Nosotros somos superiores al desaliento. Ciertamente no debemos permitir que el equivalente de una insignificante mentira detenga nuestro progreso. La comprensión de nuestra identidad real como el hombre verdadero, la imagen de Dios, el bien — la idea espiritual de la Mente única y divina — nos da inmunidad contra el desaliento; superioridad, de hecho, sobre todas las pretensiones de una supuesta mente separada de Dios. En realidad, nada puede impedir que expresemos la perfección que Dios ha creado para que la manifestemos. El hombre no puede perder jamás el dominio que Dios le ha otorgado para desarrollarse infinitamente. Ni siquiera nuestra apática sumisión a falsas pretensiones puede hacer que ese dominio cese.
La influencia virulenta del desaliento no tiene poder para invadir el pensamiento o debilitar la experiencia de quienes la resisten con la identificación espiritual correcta de sí mismos y de los demás, hecha práctica en la demostración de la omnipotencia del Espíritu, el bien, y la impotencia de la materia, el mal. Si, sin quererlo, hemos antepuesto el desaliento a la práctica cristiana que Dios exige de nosotros, tenemos un antídoto poderoso. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “Si crees en el mal y lo practicas a sabiendas, puedes cambiar en seguida tu proceder y obrar bien. La materia no puede oponerse de ningún modo a los esfuerzos justos contra el pecado o la enfermedad, porque la materia es inerte, sin mente”.Ciencia y Salud, pág. 253.
La manera correcta de pensar y de proceder espiritualmente está protegida por una ley superior a la llamada ley mortal de “la supervivencia del más apto”. La ley de Dios que da vida eterna a todo lo que es bueno asegura la condenación del desaliento y la perpetuidad de toda buena obra y buenos obreros.
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