Algunos años después de graduarme de la escuela secundaria, encontré la vida como un vacío que no ofrecía promesas. Yo estaba solo, y, como era músico, viajaba continuamente. Además, seguía una senda anticristiana en la vida que no respondía a las preguntas que me apremiaban con insistencia. Llevaba conmigo, dentro de una maleta, un ejemplar del libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Lo llevaba como si fuera un estuche de primeros auxilios, de los que se ponen en un compartimiento de vidrio con un martillo. Aunque nunca leía el libro, éste estaba listo para ser usado en caso de emergencia.
Cuando era niño, asistí con regularidad a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero, más tarde, mis labores como músico los sábados por la noche, me dieron un pretexto para no levantarme temprano los domingos por la mañana. Yo estaba convencido de las simples pero profundas verdades de la Ciencia divina, y estaba familiarizado con los pensamientos consoladores y sanadores de Ciencia y Salud. Sin embargo, cuando comencé a leer el libro nuevamente, no fue tan consolador como había sido antes. Algunos de los pasajes que leí me inquietaron. Hasta tiré el libro al otro lado de la habitación. Pero “un silbo apacible y delicado” me ordenó que lo recogiera, porque lo que había leído era la verdad espiritual del ser, me gustara o no.
Un año después estaba estudiando todos los días las Lecciones Bíblicas, que aparecen en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y asistiendo a una iglesia filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Durante ese tiempo me pregunté si debería dejar el trabajo como músico. Parecía tan lleno de inmoralidad y de tentaciones. Pero escuchando por medio de la oración para oír la dirección de Dios, rápidamente vi la necesidad de encarar las creencias erróneas para sanarlas, más bien que para huir de ellas. La Biblia y Ciencia y Salud han sido mis mejores amigos, dándome el valor para enfrentar el mal.
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