“Madre, me alegro mucho de ser un Científico Cristiano, y quisiera que todos en el mundo lo fueran.” Carlos le había dicho así a su madre con frecuencia. Especialmente cuando todo le salía muy bien. A veces lo decía cuando algún amiguito no podía salir a jugar con él porque su madre temía que le diera catarro o se enfermara. Luego un día Carlos tenía que probar qué tan alegre estaba.
Cursaba el tercer año en la escuela, aprendiendo a manuscribir o escribir a mano en vez de imitando las letras de imprenta. Tenía que sostener el lápiz o el portaplumas en postura correcta para que le salieran bonitas las letras. Pero se le dificultaba. No estaba bien algo. No podía sostener la pluma correctamente porque le lastimaba el dedo. Y luego vió que parecía que le crecía algo feo en el dedo.
A la hora del recreo trató de jugar beis bol porque pertenecía al equipo; pero cada vez que aparaba la pelota la soltaba porque le lastimaba la mano. Por lo cual todos los niños y las niñas de la escuela supieron lo que pasaba con su dedo y le preguntaban qué iba a hacer con eso. El sabía lo que iba a hacer.
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