Durante mi niñez y adolescencia la paz era sinónimo de esa seguridad de saber que mis padres estaban cerca de mí, atendiendo todo aspecto de mi vida. Más tarde, naturalemente, tuve que buscar seguridad en otra parte. La paz vino a significar trabajo satisfactorio, un lugar apropiado para vivir y compañía. Sin embargo, he llegado a comprender que todo lo que determina nuestra paz es más profundo que las circunstancias del momento.
Sentirse en paz es un derecho divino. Realmente, es más que un derecho, es el estado inalterable del ser del hombre. Como hijos de Dios estamos en paz, porque Dios, el Padre y Madre del hombre, está atendiendo cada necesidad de Su creación.
Pero es necesario algo más que simplemente declarar esta verdad. Tenemos que comprenderla, confiar en ella y sentirla profundamente. Debemos ir más allá de la complacencia con las actuales circunstancias. Tal vez tengamos un hogar que amamos, un trabajo satisfactorio, buenos amigos. Quizás nos hemos criado en un ambiente de amor. ¿Pero es nuestra paz el resultado de tales circunstancias, o tiene raíces más profundas, más seguras? Quienes luchan en circunstancias menos favorables ¿están privados de paz, estancados en el infortunio?
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!