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Rescinda su consentimiento

Del número de diciembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi amigo es un metafísico sincero y un profundo pensador. Nuestra conversación trató sobre el problema del ser; lo que es el hombre; la naturaleza de la realidad.

“¿Qué cree usted que hubiera sido mi experiencia ahora mismo si mis padres hubieran optado por no tener hijos?” le pregunté.

“Bueno”, se sonrió, “probablemente no me estaría usted poniendo en un aprieto en este momento con una pregunta como ésa”.

Pensando en este punto en años más recientes, empecé a sentir que tal pregunta entraña básicamente que uno está viendo a otros mortales como la explicación de su existencia presente. “Bueno, ¿acaso no han preparado nuestros padres el escenario para que nos veamos como mortales?” podría preguntarse la mayoría de la gente. La respuesta parece obvia; no obstante, no es tan sencilla.

A veces me he preguntado si mi presencia aquí podría estar, en alguna manera, relacionada con mi consentimiento. ¿Pero cómo? ¿Qué parte pude yo haber tomado? En vez de estar luchando con esa posibilidad, solía admitir que era mucho más fácil aceptar estar aquí, sin ninguna opinión personal acerca de los orígenes de este llamado viaje humano. Entonces, no hace mucho, sentí la necesidad de orar más profundamente acerca de la declaración que hiciera la Sra. Eddy, y que nos induce a reflexionar: “Los que no están instruidos en la Ciencia Cristiana, nada entienden realmente acerca de la existencia material. Se cree que los mortales están aquí sin su consentimiento, y que son trasladados tan involuntariamente, sin saber por qué ni cuándo”.Ciencia y Salud, pág. 371.

La Ciencia Cristiana me ha ayudado a comprender que la traslación de la escena humana no podría ser descrita científicamente como “involuntaria”; la mente mortal sí consiente, incluso planea, el concepto de muerte. Pero, todavía necesitaba yo meditar y reflexionar más sobre el asunto que surgió en mi mente acerca de dar consentimiento, en primer lugar, para estar aquí. Gradualmente empecé a ver que la mente mortal por cierto consiente en nacer en la materia. Y en el grado en que aceptara una mente mortal como mi verdadero estado de consciencia, me estaba poniendo en la posición de dar consentimiento.

Puede que usted sueñe que es un oso. El consentimiento mental dentro de ese sueño no lo hace a usted un oso, aun cuando suponga que empieza como osezno y se desarrolla hasta llegar a ser un oso adulto. Por muy vivida que sea la fantasía, aun así no es usted un oso. Lo que se necesita en un momento dado es despertar. Una vez despierto es mucho más fácil admitir que su identidad nada tiene que ver con un oso.

Puede que un mortal conciba que el hombre es material; pero tal percepción, por muy firmemente que se mantenga, no puede rehacer el perfecto linaje del Espíritu. En todo punto podemos empezar a rescindir nuestro consentimiento del concepto de que el hombre existe en la materia, o que se ha desarrollado de ella. A medida que descubrimos que nuestro ser verdadero se origina en Dios, despertamos a un sentido más espiritual de la existencia.

Todo lo que acontece es en el presente

Al aceptar un nuevo concepto sobre esta cuestión de consentir, se obtiene una perspectiva enteramente diferente de la vida y de la habilidad de dirigir nuevamente nuestra vida. Cuando aceptamos la premisa de que los mortales han puesto al hombre en la mortalidad, las consecuencias son amplias. Tal suposición ayuda a colocar una fundación ordenada para virtualmente todas las quejas acerca de estar en un predicamento debido a lo que otros han hecho. Debido a que los vecinos están haciendo mucho ruido estamos contrariados. Debido a lo que dijo un amigo o al comportamiento de un jefe, o debido a lo que ha hecho el gobierno, estamos en circunstancias muy molestas o hasta insoportables.

Cambiemos nuestra actitud. Empecemos por rescindir nuestro consentimiento a que originalmente se nos haya colocado bajo estas circunstancias. “Pero en primer lugar yo no di mi consentimiento” es posible que arguyamos. No obstante, Ciencia y Salud nos recuerda que sólo se cree que los mortales “están aquí sin consentimiento”.

El metafísico cristiano no se excusa con el concepto de “tiempo”, es decir, esto ocurrió antes que yo supiera sobre esto. La Ciencia divina atraviesa el factor tiempo y muestra que todos los acontecimientos son una cuestión de percepción presente; no son — desde el punto de vista más exacto — una secuencia de acontecimientos colocados en días determinados durante un período de años. Las circunstancias no están adecuadamente definidas cuando se las describe como acontecidas en “otro tiempo”. En este momento tenemos un punto de vista, una percepción, de los acontecimientos. Nuestro punto de vista puede pasar rápidamente por una extensa variedad de fenómenos. Podemos examinarlos, incluso suponer que participamos en los acontecimientos. Bajo una amplia perspectiva nos vemos como mortales — enfermos o sanos, jóvenes o viejos, felices o tristes. Podemos aceptar las condiciones materiales o empezar a renunciar a ellas. En el grado en que reconozcamos que Dios es la única fuente del ser, rechazaremos y venceremos la mortalidad y sus límites.

