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Nuestra eterna estrella

Del número de diciembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un final puede muchas veces indicar un nuevo comienzo. Por ejemplo, aunque nos parezca que la estrella matutina desaparece al apuntar el día, sabemos que aún sigue brillando y que mañana será visible otra vez.

De manera parecida, si tememos que nuestro trabajo, nuestra vida, o nuestro mundo está llegando a su fin, tenemos que cambiar nuestro punto de vista. El temor desaparece cuando realmente aceptamos la verdad sobre la creación espiritual de Dios. Cuando mantenemos el pensamiento en línea con la perfección infinita de Dios, la Mente divina, encontramos el bien progresivamente desarrollándose, ahí mismo donde nos encontramos.

Hay muchos pasajes bíblicos que nos dan constancia del control constante que Dios ejerce sobre todo. Las Escrituras registran muchos ejemplos que muestran cómo, a medida que se percibía este control, nuevos comienzos reemplazaban lo que parecían ser desastres insuperables. Un ejemplo de esto es la aparición de Jesús después de la crucifixión, que mostró cómo su aparente fin culminó en un nuevo reconocimiento de la continuidad de su vida. El libro del Apocalipsis corrobora esto: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”. Apoc. 22:16. Puede decirse que la estrella de la mañana simboliza al Cristo siempre presente, la idea espiritual de Dios.

De la misma manera en que puede verse la estrella de la mañana brillando en la oscuridad y en la temprana luz del día, así podemos también discernir aún la idea espiritual de la Verdad, que mora eternamente en el reino del Amor divino como la luz que “en las tinieblas resplandece”. Juan 1:5. El Cristo actúa como un eslabón, mostrando a la consciencia humana la verdad sobre la interminable integridad espiritual que el hombre posee como la semejanza de Dios.

La Ciencia Cristiana nos enseña a identificarnos con el Cristo, y no con la mortalidad y sus creencias de principio y fin. En nuestras horas más angustiosas — así como en las más felices — podemos recurrir a nuestra única identidad real como la imagen del Amor divino. Esto quita la depresión, ilumina el esfuerzo humano, y hace que finales discordantes se tornen en comienzos naturales llenos de propósito, y que comienzos discordantes se conviertan en finales armoniosos.

El mero razonamiento humano se tambalea cuando no tiene como punto de referencia un comienzo y un fin. Comenzando con cumpleaños, que nos llevan a lo que se supone es el fin mismo, la muerte, todo el acertijo de esa forma de razonar es una supuesta superposición sobre la única existencia del hombre, que es eterna. Cristo Jesús refutó el testimonio ilusivo y mortal por ser la historia irreal de todos. Demostró que el hombre es la actividad, expresada individualmente, de Dios, de la Mente infinita, sin comienzo ni fin. Por lo tanto, a medida que nos mantenemos firmes en la verdad de que la creación perfecta de Dios es el único reino en donde vivimos, ahora mismo, nuestra experiencia continúa demostrando mayor salud y gozo.

Por lo contrario, la tendencia del pensamiento mortal es desear conocer con anticipación qué hacer en caso de que un fin terrible aparezca. El pensamiento mortal trata de acaparar información que piensa que necesita para tener las respuestas que le permitan impedir insuperables amenazas futuras. Todo esto es entendible, pero no trae curación. La gran necesidad es entender que Dios, la única inteligencia divina, gobierna todo lo que es real en la tierra “como en el cielo”. Mateo 6:10. Percatarse de esta verdad reemplaza las sugerencias erróneas que dicen lo opuesto, tanto en la consciencia como en la experiencia humana.

Por otra parte, algunos de nosotros podemos desear tener la revelación del Cristo (que es un eterno desarrollo) almacenada en lo que creemos es nuestra propia mente, como si nuestro pensamiento fuera una computadora. Es cierto que tenemos acceso a la inteligencia infinita por medio del reconocimiento, en oración, de la comunicación divina. Pero este acceso se reconoce a medida que surge la necesidad; podemos recurrir a la Verdad siempre presente para obtener orientación específica en cualquier circunstancia. El reconocer al Cristo, la Verdad sin tiempo, aporta nuevo estímulo para continuar actuando correctamente. La Sra. Eddy escribe: “El Cristo es la idea verdadera, proclamando el bien, el mensaje divino, que viene de Dios a los hombres, hablando a la consciencia humana”.Ciencia y Salud, pág. 332.

En vez de contemplar finales inoportunos, aprendemos a aceptar la existencia real. Por medio del Cristo — nuestra eterna estrella del ser — empezamos a vivir, a ser realmente la luz del mundo. El fulgor divino, que resplandece en nosotros, se hace más fuerte con nuestro deseo sincero de servir a Dios y apoyar a nuestro hermano, es decir, de reconocer todo como uno con el Amor divino. De nuevo, las palabras de la Sra. Eddy confirman la continuidad del bien: “A medida que los Magos progresaron en la comprensión del Cristo, o sea la idea espiritual, esta idea creció para ellos en gracia. Continuará así, en la medida en que esto se vaya comprendiendo, hasta que el hombre sea hallado a la semejanza misma de su Hacedor”.Escritos Misceláneos, pág. 164.

Así como la estrella de la mañana brilla continuamente, de la misma manera encontramos que toda nuestra existencia es constante y está segura en el control radiante del Amor divino. La comprensión de este control trae como resultado pensamientos y acciones correctos de manera más continua. A medida que nos apoyamos en el bien que el cuidado de Dios nos prodiga minuto a minuto, hallamos que nuestras relaciones personales, la salud y el bienestar se establecen en forma más armoniosa. Cada barrera que parece atarnos a la falsa sugestión de que el bien termina, se disuelve a medida que entendemos que el futuro es la continuación del ahora siempre presente. Siguiendo lo mejor que podemos el modelo de nuestra estrella eterna, la idea-Cristo, hacemos coincidir nuestras vidas con el desarrollo de la percepción del bien que está en todas partes, así como el bien siempre ha estado en todas partes, sin comienzo, por toda la eternidad.

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