La Christian Science vino a nuestra familia en la década de 1880. Mi padre vivió por cierto tiempo en Boston, Massachusetts, antes de casarse, y en varias ocasiones oyó predicar a Mary Baker Eddy en el Chickering Hall. También presenció curaciones logradas con tratamiento de la Christian Science. Nada más natural pues que hubiera enviado un ejemplar del libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mrs. Eddy, a dos miembros de la familia en el occidente central que padecían de cáncer, pronunciado incurable por la facultad médica. Ambos sanaron leyendo el libro de texto, viniendo a ser así los primeros Científicos Cristianos en su comunidad.
Durante mis años escolares yo experimenté varias curaciones. Por ser hurañamente ensimismado no había tomado parte en los debates de la escuela. Por entonces comencé a pensar seriamente en ser miembro de La Iglesia Madre y de una filial. Me dijeron que ser miembro implicaba estar dispuesto a aceptar mayores responsabilidades y habérselas varonil y gozosamente con toda provocación de la mente mortal. Mi creencia en que era cohibidamente ensimismado se desvaneció y pude tomar parte en los debates libre y regocijadamente. Poco despues agradecí ser aceptado como miembro de La Iglesia Madre y de una de sus filiales. Mientras duré en el colegio logré eliminar todo apuro de los exámenes y conté con recursos pecuniarios para todas mis necesidades incesantemente. En una ocasión una complicación de enfermedades me hizo verme muy cerca del último enemigo, dejándome incapacitado para andar por algún tiempo. Con la amable ayuda de un practicista sané por completo, reanudando entonces mis estudios como siempre lo había hecho antes.
Después de haber cursado la instrucción facultativa de la Christian Science todos mis asuntos comenzaron a mejorar de fijo, continuando hasta la fecha ese desenvolvimiento del bien. Los problemas de mis negocios han quedado resueltos, he sido protegido en muchas ocasiones y he sanado de innumerables casos de discordancia física. Muchas de esas curaciones fueron instantáneas, pero una que significa mucho para mí requirió gran esfuerzo persistente. Hace varios años, hallándome trabajando en casa, perdí el control de una herramienta poderosa que manejaba y me azotó con toda violencia en la parte inferior del abdomen. Yo declaré la verdad, pero de prisa y hasta impacientemente, y seguí trabajando.
El malestar se volvió intenso y era evidente que había contraído yo una hernia. Un examen mental de mí mismo me hizo darme cuenta de que albergaba una fuerte sensación de temor latente respecto a lo que me sucedía y me hallé diciendo entonces con Job (3:25): “Me ha acontecido lo que temía grandemente.” Supliqué a un miembro de la familia hiciera trabajo metafísico por mí, lo cual emprendió fielmente. Pero a medida que los días se volvían semanas crecía mi resentimiento de tal estado de cosas y me llené de lástima de mí mismo y desaliento.
Una noche eché a funcionar el tocadiscos y el disco que ya tenía colocado era del himno inspirador No. 51 del Himnario de la Christian Science, que empieza con las palabras: “La eterna Mente modeló.” Aunque yo lo había cantado muchas veces, entonces me pareció cual si lo oyera por primera vez, y lo escuché ansiosamente. Las palabras de la primera estrofa (versión inglesa) “el pensamiento es el barro eterno” se recalcaron destacadamente. Yo comprendí entonces que si pensamientos tan débiles como el resentimiento, lástima de mí mismo y el desaliento ocupaban mi mente, no era de sorprender que mi cuerpo resultara igualmente débil y deficiente.
Comencé a llenarme de gratitud por la Christian Science y por las muchas bendiciones que me había traído y estaba trayendo a toda la humanidad. Tan absorbido me hallaba en eso que perdí la noción del tiempo y de lo que me pasaba. Horas después, al acostarme, cantaba yo felizmente el bien querido himno antedicho. Cuando se me ocurrió pensar en la hernia varios días después, no hallé ni trazas de ella. Mi despertamiento espiritual me había traído curación completa.
Es indudable que el mayor privilegio que uno puede tener es ser Científico Cristiano y tomar parte en el ministerio curativa de esta Ciencia en cualquier forma que pueda, contribuyendo así a que se establezca el reino de Cristo en la tierra. Estoy profundamente agradecido por cada una de las actividades cristiano-científicas de que he sido partícipe. Es mi anhelo ferviente estar siempre alerta a la amorosa amonestación que nos hace Mrs. Eddy en el Manual de La Iglesia Madre (Artículo XVII, Sección 2): “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años.”— Cleveland, Ohio, E.U.A.
