda identidad aliento de inmortalidad, fuerza de eternidad y la naturaleza de la divinidad. La ley de este reino es de provisión inagotable y rige por voluntad divina: la ley de la integridad espiritual de propósito por la cual Dios cumple Su promesa de que nunca abandonará ni desamparará a los Suyos.
Los habitantes del mundo del Amor no están clasificados como naciones o razas en pugna unas con otras, sino como una familia en armonía, de una sola naturaleza, con un solo idioma y país, un solo Dios, y con el propósito colectivo de reflejar la infinitud del Amor. La coexistencia de los que habitan en este mundo del Amor es el Sábado eterno del creador en el que la Vida regocija, el Amor imparte reposo y la Mente reina. La gloria de este día es el ardor de la divina devoción del Amor impregnando a sus amados.
El que contempla este reino espiritual se da cuenta gradualmente de que en él la materia es desconocida. Nada está encajado en materia, ni entra ni sale nada de ella. Nada se ha oído jamás en el reino del Amor de ley material o cosa semejante, ni ha entrado tampoco en los cálculos del infinito. Los mitos materiales de la limitación, inmadurez, marchitez, lo incompleto, impotente o irremediable nunca han existido en el reino de la realidad. Sólo existe la perfección inalterable del ser; sólo la semilla de la concordia germina, sólo se cosecha lo que Dios ha plantado; sólo se trafican los negocios de los cielos.
En la proximidad e inmensidad del universo del Amor la omni-actividad se expresa en desenvolvimiento o amanecer. Nada viene ni va de prisa: sólo hay la quietud del ser que surge de su origen inagotable. No hay tarea de producción, porque todo está acabado. No ocurre merma ni acumulación; no hay conflicto ni competencia. Nunca se limita ni se frustra el desarrollo de identidad alguna, porque jamás implica nada negativo ni sucede a plazo o medida de tiempo determinada.
Jesús vivía en el mundo del Amor cuando andaba por los caminos de Galilea. El experimentaba la paz de ese mundo, sabía que es supremo y estaba revestido de su gloria. Nada podía desvanecer de su consciencia su sensación de ser uno o estar a una con la presencia divina. Por dondequiera que iba demostraba para sí mismo y para los demás la realidad del mundo del Amor. El conocía los vientos que obedecen sólo el impulso divino; trechos desiertos en que esperaba ser espiritualmente demostrado el sustento; aglomeraciones de gente en las que no había contagio. A su mandato, la piedra que sellaba el sepulcro se quitó dejando paso libre a su resurrección. El oró por que los que le siguieran pudieran estar donde él estuviera, viviendo en el mundo creado por el Amor, contemplando sus fenómenos y acatando sus leyes.
Es pues actualmente posible que los que van en pos del Maestro estén conscientes del reino de los cielos que se acerca y que reconozcan al habitante de ese reino como el hombre que es la emanación de cuanto en sí encierra y constituye el Espíritu, o sea como el hijo de Dios. El pasado de tal hombre es perceptible como enteramente bueno de origen, de progenie e historia, plenamente dotado de todo lo que favorezca su desarrollo y asociado con todo lo que le sea de provecho. Su porvenir le reserva promesa y cumplimiento. No que le sea desconocido sino que se manifiesta mediante él mismo. No vive él a la expectativa de lo bueno sino que lo experimenta de continuo. El hombre está eternamente consciente de su inmortalidad y equipado para manifestarla. En cuanto a su presente, hallamos pertinente esta declaración de Mrs. Eddy en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 188): “El hombre es tan perfecto hoy, y de hoy en más, y para siempre, como cuando al principio las estrellas cantaban a una, y la creación se les unía en el grandioso coro del ser armonioso.” Así se unen el presente, el pasado y el futuro del hombre en la perenne continuidad del ser perfecto.
A medida que se vea al hombre claramente en el reino de Dios, se le podrá definir mejor como “el amado.” San Juan logró esa percepción al contemplar la progenie del creador. Sus escritos revelan que Dios no ama al hombre por grados o gradualmente, ni a trechos de tiempo únicamente, sino que siendo infinito el Amor, siempre ha de mostrar su tierna solicitud hacia los suyos. El Amor irradia su afecto, gracia, poder y santidad mediante el hombre. Solamente lo que el Amor hace por el hombre constituye invariablemente la experiencia del hombre. Él está coronado de dominio espiritual, y a dondequiera que vaya, ha de ir “calzados los pies con el apresto del evangelio de paz” (Efesios 6:15). En el amado se ven combinados el plan de Dios y su realización.
Es alentador para el hombre de hoy día aprovechar la invitación que nos extiende Mrs. Eddy a contemplar con ella el mundo del Amor en el que no surge violencia en los elementos de la naturaleza ni cosa alguna que impida el desenvolvimiento de la existencia. En este mundo del Amor las alturas no abrigan atmósfera destructiva, sus entrañas no encierran cámaras letales, su inmensidad no lleva a playas extranjeras. Hay en el libertad para vivir a salvo de peligros, para existir sin pecar y para continuar por toda la eternidad. No hay vacío ni tinieblas en el centro ni en la circunferencia de la creación. Hablando del amor que Dios otorga al hombre, dice Mrs. Eddy (Miscellaneous Writings, pág. 77): “Lo guía con la Verdad que nada sabe del error, y con el Amor supra-sensual, imparcial e inextinguible.”
Perspectivas de la realidad como la que aquí dejamos bosquejada, percibidas y retenidas, impregnan la experiencia humana subordinando los problemas de lo mortal a las verdades de lo espiritual. Las sombras que son las creencias falsas seguirán atenuándose a medida que la luz de la comprensión espiritual avance hasta llegar al mediodía en que los corazones de los hombres se abran para recibirla. En la proporción en que los objetos de los sentidos se esfumen, las ideas de la Mente divina quedarán más claramente definidas hasta que los que las contemplamos nos hallemos en la vivida presencia y consciencia del universo que el Amor ha creado.
