Casi todos se interesan vivamente en hallar una respuesta infalible para todos sus problemas. Cavilan conjeturando si existirá la solución que buscan y a veces casi se sienten tentados a creer que puede ser que no.
Es tendencia de la supuesta mente mortal hacer que lo sencillo parezca difícil. Esa mente crea dentro de sí misma una sensación hipnótica de las cosas, una existencia de mentirillas o fingida que obscurece, o parece obscurecer la verdad del ser, en la complejidad inexplicable de su propia creación. “Inexplicable,” podemos decir avisadamente puesto que no puede explicarse en realidad lo que no se funda en la Verdad. Sólo lo que se funda en el divino Principio o sea la realidad divina puede probarse o demostrarse. Todo lo verdadero es demostrable. La materialidad y todas sus implicaciones son creencias falsas. No se fundan en el Principio divino de cuanto existe o sea en Dios, que es Espíritu.
Tal vez algo semejante a esto pensaba Mary Baker Eddy cuando escribió en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 82 a la 83): “En un mundo de pecado y sensualidad apresurándose a un desarrollo mayor de poder, es sabio considerar en serio si es la mente humana o la Mente divina la que está influyendo a uno.” Es obvio que Mrs. Eddy veía claramente que la hipotética mente humana nos ciega en cierto grado a la presencia de la Mente divina que es Dios. La realidad o la verdad de la existencia se ve sólo cuando la neblina de lo material empieza a desvanecerse. La cuestión es pues descartar por erróneo mucho de lo que la mente mortal supone que ha aprendido a fin de que la realidad comience a despuntar en nuestro estar consciente. Quien piense como niño tendrá menos que hacer a ese respecto.
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