¿Está usted luchando con alguna enfermedad? ¿O con alguna forma obstinada de pecado? Tenga valor, la ayuda está a su alcance.
Esta ayuda es el Cristo, la Verdad.
Al toque del tierno Cristo — la siempre vivificante idea sanadora del irresistible y omnipotente Amor, de Dios mismo — las ilusiones de la mortalidad desaparecen. Es decir, cuando sentimos el todo poder del Cristo iluminador, específicas y oscuras creencias de enfermedad o de pecado se desvanecen como las sombras de un sueño, sea cual fuere su magnitud, aspecto, nombre o duración.
He aquí dos ilustraciones útiles:
Usted está soñando... Un hombre lo persigue en dirección a un precipicio. Usted está aterrorizado. De pronto despierta. Instantáneamente el problema desaparece.
Nuevamente está usted soñando. Esta vez cien hombres lo persiguen. Despierta, y descubre que lo que parecía ser una grave situación se desvanece inmediatamente.
De igual modo, un sueño (ya sea que se presente como enfermedad o como pecado) no es más real para la Verdad que otro sueño (de enfermedad o de pecado), aun cuando quizás se necesite aplicar un mayor grado de comprensión — y tal vez vivir una vida mucho más espiritual — para hacer frente a un error más agresivo. La Sra. Eddy escribe: “La existencia mortal es un sueño...” Y más adelante dice: “Ahora bien, yo pregunto: ¿Habrá más realidad en el sueño despierto de la existencia mortal que en el sueño dormido? No puede haber, ya que lo que parece ser un hombre mortal es un sueño mortal”.Ciencia y Salud, pág. 250.
De manera que cuanto más pronto abandonemos el sueño de que somos mortales, y con la mayor gratitud, paciencia y firmeza nos identifiquemos como inmortales — y tiernamente vivamos nuestra verdadera identidad — tanto más rápidamente despertaremos y veremos que podemos sanar de cualquier dificultad.
El hombre verdadero es inmortal, el efecto de la Vida eterna, Dios. Si una curación pareciera demorar, necesitamos insistir firmemente en el hecho de que no somos mortales enfrentando un determinado problema (ya sea mental, físico o financiero). Más aún, tenemos que seguir adelante con nuestro tratamiento declarando con gozo y reconociendo firmemente que somos inmortales: fuertes, libres, victoriosos ahora mismo. Entonces, no sólo nuestra vida es elevada, sino que el error que se está tratando comienza a ceder, se destruye a sí mismo y desaparece.
Además, tenemos que cultivar en nuestros pensamientos, en nuestras acciones y en nuestro trato con los demás la gracia que participa de la naturaleza del Cristo. ¿De qué manera hemos de hacerlo?
Cristo, la Verdad, es el constante y gran iluminador espiritual, que nos despierta para que veamos la nada del error y la verdadera naturaleza de Dios como Vida. Debemos escuchar y estar atentos a la manifestación espiritual de la Vida. El propósito del Cristo es que nos acerquemos más a Dios, la fuente de todo bien, porque el Cristo nos muestra que nuestra vida verdadera está incluida en el tierno amor y la totalidad de Dios. Para abrigar una consciencia a la manera del Cristo, tenemos que afirmar diariamente en nuestros pensamientos que Dios es Todo, la sola y única Mente, y, por lo tanto, el solo y único poder y presencia. Así refutamos de manera natural la mente mortal y sus falsedades.
Este conocimiento científico y esta negación que evita el error (con cualquier otra afirmación y negación que necesitemos hacer) nos capacitan para obedecer la penetrante admonición de Pablo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filip. 2:5. De esta manera obtenemos la percepción espiritual innata de que cualquier clase de error es siempre irreal e impotente. Pues lo que realmente existe es la armonía del Amor, y no el error.
A medida que practicamos el vivir de acuerdo con este discernimiento espiritual, comprendemos lo que la Sra. Eddy quiere decir con estas palabras: “Una clase de enfermedad no es más real que otra”.Ciencia y Salud, pág. 176. ¡Cuán alentador es vislumbrar el vislumbrar el punto vital de que toda necesidad de curación es simplemente la necesidad de despertar a una comprensión más cabal de lo que es la realidad. Es un llamado, un mandato divino para que nos liberemos espiritualmente de la esclavitud de los sentidos. ¿Cómo? Ejercitando cada vez más nuestros sentidos espirituales y las cualidades de Dios. Dios nos ha conferido el poder para hacerlo. La irresistible vitalidad de la Vida se expresa mediante el Cristo: la idea inmortal de la Vida, Dios. ¿No es esto acaso lo que Cristo Jesús demostró tan magníficamente?
Trabajando de esa manera estamos cada vez más conscientes de que el Amor divino, la Mente, es la única fuente, sustancia y consciencia de nuestro ser verdadero. Entonces nuestro trabajo de curación (el despertarnos a nosotros mismos y a otros) resulta más fácil y natural.
Un practicista de la Ciencia Cristiana se sintió impulsado un día a estudiar el sinónimo “Vida” que la Sra. Eddy da para Dios. Al hacerlo, obtuvo una inspirada convicción de que la Vida verdadera es Dios, que siempre lo ha sido y siempre lo será. Percibió que la Vida del hombre, la Vida de la idea creada por Dios (el ser verdadero suyo y mío), era y es eterna, imperecedera.
Aquella tarde un padre de familia desesperado lo llamó por teléfono de un pueblo distante. ¿Podría el practicista venir a ver a su hija que parecía estar muriéndose?
Cuando el practicista entró en el cuarto de la joven, sintió la alegría del dinamismo de la Vida, justo allí donde parecía estar el concepto tenebroso y aterrorizado de la vida. El poder imperativo e iluminador del Cristo surgió en el pensamiento del practicista. Comprendió que el hombre no es un mortal temeroso y agonizante, sino la expresión misma y testigo de la Vida, Dios.
Cuando la joven con voz entrecortada dijo sus temores, cada uno de ellos fue desenmascarado y reemplazado con la verdad espiritual. Esto la despertó mental y espiritualmente. Pronto declaró, al comienzo débilmente y luego con firmeza: “Soy la expresión de la Vida ahora mismo. Dios me ama. Soy inmortal, fuerte, alegre, libre, sana, ahora. Soy la expresión normal y amada de Dios ahora mismo.
Cuando llegó el momento en que el practicista se iba, la curación ya había comenzado. Poco después la joven se liberó completamente de varias dolencias.
Algún tiempo después fue al dentista. Éste, al mirarle la boca, le preguntó sorprendido: “¿Ha tenido usted alguna operación en el paladar? No quiero alarmarla, pues está totalmente curada. Pero pareciera que le hubieran hecho una operación de cáncer en el paladar”.
El poder del Cristo, poder que nos despierta, es irresistible. A medida que oramos y estudiamos más, consagrándonos a demostrar prácticamente una percepción más elevada del Cristo, el sentido material, que es el fundamento de nuestros problemas, se disuelve y nos liberamos. Sí, podemos estar seguros que trabajando con el hecho de que la Vida es Espíritu, no se nos dejará en un incierto vacío espiritual. La Verdad, el Espíritu, mejora nuestra salud y nuestras experiencias diarias al espiritualizar nuestro pensamiento.
A medida que oremos para obtener un entendimiento espiritual más profundo, lo lograremos y seremos receptivos a él. Entonces veremos que nuestras afirmaciones acerca de la Verdad perfecta e invencible nos despiertan en mayor medida a lo que es real y bueno. Y percibimos que verdaderamente somos ideas de Dios: fuertes, libres e inmortales, y que estamos despiertos ahora mismo.
