Cuando Cristo Jesús dijo a cada uno de los que fueron luego sus discípulos: “Sígueme,” ¿qué quería decir? No que siguieran a su personalidad, sino al Cristo que él ejemplificaba en su experiencia humana; el Cristo que él vivía, amaba y demostraba.
Pablo decía: “De la manera, pues, que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él” (Colosenses 2:6). Uno se vuelve un verdadero seguidor del Cristo andando mentalmente con la Verdad y el Amor, guardando los mandamientos del Maestro en el espíritu y en la letra.
En las Sagradas Escrituras leemos acerca de las excusas que daban los que dejaban que los asuntos humanos retardaran su obediencia al llamado: “Sígueme.” Sin duda que los que las daban creían que sus excusas eran dignas de encomio, pero si en su corazón hubiesen amado a Cristo en preferencia a todo lo demás, hubieran atendido al llamado del Maestro inmediatamente.
Al que le suplicó que primero dejara que fuera a enterrar a su padre, Jesús le respondió (Lucas 9:60): “Deja que los muertos entierren a sus muertos; mas anda tú y publica en derredor el reino de Dios.” Con este mandato el Maestro ordena a los que le sigan que dejen atrás todo recuerdo de circunstancias discordantes, de malos entendimientos y equivocaciones; que echen fuera de su estado de consciencia toda teoría muerta y que sigan al Cristo vivo, el ideal divino.
A la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, Mary Baker Eddy, se le menciona explicando las palabras: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú sígueme,” de esta manera en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 169 a la 170): “En su más amplio significado, esas palabras son nuestra salvación de la creencia en la muerte, el último enemigo que hay que vencer; porque al seguir a Cristo verdaderamente, se nos trae la resurrección y la vida inmortal. Si lo seguimos, no puede haber muertos para nosotros.”
Al que le suplicó le permitiera antes de seguirlo fuera primero a despedir a los que estaban en su casa, el Maestro, Cristo Jesús, le contestó (Lucas 9:62): “Ninguno que pusiere la mano en el arado y mirare atrás, es apto para el reino de Dios.” Por mucho que ame uno a su padre y a su madre, debe amar más al Cristo, de otra manera no es digno de ir en pos del que llama diciendo: “Sígueme.” No sería digno de salvarse del pecado, la enfermedad y la muerte mediante el Cristo que cura.
El seguir a Cristo trae consigo armonía a los asuntos o negocios humanos y habilita a quien lo haga para que bendiga a su padre, a su madre y a toda la humanidad. El Maestro ordenaba a los que le seguían hicieran cuanto sacrificio fuera necesario para destruir el error en ellos y en el mundo; que abandonaran cuanto impidiera progresaran hacia el cielo. Les ordenaba se negaran a sí mismos como él se había negado; que llevaran su cruz — el odio que el mundo le tiene a la Verdad — como él la había llevado con amor y humildad.
El premio del Maestro por haberse negado a sí mismo y cargado con su cruz consistió en hallar su estar a una con Dios, y el mismo premio aguarda a todos los que en seguir al Cristo sean fieles y humildes como Jesús.
La promesa hecha a los que busquen primeramente el reino de Dios y Su justicia es que todo lo que necesiten como humanos les será dado por añadidura. Los tesoros verdaderos son las grandes verdades de la realidad del ser, las ideas divinas que revelan la Biblia y “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mrs. Eddy. En la mina inagotable de la Ciencia divina que ella descubrió se hallan tesoros inapreciables, tales como el amor desinteresado y la pureza. Ni la polilla ni el orín pueden corromperlos, ni hay ladrón capaz de minar el estar consciente de los que los posean ni de robarse la inspiración, el regocijo o la esperanza que ellos imparten.
El mandato del Maestro de que seamos perfectos como el Padre que está en los cielos, aunque cita a combatir, cada uno de nosotros puede cumplir con él puesto que la perfección del hombre es un hecho incontrastablemente fijo según lo revela la Christian Science; y como tal, puede probarse. Declara Mrs. Eddy en Christian Science versus Pantheism (Christian Science contrastada con el Panteísmo, pag. 11 a la 12): “La Christian Science demuestra el grandioso realismo de que el hombre es la imagen verdadera de Dios, ni caído ni invertido. Y porque la exigencia querida del Cristo, ‘Sed, pues, vosotros perfectos,’ es válida, se ha de hallar posible cumplir con ella.”
Un requerimiento directo del Maestro a sus discípulos era el de amar a sus enemigos, bendecir a los que los maldijeran, hacer bien a los que los aborrecieran y orar por los que los maltrataran y persiguieran (véase Mateo 5:44). Cuando se habla mal de alguien falsamente porque vive cristianamente, o cuando se le persigue a causa de su rectitud, ni el mal hablar ni la persecución pueden dañarlo. La verdad que él vive es su protección; el comportamiento cristiano que ejemplifica es su seguiridad.
