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Algunos años después de graduarme de la escuela secundaria, encontré...

Del número de septiembre de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Algunos años después de graduarme de la escuela secundaria, encontré la vida como un vacío que no ofrecía promesas. Yo estaba solo, y, como era músico, viajaba continuamente. Además, seguía una senda anticristiana en la vida que no respondía a las preguntas que me apremiaban con insistencia. Llevaba conmigo, dentro de una maleta, un ejemplar del libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Lo llevaba como si fuera un estuche de primeros auxilios, de los que se ponen en un compartimiento de vidrio con un martillo. Aunque nunca leía el libro, éste estaba listo para ser usado en caso de emergencia.

Cuando era niño, asistí con regularidad a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero, más tarde, mis labores como músico los sábados por la noche, me dieron un pretexto para no levantarme temprano los domingos por la mañana. Yo estaba convencido de las simples pero profundas verdades de la Ciencia divina, y estaba familiarizado con los pensamientos consoladores y sanadores de Ciencia y Salud. Sin embargo, cuando comencé a leer el libro nuevamente, no fue tan consolador como había sido antes. Algunos de los pasajes que leí me inquietaron. Hasta tiré el libro al otro lado de la habitación. Pero “un silbo apacible y delicado” me ordenó que lo recogiera, porque lo que había leído era la verdad espiritual del ser, me gustara o no.

Un año después estaba estudiando todos los días las Lecciones Bíblicas, que aparecen en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y asistiendo a una iglesia filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Durante ese tiempo me pregunté si debería dejar el trabajo como músico. Parecía tan lleno de inmoralidad y de tentaciones. Pero escuchando por medio de la oración para oír la dirección de Dios, rápidamente vi la necesidad de encarar las creencias erróneas para sanarlas, más bien que para huir de ellas. La Biblia y Ciencia y Salud han sido mis mejores amigos, dándome el valor para enfrentar el mal.

Leí en el libro de texto (pág. 99): “Las corrientes serenas y vigorosas de verdadera espiritualidad que se manifiestan en salud, pureza e inmolación propia, tienen que profundizar la experiencia humana, hasta que se reconozca que las creencias de la existencia material son una evidente imposición, y el pecado, la enfermedad y la muerte den lugar eterno a la demostración científica del Espíritu divino y el hombre de Dios, espiritual y perfecto”. Esta declaración fue una guía luminosa para mí. De ella percibí lo que iba a profundizar mi experiencia terrenal y cómo ver el pecado como una “evidente imposición”. Muchas cosas que una vez fueron tentaciones dieron “lugar eterno” al reino del Espíritu en mi vida.

Muy pronto me hice miembro activo de una iglesia filial y me afilié a La Iglesia Madre en Boston. Esta afiliación me ha protegido grandemente dándome una importante confraternidad cristiana y enlazando mi vida a una misión mundial más bien que a una misión personal.

Creo que la decisión de permanecer como músico ha hecho de mí un cristiano más fuerte, y ha abierto el camino hacia una educación universitaria. Sin yo haberlo solicitado, me ofrecieron una beca para estudiar música. Al principio no la acepté porque tenía muchas razones para no aceptarla. La mayor de todas era que yo había sido un estudiante con calificaciones muy bajas a través de mis años escolares. Sin embargo, me sentí impulsado a seguir un curso más elevado en la vida, y confiaba en que podía seguir este nuevo camino.

Cuando tomé el examen de ingreso, no salí muy bien en la prueba, y me pusieron en una clase especial de inglés. Algunos años después, cambié mi especialización en música para una en inglés. Me gradué con una especialización en inglés y como miembro de una sociedad de honor. Dios no me había hecho más sabio. Comencé a demostrar que, como reflejo de la Mente divina, el hombre de Dios por naturaleza expresa inteligencia. Mi constante participación en la pequeña organización de la Ciencia Cristiana en la universidad me ayudó grandemente, más de una vez, para continuar por el sendero que sentí era el guiado por Dios.

Una mayor confianza en la dirección de Dios fue necesaria después que me gradué. Durante el verano después del tercer año, mi esposa y yo tomamos cursos de español en México. Regresé a casa con disentería. La tenacidad de la enfermedad fue solamente una indicación para mí de lo importante que era sanar esta condición por medios espirituales. Después de mi graduación, pasé todo mi tiempo libre estudiando y orando. El resultado de mis oraciones fue la eliminación de un falso orgullo, que me había impedido solicitar la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana. Me decía que debía cuidar de mí mismo. Aparentemente, necesitaba ceder al hecho de que Dios es el verdadero sanador; así que acudí a alguien con un entendimiento más claro de este hecho.

En medio de las inspiradoras oraciones y la diaria ayuda del practicista, mi esposa y yo sentimos el deseo de regresar a México. Ambos habíamos estado leyendo artículos en The Christian Science Monitor que nos habían motivado a cada uno de nosotros a continuar aprendiendo el idioma español. Así que aplicamos y obtuvimos empleos para enseñar inglés a los niños en México.

Tres semanas después, estabamos en un avión enteramente confiados en que la casa que dejamos se vendería prontamente. El himno 148 del Himnario de la Ciencia Cristiana fue muy importante para nosotros, y lo cantábamos con frecuencia. Incluye estas palabras: “No teme cambios mi alma / si mora en santo Amor”; y “Doquiera que Él me guíe, / no habrá necesidad”. Por medio del canto y la oración, vencimos nuestros temores.

Nos enteramos de que nuestra casa en Houston se había vendido. Sin embargo, para mi consternación, me aparecieron nuevos síntomas de disentería. A medida que oraba para disipar mi temor, otra vez me sentí confiado en la protección y guía de Dios. Con persistencia acudí a esta promesa, que aparece en el Salmo veintitrés: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores”. Yo sabía que aunque el alimento parecía contribuir a los síntomas que me causaban estos trastornos, el alimento no era mi enemigo. Sufría de la creencia de que era algo “fuera del hombre que [entrando] en él,... lo pueda contaminar” (Marcos 7:15). Cristo Jesús refutó esas creencias, y yo sabía que podía hacer lo mismo. Al segundo día de haber estado en México, había sanado de la recurrente disentería. La curación fue dramática, y ha sido permanente. Mi esposa y yo hemos ya enseñado por dos años y nos regocijamos de nuestra buena salud, que sabemos es un don dado por Dios. He seguido enseñando y también escribiendo música.

Siento que mi vida está llena de ejemplos de cómo Dios, la Mente divina, nos guarda y guía cuando seguimos las ideas que Él nos proporciona.

Mi corazón rebosa de gratitud por mi madre, que me ha inspirado con su vida cristiana, y por mi paciente padre, que me ha sostenido en mis empeños. También deseo expresar mi gratitud por haber recibido instrucción en clase en la Ciencia Cristiana. Esto me ha hecho estar más consciente de cómo podemos modelar nuestras vidas tomando como ejemplo a Cristo Jesús, y cómo apreciar más a la Sra. Eddy, como la Descubridora y Fundadora de esta maravillosa y práctica Ciencia del Cristo.


Es para mí un gran gozo verificar el testimonio de mi esposo. La curación de la disentería a la que él se refiere, tuvo lugar como él la ha relatado. Estamos extremadamente agradecidos por la guía de Dios cuando nos mudamos a México. La pronta venta de nuestra casa fue una definitiva evidencia de la ley de la armonía de Dios. Damos gracias por todas las bendiciones recibidas por medio del estudio y de la práctica de la Ciencia Cristiana.

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