Cristo Jesus hizo más que declarar que la vida del hombre es eterna; él vivió esa verdad. El exhibió la vida real tanto en su esencia como en su indestructibilidad. He ahí un concepto nuevo y espiritual del hombre para que lo contemplen los hombres. Es un concepto infinitamente distinto del falso sentido mortal del hombre, que lo presenta morando en la carne frágil, acosado por el pecado y la falta de armonía, limitado por la ley material y obscurecido por el temor de la muerte. Juan describe este testigo de la inmortalidad cuando dice: “Lo que era desde el principio” (I Juan 1:1). Dice además: “La Vida fué manifestada, y nosotros la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la Vida, aquella Vida eterna, que estaba con el Padre, y fué manifestada a nosotros.”
La Christian Science revela la verdad respecto a Dios perfecto y el hombre perfecto. Mediante esta Ciencia encontramos que el hombre creado por Dios es “desde el principio,” que es espiritual, que coexiste con su Hacedor y refleja la única Vida, que es Dios. Por el ejemplo que Jesús nos ha dado se ha vuelto evidente en la tierra el hombre perfecto que refleja el poder y el dominio del Espíritu. Esta resplandeciente presentación de la vida real brilló entre los hombres como meteoro en su rauda iluminación de la noche. Mas no tan rauda que no revelara todo lo necesario para la demostración de la eternidad. Hoy la Christian Science interpreta el significado de esa revelación y muestra que lo imperecedero de las cualidades cristianas del pensamiento que el Maestro incorporaba era lo que lo hacía imperecedero. Así nos ejemplificaba el hecho de que uno no gana la vida eterna muriendo, sino probando que es suya, viviéndola aquí y ahora. No es la vida en la materia, por más que se prolongue, sino la pureza y la potencia espirituales lo que definen la inmortalidad.
La Christian Science ha venido a poner en claro que el hombre real existe, no en el tiempo ni en la materia, sino en la eternidad. La substancia de que se compone su identidad es la justicia y el amor, la veracidad, la salud y la actividad de la inteligencia que él despliega como la expresión del Espíritu. Este es el hombre que el Maestro definió con la vida que él vivió. Nos dice Mary Baker Eddy en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea, pág. 273): “La verdad de la vida, o vida en la verdad, es un conocimiento científico que es portentoso; y se gana únicamente con la comprensión espiritual de la Vida como Dios, el bien siempre presente, y por tanto vida eterna.” Todos pueden desarrollar su consciencia del bien y mejorar su expresión; y haciéndolo así obtendrán un sentido de que la vida es indestructible, una fuerza de la vida que no se arredra ante la amenaza de la muerte.
Aunque el Maestro presentó plenamente “la vida en la verdad,” como el ideal que todos han de alcanzar, se mostró práctico dando preceptos sencillos para que los demás se adhieran a ellos al llevar a cabo ese ideal. A Nicodemo le dijo (Juan 3:7), “Os es necesario nacer de nuevo.” Y en esa misma entrevista habló de la preexistencia que es la coexistencia del hombre con el Espíritu. Declaró: “Nadie ha subido al cielo, sino aquel que del cielo descendió; es a saber, el Hijo del hombre que está en el cielo.” Quienquiera que crea en ese hombre — dijo él — no perecerá sino que tendrá vida eterna. Aquí delineó claramente la diferencia entre el reflejo del Espíritu y el concepto terrenal del hombre que tiene principio y fin.
En otra ocasión, hablando con sus discípulos con relación a los requisitos para la salvación, mencionó la regeneración y la recompensa para los que le siguieran — consistente en sentarse con él en el trono de la gloria de Cristo (véase Mateo 19:28). En esta regeneración o nuevo nacimiento que demuestra la vida eterna y su dominio sobre las ilusiones de la carne, no parte uno del concepto mortal de la vida como base del pensamiento. Comienza con la Vida eterna, el Principio creativo que hace al hombre perfecto de carácter ya en sus acciones y que lo sostiene en ese estado espiritual por siempre. Cuando amanece en el pensamiento humano este concepto verdadero y eterno del hombre, se efectúa la regeneración de su carácter, y entra en acción la energía espiritual del gozo y la sabiduría que la ilusión del hombre mortal había obscurecido pero sin destruirla jamás. Los malos elementos de la estupidez, la malevolencia y la hipocresía quedan expuestos, dominados y eliminados.
Las reglas que da Mrs Eddy para demostrar la vida en Dios son claras y concisas. Dice por ejemplo en Miscellany (pág. 242): “Nunca podréis demostrar la espiritualidad mientras no declaréis que sois inmortal y comprendáis que lo sois.” Y en el mismo párrafo dice: “A no ser que percibáis plenamente que sois hijo de Dios, y por tanto, perfecto, no tenéis Principio que demostrar ni regla para demostrarlo.” Y declara que esto no significa que los mortales sean hijos de Dios. Uno progresa en su demostración de la inmortalidad sólo a medida que se reconozca ser el hombre que está por siempre en el cielo, el hombre que es la manifestación del amor del Amor, la expresión del ser interminable que es la Vida.
En la proporción en que se descubre la vida eterna mediante la regeneración, en nuestro modo de pensar, se nos evidencia cada vez más el poder que subyuga el sentido o sensación material de la vida. La energía viva del bien hace valer su supremacía sobre la supuesta energía del pecado. El Científico es fiel en su resistencia contra la muerte porque sabe que el hombre refleja la Vida eterna. Y él subyuga en primer lugar el sentido erróneo en el que la muerte pretende ocurrir. Aunque pueda parecer más fácil someterse a la muerte que vencerla, el Científico no se engaña admitiendo ser indiferente a este respeto. Tiene presente las palabras de Pablo (Romanos 8: 6): “El ánimo carnal es muerte; mas el ánimo espiritual es vida y paz.” Y se concierne con probar la espiritualidad del hombre y el poder que marca esta prueba.
Después de mostrar toda la extensión de la vida humana desde el nacimiento hasta que se desvanece en la ascensión, no en la muerte, Cristo Jesús se elevó a la comprensión plena de su preexistencia, su coexistencia con la vida imperecedera en Dios. La bondad a la semejanza de Cristo que él reflejaba y amaba lo habilitó para ascender más allá de la mortalidad. La presencia humana del Maestro ha desaparecido estos muchos siglos, pero lo que demostró ejemplarmente de la vida eterna resplandece más claramente a medida que trascurre el tiempo, y la Christian Science ilumina el significado completo de esa breve exhibición. Queda así la lección de que la vida eterna es el conocimiento que uno adquiere de Dios y de Su Hijo — la comprensión espiritual y la obediencia que vienen a constituir o concebir al hijo divino en prueba de la continuidad de la vida verdadera en el Espíritu.
