A nadie le agrada sentir temor, y el temor nunca es constructivo. Para algunos, el temor es más que una reacción ocasional a los sucesos y se convierte en una preocupación. ¿Puede sanarse el temor crónico? ¿Pueden las personas con un historial de esta naturaleza tener esperanzas de sentirse completamente libres? Sí, pueden. Porque la Mente verdadera no es temerosa y mortal; la Mente verdadera es Dios, y Sus ideas están siempre en paz.
Puesto que Dios, el bien, incluye todas las ideas, toda consciencia verdadera, el hombre no está sujeto a ilusiones, temor, sueños, imaginaciones desbocadas o intrusiones malignas de ninguna índole. Jamás puede estar inconsciente. En la Mente no hay nada desconocido, no hay oscuridad, porque todo es bueno. Ésta es la consciencia que Dios da al hombre, y es la única consciencia que el hombre posee, puesto que Dios es la única Mente del hombre.
Estas verdades no se asemejan al concepto humano que tenemos del hombre como temeroso y mortal, pero la esperanza responde a ellas. Nosotros quisiéramos que fuesen verdad. Y la Ciencia Cristiana apoya esta esperanza de la manera más significativa posible: cumpliéndola.
El cristianismo nunca ha sido una promesa vaga. Cuando Cristo Jesús dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, Mateo 6:10. no hablaba como alguien que cree en el trascendentalismo, ofreciendo maneras de olvidar o evitar el dolor y la fealdad de la mortalidad. Jesús nos enseñó a insistir “en la tierra”. Sanando a los enfermos y resucitando a los muertos, el cristianismo de Jesús cambiaba la discordancia en armonía, de manera que las situaciones en la tierra se ajustaban más estrechamente a la realidad celestial. E igualmente, la Ciencia Cristiana no ofrece meramente una bonita manera de pensar sobre las cosas; nos proporciona la verdades que nos capacitan para seguir el ejemplo de Jesús y aniquilar la discordancia humana.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Un conocimiento del error y sus procedimientos debe preceder a la comprensión de la Verdad que destruye al error, hasta que todo el error mortal y material finalmente desaparezca y se comprenda y reconozca el hecho eterno de que el hombre creado por el Espíritu y del Espíritu es la verdadera semejanza de su Hacedor”.Ciencia y Salud, pág. 252. ¡Esto ciertamente implica más que el tener pensamientos que aportan consuelo! “Un conocimiento del error...” incluye hacer frente al problema, la falsa consciencia, o la llamada mente mortal.
Para los que sienten temor, encarar el objeto del temor o adquirir el “conocimiento del error” puede parecer insoportable, lo menos que son capaces de hacer. Tenemos la tendencia a huir de aquello que tememos. Pero con el temor, lo que tenemos que encarar no es tanto el hecho, la enfermedad o la situación que se teme, como la creencia de que la mente mortal o el cuerpo controla el pensamiento y la vida. Es la creencia de que el cuerpo (incluso la creencia de que hay mente en el cerebro) puede en cualquier momento estar fuera de control y trastornar nuestras vidas, o que el cuerpo puede poner condiciones o limitaciones sobre nuestras actividades.
La mente mortal, o la consciencia de la mortalidad, incluye la creencia en un cerebro que recibe e imparte información por medio de los nervios; un cerebro que puede ser alterado por sustancias químicas, sujeto a ciertos límites según su tamaño, descompuesto por ajustes realizados mecánicamente, y desgastado por el uso. La mente mortal nos da nuestra evidencia fundamental de que el cuerpo físico es sustancia, y de que esta llamada mente afirma controlar totalmente el cuerpo, desde la formación de los músculos hasta el abrir y cerrar de los párpados. Dentro de su propio contexto puede parecer impresionante, pero el hecho es que la mente mortal no tiene el control fundamental de sí misma. Sólo funciona en creencia. Cuando está enferma, no se puede verdaderamente sanar a sí misma; cuando siente temor, no puede genuinamente calmarse; y no puede evitar la muerte. Es, al fin y al cabo, mortal.
