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Quedándose con Dios

[De interés especial para los niños]

Del número de abril de 1957 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Madre, me alegro mucho de ser un Científico Cristiano, y quisiera que todos en el mundo lo fueran.” Carlos le había dicho así a su madre con frecuencia. Especialmente cuando todo le salía muy bien. A veces lo decía cuando algún amiguito no podía salir a jugar con él porque su madre temía que le diera catarro o se enfermara. Luego un día Carlos tenía que probar qué tan alegre estaba.

Cursaba el tercer año en la escuela, aprendiendo a manuscribir o escribir a mano en vez de imitando las letras de imprenta. Tenía que sostener el lápiz o el portaplumas en postura correcta para que le salieran bonitas las letras. Pero se le dificultaba. No estaba bien algo. No podía sostener la pluma correctamente porque le lastimaba el dedo. Y luego vió que parecía que le crecía algo feo en el dedo.

A la hora del recreo trató de jugar beis bol porque pertenecía al equipo; pero cada vez que aparaba la pelota la soltaba porque le lastimaba la mano. Por lo cual todos los niños y las niñas de la escuela supieron lo que pasaba con su dedo y le preguntaban qué iba a hacer con eso. El sabía lo que iba a hacer.

Ese día trajo a su casa una nota de la maestra en la que decía que Carlos no podría jugar beis bol hasta que se le quitara de dedo ese bulto feo o prolación. Decía también la maestra que la prolación hacía que su escritura le saliera muy mal.

Era miércoles. Usualmente Carlos no iba con sus padres a la reunión de testimonios en la Iglesia Científica de Cristo, porque se celebraba después de la hora en que él se acostaba. Pero esa noche él quiso ir. Dijo que tal vez alguien daría un testimonio de una curación de semejante bulto en el dedo y él quería oírlo.

¡Por cierto que así fué! ¡Una señora habló precisamente de eso! Cuando ella comenzó a hablar, Carlos se sentó muy derecho, sus ojos se abrillantaron, y escuchó muy atentamente. La señora dijo que había llamado a una practicista de la Christian Science para que le diera tratamiento. Así es que al terminar la reunión Carlos suplicó a su madre le diera el número del teléfono de una practicista. Le telefoneó esa misma noche.

Cada día le volvía a telefonear y hablaban del hombre perfecto que Dios había creado y del versículo en el Génesis (1:31): “Vió Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno.” Ahora en cuanto a esta cosa en su dedo, no era buena, luego Dios no la había hecho. Cada día le preguntaban en la escuela la maestra y los niños qué estaba haciendo para curar su dedo. Carlos necisitó mucho valor para seguir siendo un Científico Cristiano.

Luego un día que llegó Carlos a su casa al mediodía para comer, su madre notó que estaba preocupado y muy callado. Finalmente habló diciendo: “Uno de los muchachos de la escuela dice que con una aguja eléctrica se me podría quitar esto fácilmente.”

“Pero Carlos,” le dijo su madre, “tú no crees que una aguja eléctrica tenga más poder que Dios, o que pueda hacer algo que Dios no pueda.” Por supuesto que no, Carlos no creía eso.

Entonces su madre abrió “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, y leyó en la página 368: “Cuando lleguemos a tener más fe en la verdad del ser que en el error, más fe en el Espíritu que en la materia, más fe en vivir que en morir, más fe en Dios que en el hombre, entonces ninguna suposición material podrá impedir que sanemos a los enfermos y destruyamos el error.”

Así es que Carlos decidió quedarse con Dios y con lo que él creía que era lo correcto, sin importar lo que dijeran los demás.

Desde el día siguiente comenzó a secársele el bulto que le había crecido en el dedo. Uno o dos días después, cuando estaba él jugando, se le desprendió del dedo dejando su piel ya limpia y suave. Volvió a poder jugar beis bol, y en los exámenes de fin del año escolar sacó buena calificación en la escritura a mano. Y todos en la escuela sabían que lo había curado la Christian Science.

Al día siguiente de haber sanado, cuando en la noche fué su madre a darle un beso de “buenas noches” al acostarse, Carlos le dijo: “Madre, me alegro mucho de ser un Científico Cristiano, y quisiera que todos en el mundo lo fueran.” Y de veras lo sentía, porque lo había probado por sí mismo.

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