No basta con razonar: “Años atrás se me trajo a la materia. Ahora yo tengo que salirme de ella”. Siempre en este momento tenemos que decidir si estamos dispuestos a consentir en un comienzo en la materia, es decir, en la limitación. La mente mortal nos ofrece, mediante la materialidad, un nacimiento que continuamente está limitado. El que se haya aparecido en la materia, un sentido mortal de la existencia, jamás ha ocurrido en el pasado como tampoco en este momento. Aun ahora estamos determinando, mediante nuestros pensamientos y acciones, nuestro origen. Y en este momento podemos decidir en favor de la Verdad: podemos aceptar el hecho de que Dios, el Espíritu, eternamente es padre y madre del hombre; que Dios mantiene al hombre en perfección; que Su creación jamás acepta haber nacido en el error.

Es sumamente consolador empezar a comprender que cualesquiera que sean las condiciones en que parezcamos estar comprometidos, no estamos a merced de otra gente o circunstancias. No tenemos por qué argumentar contra nuestros propios intereses al suponer, e incluso insistir, que otros originalmente nos han colocado en la materialidad. Tampoco necesitamos someternos a la creencia de que hoy en día la gente o los acontecimientos nos mantienen sujetos a las varias discordias de la materia. Podemos empezar por rescindir nuestro consentimiento, y éste es un paso importante, e incluso indispensable, para obtener nuestra liberación.

Regeneración por medio del Cristo

Es obvio que rescindir nuestro consentimiento exige muchísimo más que declaraciones correctas para salvar al sufriente de, digamos, la enfermedad. Se exige un amor cada vez más profundo a la Verdad. El punto de vista común es que la enfermedad es causada por contagio, o que viene de un antepasado por herencia, o que se desarrolla a causa de un accidente. Cualesquiera de tales creencias pueden muy bien necesitar un rechazo completo en la oración. Pero a un nivel más profundo es esencial enfrentar y revertir el consentimiento que la mente mortal da a la enfermedad.

Se trata de cambiar de opinión. No es simplemente forzar nuestra manera de pensar para adoptar un punto de vista diferente; se necesita un cambio literal, abandonar la creencia de que nuestra mente es mortal y aceptar a la Mente divina como nuestra mente, nuestra única base de inteligencia. Esta Mente jamás consiente el mal ni siquiera lo conoce. La regeneración espiritual impulsada por el Cristo, nos capacita para reconocer que el hombre siempre ha expresado a Dios, la Mente; sólo entonces somos capaces de desistir completamente de dar consentimiento al pecado o a la enfermedad. Y un discernimiento creciente y resplandeciente de la eterna unidad del hombre con Dios, fortalece nuestro valor de manera que empezamos a abandonar nuestro consentimiento a un supuesto nacimiento y desarrollo en la materia.

¿Sobre qué base podemos honestamente negar nuestro consentimiento a la discordia? Sólo sobre el fundamento ofrecido por Cristo Jesús. Él proveyó la solución de la creencia de que el hombre está separado de Dios, que se desarrolla materialmente y que está limitado por la mortalidad. “Yo y el Padre uno somos” Juan 10:30. enseñó y no “solía ser” o “algún día seré”. Él daba consentimiento a una presente (eterna) unidad con Dios. Y nos exige a cada uno de nosotros aceptar más de nuestra unidad con Dios. El propósito de la vida de Jesús fue revelar con claridad la relación inseparable del hombre con el Amor divino. Él demostró la habilidad de rescindir el consentimiento a la mortalidad.

La vida de Jesús y sus obras ilustraron que nuestra vida no tiene que ser vivida sobre la base de una aceptación fundamental de enfermedad o de pecado. Tal vez hayamos hecho esfuerzos vigorosos para resistir esos males; pero sólo a medida que lleguemos a comprender que el verdadero ser del hombre, su naturaleza espiritual, jamás ha sido mortal, dejaremos de aceptar verdaderamente la inmoralidad, la enfermedad o el temor.

Puede que seamos reacios a admitir que originalmente hayamos dado consentimiento a la creencia de que nuestra existencia empezó en la materia. No obstante, necesitamos empezar a negar tal consentimiento, y lo hacemos al descubrir que el hombre no pudo haber dejado la amplitud de la Vida infinita por los confines de la materia.

La Sra. Eddy escribe: “Se puede alegar que los mortales se forman antes de que piensen o que sepan algo de su origen, y se preguntará también cómo la creencia puede afectar un resultado que precede a la formación de esa creencia”. Ah, sí. ¿Cómo puede nuestro presente punto de vista de que somos materiales afectar el nacimiento que vino antes de este punto de vista? “Sólo puede contestarse a eso”, continúa la Sra. Eddy, “que la Ciencia Cristiana revela ‘cosas que ojo no vió,’ — aun la causa de todo cuanto existe,— pues el universo, incluso el hombre, es tan eterno como Dios, que es su Principio divino e inmortal”. Si uno ve en esta declaración eternidad, no tiempo, como la clave, seremos guiados naturalmente a la conclusión que la Sra. Eddy ofrece, una conclusión que todos nosotros tendremos que admitir: “No hay tal cosa como mortalidad, ni hay actualmente seres mortales, porque el ser es inmortal, como la Deidad, — o, mejor dicho, el ser y la Deidad son inseparables”.Ciencia y Salud, págs. 553–554.

En realidad, todo efecto se origina en Dios. Él únicamente hace el bien, el ser inmortal. Nadie sino Dios puede determinar nuestra identidad. Y podemos desarrollar la humildad que nos capacitará para rescindir nuestro consentimiento a todo lo que sea desemejante a Dios: ya sea la aceptación de nacimiento en la materia, la lucha a través de condiciones materiales, o temor de salir de la materia. De hecho, descubrimos que, como hombre, jamás hemos dado verdadero consentimiento a nada que sea desemejante a Dios. El hombre, siempre sostenido ante la presencia de Dios, es nuestro destino, porque siempre es verdadero.

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