El odio y la maldad que la mente mortal desataba en toda su furia contra el Maestro, cada uno de los que le sigan han de encontrar en algún grado, pero Pablo se gozaba de que lo hallaran digno de sufrir a causa del Cristo. En la proporción en que uno sea digno de sufrir por Cristo, en esa proporción reinará con Cristo.
En virtud de la humildad, rectitud y amor desinteresado del Maestro, el odio no podía dañarlo. Aunque traicionado y abandonado, azotado y crucificado, el temor no podía afectarlo. Cuando con sugestiones agresivas el diablo le decía que todos los reinos de este mundo y la gloria de ellos serían suyos si descendía mentalmente de las alturas de su santidad para adorarlo postrado ante él, la promesa de las posesiones terrenales, con su gloria y fama, no lo afectaron. Con autoridad le ordenó que se fuera y continuó en su jornada ascendente con los ángeles de Dios que le servían. Cuando a su entrada en Jerusalén los judíos lo recibieron con palmas de triunfo saludándolo como el “Rey de Israel,” no lo afectó ese triunfo. Ninguna loca ambición de encumbrado lugar o poderío ni el deseo de glorificarse a sí mismo lograron tentarlo. Con su cara vuelta hacia la Nueva Jerusalén, siguió adelante humildemente y encontró las glorias inmarcesibles del Alma.
Curar enfermos era frecuente demanda del Maestro. ¿Y cómo los curaba el médico metafísico más grande que ha conocido el mundo? ¿Cuál era su medicina? Era la Mente. Cuando en su Mensaje a La Iglesia Madre del Año de 1901 Mrs. Eddy se refería a nuestro gran Ejemplificador, dijo (pág. 23): “El no empleó medicina material, ni la recomendó, y enseñó a sus discípulos y seguidores a que hicieran lo mismo; en consecuencia, él demostró su poder sobre la materia, el pecado, la enfermedad y la muerte como ninguna otra persona lo ha demostrado.” El mandato mayúsculo del Maestro es el de resucitar a los muertos. Para cumplir mandato tan de toda importancia el pensamiento de uno tiene que estar tan espiritualizado por el Cristo que sólo la Vida y su idea se reconozcan como reales.
El Maestro aceptaba a Dios como el único Médico, y curaba mediante Su Cristo, y al hombre lo tomaba como el reflejo de las cualidades del Alma que incorporan el poder curativo del Cristo. El veía toda verdad espiritual respecto al hombre como destructiva o la destrucción misma de las creencias mortales en cuanto al hombre, la substancia y la ley.
Aunque Cristo Jesús comprendía a plenitud que el Amor posee todo el poder, él no dejó de atender a la necesidad de manejar serpientes ni descuidó enseñar a sus discípulos a que las manejaran. Fue Mrs. Eddy la que descubrió que la serpiente son los sentidos corporales pretendiendo que hay placer y dolor en la materia y que el hombre vive y muere en la materia. Mrs. Eddy reconoció que la serpiente es el magnetismo animal, que niega que Dios sea Todo y que el hombre sea perfecto y uno con Dios.
¿Puede algo ser más sutil que el argumento serpentino de que el hombre tiene consciencia o está consciente independientemente de Dios o aparte de Dios, y que mediante tal consciencia suya conoce el mal? Si eso fuera cierto, el hombre no podría conocer a Dios, no podría conocer el bien o lo bueno, ni la Vida. ¿Puede algo ser más degradante que aceptar las sugestiones de la serpiente de que el hombre es material, sensual y pecador? Dado el poder aparente de la serpiente y sus mentiras, uno haría bien en preguntarse a menudo: “¿Estoy manejando la serpiente en obediencia al Maestro? ¿Estoy echando fuera de mi consciencia las sugestiones que tratan de quitarme o destruir mi habilidad para pensar sólo los pensamientos que Dios gobierna? ¿Estoy probando que son impotentes e irreales todas las fases del magnetismo animal?”
El Maestro enseñó a sus seguidores con preceptos y ejemplo cómo rendirse siempre a la voluntad del Padre. Obedeciendo el mandato suyo: “Sígueme,” Mrs. Eddy nos ha sacado a luz el camino. Ella ha sido la que ha seguido al Cristo según lo reveló el Maestro más fielmente que los otros que el mundo ha conocido. Ella se negó a sí misma como lo hizo el Maestro mismo; ella tomó la cruz — el odio mundanal a la Verdad — con el mismo amor y abnegación que el Maestro. Ella buscó primero el reino de Dios y Su justicia, amó a sus enemigos, curó a los enfermos y con humildad dijo a sus adherentes que la siguieran sólo en cuanto ella siguiera al Cristo.
