¿Dónde está Dios? La pregunta pierde todo sentido de misterio cuando sentimos la presencia del Amor divino en el corazón. Entonces la respuesta suena clara y verdadera: Dios está aquí mismo, ahora, siempre presente. La oración encuentra a Dios; la oración revela Su presencia justo allí donde nos podría parecer que Él está ausente.
Por mucho tiempo, gran parte de la humanidad ha sentido temor de Dios o Lo ha juzgado mal. Y hoy día persiste entre muchas personas una vaga idea de que Dios existe (si es que existe) “allá arriba” en alguna parte, mientras que el hombre está confinado “aquí abajo”. Este concepto erróneo fomenta el concepto de una especie de deidad antropomórfica que nos vigila y juzga desde lejos, que envía bendiciones o maldiciones, misericordia o ira.
Sin embargo, Dios no es ni una entidad humanizada ni un ser remoto, nebuloso. Dios, la Vida divina, es la fuente y el sostenedor de toda la creación. Nada existe sin el gobierno, el apoyo y el solícito cuidado de la Mente divina. Como dice el Evangelio acerca de la Palabra divina: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Juan 1:3.
Dios está tan cerca de nosotros como nuestra propia pura y consciente percepción de quiénes en realidad somos, porque nuestra individualidad e identidad espirituales y verdaderas emanan del Principio divino. Somos la expresión, la manifestación perfecta, de Dios. Y sin el constante apoyo y dirección de la Mente omnipotente, la existencia sería caótica y carecería de propósito. De hecho, si pudiera haber una circunstancia en que Dios estuviera ausente, no habría existencia en absoluto, no habría vida que manifestara la Vida divina, ni amor que representara al Amor divino. Parafraseando al escritor del evangelio, podríamos también decir: Él mantiene todas las cosas y sin Él nada puede continuar existiendo.
Nunca podremos estar separados de nuestro origen, el Amor divino, porque no sólo tenemos necesidad de Dios, sino que, de hecho, cada uno de nosotros es precioso y esencial para Él. Dios, la Mente, tiene que tener ideas. Dios, el Padre-Madre tiene que tener Sus hijos. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy elucida este punto. Ella escribe: “Si Dios, que es la Vida, fuera separado por un momento de Su reflejo, el hombre, durante ese momento no habría divinidad reflejada. El Ego quedaría sin expresión, y el Padre no tendría hijos, — no sería Padre”. Y en el párrafo siguiente escribe: “Pero el hombre no puede ser separado ni por un instante de Dios, si el hombre refleja a Dios”.Ciencia y Salud, pág. 306.
En uno de los versículos del Antiguo Testamento que se considera profético respecto a la llegada del Mesías, observamos también un sentido de la proximidad de Dios: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Isaías 7:14. El evangelio de Mateo repite luego este versículo en su inspirado relato del nacimiento y ministerio de Cristo Jesús.
El nombre “Emanuel” ha sido literalmente traducido como “Dios (está) con nosotros”.Strong's Exhaustive Concordance of the Bible, “Dictionary of the Hebrew Bible”, pág. 89. Ahí es donde Dios está: con nosotros, con todo el mundo, en todas partes. Y cuando Cristo Jesús vino a enseñar a la humanidad la verdadera naturaleza de Dios como Amor omnipotente, Espíritu omnipresente y Mente omnisciente, el Salvador demostró que Dios se encuentra tan cerca del hombre que Dios y el hombre son por siempre inseparables. Cristo Jesús no enseñó que el hombre es Dios, sino que proclamó directamente la unidad de Dios con el hombre. “Yo y el Padre uno somos” Juan 10:30., aseguró, y también dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Juan 20:17. ¿Y cómo probó Jesús que Dios está siempre presente y nunca ausente? Utilizando el poder divino para curar el pecado y la enfermedad. Redimiendo cuerpos y mentes humanas torturados. Resucitando a los muertos.
La Ciencia Cristiana da nuevamente testimonio del “Emanuel”. En este siglo veinte se está obrando la regeneración de la vida y el corazón de los hombres. “La curación corporal en la Ciencia Cristiana”, escribe la Sra. Eddy, “resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante el cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan necesariamente como las tinieblas ceden a la luz y el pecado a la reforma”. Y agrega que esta maravillosa obra de curación es la “señal del Emanuel, o ‘Dios con nosotros’ ”.Ciencia y Salud, pág. xi.
Aquellos que por experiencia propia han conocido la presencia del Consolador, el abrazo sanador del Cristo, pueden dar testimonio de que la sagrada experiencia de curación y regeneración no deja lugar a dudas sobre el interrogante “¿Dónde está Dios?”. Sin embargo, quizás hay otros momentos en que no reconocemos o apreciamos tan claramente la constante proximidad de Dios. Jesús, con todo, es nuestro gran Maestro y él nos señaló la manera de mantener una firme consciencia de la omnipresencia de Dios. Jesús oraba siempre. Oraba cuando predicaba la Palabra de Dios. Oraba cuando sanaba al enfermo. Oraba cuando caminaba por las calles de Jerusalén. Oró en la cima de la montaña y en Getsemaní. Toda la experiencia de Jesús presentó una vivida ilustración de la oración en acción, de la oración incesante.
Esta oración encuentra a Dios, y Lo encuentra siempre cerca. Las dudas e incertidumbres se resuelven en la atmósfera de una consagrada comunión con el Padre. A medida que buscamos y escuchamos la dirección de Dios, la Palabra de la Verdad y la ley del Amor nos impelen a reconocer la omnipresencia de Dios y a seguir adelante en Su servicio. Un hermoso himno contiene estas líneas: “.. . si vivimos la oración,/Dios presente siempre está”.Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 341. Cuando vivimos verdaderamente nuestras oraciones, la respuesta al interrogante, “¿Dónde está Dios?”, suena clara y verdadera: Dios está aquí mismo, ahora, siempre presente.
Me acordada de mis cánticos de noche;
meditaba en mi corazón,
y mi espíritu inquiría.
Salmo 77:6
