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[Original en alemán]

Todos los días me invade un sentimiento de bienaventuranza...

Del número de diciembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos los días me invade un sentimiento de bienaventuranza cuando pienso en todo lo que significa para mí la Ciencia Cristiana. Realmente le enseña a la humanidad cómo seguir al Mostrador del camino, Cristo Jesús.

En años anteriores, no sólo no pertenecía a iglesia alguna, sino que no creía para nada en Dios. O más bien, no creía en un Dios al que muchas iglesias honraban y que a mí me parecía injusto y falto de amor; que castigaba a las personas buenas y otorgaba una vida maravillosa a los malos. Yo no quería tener nada que ver con un Dios así. A pesar de ello, recurría a la Biblia una y otra vez. Pensaba que debía haber algo especial en ese libro que hacía que sus declaraciones fuesen pertinentes aun en la actualidad. Pero una y otra vez volvía a dejarlo a un lado, desilusionada por no poder comprenderlo.

En esa época me encontraba luchando contra la soledad. También había comenzado a beber, y fumaba cada vez más. Siempre había sido una persona muy tímida, llena de inhibiciones, temores y sentimientos de inferioridad. A veces me sentía tan desgraciada y desesperada que consideré seriamente el suicidio. Debido a que estaba convencida de que la muerte pone fin a la vida, no veía absolutamente ningún propósito que justificase mi corta existencia.

Un día vi unos carteles que anunciaban una conferencia de la Ciencia Cristiana. El tema me interesó, de modo que decidí asistir. Hasta ese momento nunca había oído hablar de la Ciencia Cristiana. La conferencia me resultó sumamente interesante, y me sentí muy agradecida cuando después un colega me ofreció literatura de la Ciencia Cristiana. Con esto, verdaderamente, comenzó una nueva vida para mí. Me sentía tan fascinada con lo que estaba descubriendo sobre la Ciencia Cristiana que hubiera deseado poder leer todo el día. ¡Finalmente había encontrado la verdad! Unos días más tarde, para mi sorpresa, noté que no deseaba beber más. Y lo mismo ocurrió con el cigarrillo; de pronto encontré que el sabor de los cigarrillos era amargo; simplemente ya no sentía más ganas de fumar. Pero lo más maravilloso de todo fue cuando volví a tomar la Biblia y comencé a leer el Nuevo Testamento; lo comprendía y me resultaba claro. Lloré de gozo y gratitud.

Como un año más tarde, sané de un problema digestivo. Muchos años de medicación diaria no habían podido curar esta condición. La curación se produjo sin ningún esfuerzo especial de mi parte, solamente por medio de un estudio regular de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy. También superé muchos temores y sentimientos de desamparo y aislamiento. Este versículo de Isaías me resultó de gran consuelo (41:10): “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”.

Debido a que Dios es bueno y Él es Espíritu infinito, no hay lugar donde el bien no esté. La Ciencia Cristiana me ha librado de vicios, de temor, en efecto, de toda clase de limitaciones. Por esta liberación estoy verdaderamente agradecida.


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