“El Rey no puede hacer mal,” dice un axioma de jurisprudencia a que dió lugar el establecimiento de la autoridad temporal del soberano. Esta doctrina de la infalibilidad del que rige o gobierna no hace más que declarar el concepto falsificado de la divina autoridad absoluta, atributo exclusivo de Dios. Dios, el supremo Rey de reyes, sí que no puede hacer mal. Es Principio infalible que no puede expresar sino el bien. Dijo el Salmista (19:7): “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma.”
Lo que es perfecto en todos sus detalles no puede ser imperfecto en ningún detalle. Dios es Principio absoluto, perfecto y exacto. Su perfección es intachable. Su ley es incontrovertible, innegable. El Principio no origina ni puede originar o sostener el mal, el pecado, la enfermedad o la muerte.
El que se compenetra aunque sea en cierto grado de lo que enseña la Christian Science en cuanto al Ser Supremo, conviene en que Dios es infalible y perfecto. Si le fuera posible hacer mal en cualquier respecto, perdería Su naturaleza perfecta infligiendo esa desviación en Su creación. Mas la perfección nunca puede ser menos que perfecta. La Verdad no puede entrar en compromiso o degradación con el error. A Dios no se le puede apartar o desquiciar de Su infinita bondad. Ni tampoco puede el hombre, Su imagen y semejanza, desviarse de la perfección.
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