Durante casi cerca de cuarenta años padecí de pesadillas. Comenzaron cuando apenas tenía cinco años. A veces tenía hasta tres en una noche. A menudo me despertaba, me calmaba a mí mismo, y volvía a dormirme, sólo para tener otra vez la misma pesadilla.
Cuando era niño, tenía temor de dormir y hacía cuanto me era posible por impedir la segura llegada del sueño, pues una vez más estaría a la merced de esas “formas oscuras” que rondaban en secuencias de sueños que se repetían. Mi madre me llevó a médicos, psiquiatras y osteópatas, en un esfuerzo por curarme. Por temporadas, era examinado diariamente por médicos que hacían todo lo posible por ayudar a un niñito aterrorizado.
Al llegar a la adolescencia gradualmente dejé de conversar acerca de mis experiencias nocturnas con las pesadillas y las acepté como “mi suerte en la vida”. Comencé a beber antes de tener la edad legal para hacerlo. Sentía placer en el adormecimiento de la borrachera, y llegué a temer los momentos en que tendría que estar sobrio y dejar de beber por una noche.
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