Por lo tanto, gran parte de lo que se necesita para eliminar el temor es que la mente mortal se desilusione consigo misma, que se vuelva consciente de su propia impotencia y, por lo tanto, esté más dispuesta a abandonar sus creencias y ceder a la Verdad. Hasta que no aparezca esta disposición, es posible que se resistan las verdades acerca de Dios y del hombre como abstractas y remotas, o como que requieren demasiado valor para ser prácticas.
Para el que teme desprenderse de un concepto mortal de las cosas porque le parece que eso significa desprenderse de la existencia según como él la conoce, desilusionarse de manera realística con la mente mortal es provechoso. Sirve como incentivo para buscar alternativas a las ineptitudes y limitaciones de la mente carnal. Y este desencanto con una mentalidad material es divinamente impelido. Nos sentimos insatisfechos porque deseamos vida, armonía y salud, y la mente mortal no ha tenido éxito en alcanzarlas. Nos apartamos de la mortalidad porque deseamos vivir eternamente. Cuando algo va mal, deseamos que vaya bien, hasta perfectamente. Esta clase de deseos nunca nos hacen sentir cómodos con la mortalidad. Estos deseos nos hacen sentir a gusto con Dios.
El progreso más allá de la mortalidad es inevitable. Nunca nos deja en un vacío, puesto que siempre se manifiesta porque se tiene un afecto creciente hacia el Espíritu y una consciencia mayor de él. El afecto puede comenzar prefiriendo la vida a la muerte, el Amor al odio, la Verdad a la ilusión. Mas este deseo puro crece. Progresa de ser un anhelo hasta alcanzar la autoridad que rechaza los falsos conceptos mortales, o las llamadas leyes físicas, destruyendo por ende la evidencia mortal. Esta autoridad es la autoridad del Cristo, la Verdad, y en el grado en que obedecemos la Verdad, la evidencia de la Vida todo armoniosa llega a ser la única evidencia. La Verdad destruye la evidencia de peligro o de muerte.
La Biblia nos dice: “Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás, y tu sueño será grato. No tendrás temor de pavor repentino, ni de la ruina de los impíos cuando viniere, porque Jehová será tu confianza, y él preservará tu pie de quedar preso”. Prov. 3:24–26. Dios es todo. No existe circunstancia alguna a la que no se pueda aplicar esta verdad. No existe condición alguna que no pueda regirse por esta realidad. Y cuando hacemos frente a nuestros temores desde este punto de vista, el encuentro no es amedrentador, sino tranquilizador. Esto no niega el hecho de que se requiere valor. Daniel necesitó valor en el foso de los leones, y Pablo necesitó valor para continuar difundiendo su a menudo impopular mensaje. Pero el valor que se necesita no es un rasgo de la personalidad. Es valor moral, inspirado por el amor que sentimos hacia el bien, Dios.
Olvidar el cuerpo físico al estar conscientes de Dios, y resolver nuestras necesidades humanas mediante la oración, son los pasos más seguros que podemos dar. Confiar en Dios para preservar nuestra existencia no es un experimento ciego. Sabemos lo que ha de acontecer. Cristo Jesús nos lo señaló cuando reiteradamente sanó a los enfermos y pecadores y resucitó a los muertos. Jesús nos demostró que Dios preserva la identidad del hombre en toda su perfección semejante a Dios y que la destrucción de la mortalidad no hace mella en el hombre ni implica la muerte de lo que es verdadero.
Divorciarnos de las figuraciones de la mente mortal y su irracionalidad no es doloroso ni causa temor cuando percibimos la impotencia de la mente mortal conjuntamente con la omnipotencia e incorruptibilidad de la Mente divina. La elección es clara, y podemos hacerla en paz, sostenidos por todo el poder de Dios.
