Hay algo que mueve a curiosidad en la etimología de la palabra apatía. Aunque se le define comunmente como “dejadez, indolencia, falta de energía,” la etimología griega refiere eso a los propios sentimientos e intereses de quien a ella se preste estupefacientemente — mientras no lo despierte el sufrimiento. Pablo veía esa indiferencia como un estado de adormecimiento y escribbió a sus amigos de Roma (Romanos 13:11): “Es ya hora que despertemos del sueño; porque ahora la salvación está más cercana que cuando por primera vez creímos.” Pablo entendía que la meta de la salvación cristiana es despertar a la gloria del ser espiritual, y él no malgastaba tiempo en dilatarse apáticamente.
Esperar hasta verse forzado por el sufrimiento antes de ocuparse activamente de probar que Dios es Todo y que el hombre es Su hijo espiritual y perfecto, es no entender la naturaleza de tan importante tarea. Los que sí la entienden son los que describía gráficamente el Maestro en su parábola de la perla de gran precio, símbolo del reino de los cielos, que, para adquirirla, el mercader que la halló vendió todo lo que tenía; o en la parábola del padre de familia que sacaba de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. La perla de gran precio es la Christian Science, el Consolador que el Maestro prometió nos guiaría a toda verdad.
La Christian Science viene probando cuando cura enfermedades y armoniza la humana experiencia en incontables maneras, que la personalidad material, con sus falsos placeres y sus sufrimientos, es sólo una ilusión mortal, no la verdad respecto al hombre. Viene revelando al hombre como la idea de Dios, incorpórea y espiritual, coexistente con El, que nunca entra en el cuerpo carnal, nunca sufre en él ni muere al dejarlo. Pero esta es una verdad que no se gana con facilidad. Hay que probarla diligentemente curando los dolores y los sufrimientos; disipando la ilusión de que existe una mente que expresa el mal; sacando a luz las cualidades del bien espiritual que evidencian la presencia de la imagen de Dios.
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