De acuerdo con la Biblia, el libro de texto de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) presenta científicamente la naturaleza verdadera de Dios y del hombre. Partiendo de la base de las inspiradas declaraciones de la Verdad contenidas en el libro de texto, nuestro estudio, oración y aplicación práctica de la ley de Dios aportan una percepción de la realidad espiritual que cambia nuestra vida. El estudiante de este libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, comienza a entender que la realidad comprende sólo lo que Dios ha creado, sólo lo que es perfectamente bueno, puro y permanente. Cualquier otra cosa — la materia, la enfermedad, el pecado, la mortalidad — es fundamentalmente irreal.
El hombre verdadero, como nos enseña la Ciencia Cristiana, no pertenece a la categoría de “cualquier otra cosa”. El hombre es el reflejo puro, la manifestación perfecta, la expresión ilimitada de Dios, la Mente divina. En Ciencia y Salud nuestra Guía describe al hombre de esta manera: “La compuesta idea del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espiritual de Dios; la representación completa de la Mente”.Ciencia y Salud, pág. 591. Ninguna irrealidad — incluso las limitaciones materiales de la carne, el mal y la discordia de la mortalidad — pueden oscurecer la revelación divina de la verdadera identidad del hombre.
No hay dos clases de hombre, el primero espiritual y santo, el segundo material y predestinado a pecar, sufrir y morir. Hay sólo una clase de hombre: completamente espiritual, totalmente bueno, eterno. Una vez más, “cualquier otra cosa” sería fundamentalmente una creencia falsa, un concepto equivocado, una falsificación de la verdad. El hombre mortal es un mito, un enigma, un sueño abrigado por la llamada mente mortal, la cual en sí misma carece de sustancia o identidad. El sueño de la mortalidad, con sus sugestiones de mal y limitación, en ningún punto coincide con la realidad de la Verdad inmortal, donde el hombre es la evidencia inmortal de la bondad de Dios. En el libro de texto leemos: “El hombre como linaje de Dios, como idea del Espíritu, es la evidencia inmortal de que el Espíritu es armonioso y el hombre es eterno”.Ibid., pág. 29.
Cuando se nos presentan por primera vez estas verdades acerca de Dios y del hombre, puede que pensemos que parecen más bien idealistas, o que tal vez son bellas para contemplar, pero no muy prácticas. Un escéptico podría argüir que su experiencia y el mundo que lo rodea a veces parecen tan contradictorios a la descripción de la realidad que ofrece la Ciencia Cristiana, que no tendría objeto seguir las enseñanzas de esta religión. Pero quien investiga la Ciencia del Cristo con una mente y corazón amplios; quien humildemente busca la redención y ora sinceramente al estudiar los profundos significados de las verdades reveladas, encuentra algo extraordinario. Puesto que los hechos espirituales del ser son verdaderos, entonces cuando se los comprende, realmente transforman nuestro pensamiento y cambian nuestra vida. No hay duda de que el error y la Verdad son contrarios, pero la Verdad elimina la influencia agresiva que el error parece tener, y demuestra la nada del mal. La Verdad divina es omnipotente, y el Cristo nos redime de los conceptos erróneos acerca de la realidad; de las mentiras e ilusiones de la materialidad. “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado” (Ciencia y Salud, pág. 583); esto es el Cristo.
Algo maravilloso ocurre a medida que la Verdad destruye el error en nuestro pensamiento y experiencia. La absoluta “evidencia inmortal de que el Espíritu es armonioso y el hombre es eterno”, comienza a ser demostrada de inmediato y de manera práctica. A medida que nuestra regeneración continúa, la escasez cede a la evidencia verdadera de la abundancia del bien espiritual. La enfermedad cede a la evidencia de la compleción espiritual. El pecado cede al hecho de la intachable pureza e inagotable dominio del hombre. En otras palabras, se comprueba que el testimonio discordante de los sentidos corporales es un testigo falso de nuestro ser real; un testimonio que es inadmisible en la jurisdicción del Espíritu. La evidencia armoniosa del sentido espiritual sale a luz mediante la curación y redención científica y cristiana, demostrando así que esta evidencia armoniosa es el testigo verdadero por el cual la naturaleza del hombre de Dios puede ser definida con exactitud.
Más que cualquier otra persona el Maestro, Cristo Jesús, fue quien demostró que el ser del hombre da testimonio de la invariable bondad de Dios. El nacimiento incomparable de Jesús, su autoridad al enseñar y predicar, sus poderosas respuestas a preguntas difíciles, su notable obra sanadora, su resurrección y ascensión, todo ello sostuvo el hecho de que él fue el Salvador prometido, el Hijo de Dios. Ante las falsas evidencias de la mortalidad, de la enfermedad o del pecado, el Maestro penetraba, con claridad y precisión espirituales, la neblina de la ignorancia y del temor humanos. Echaba fuera la mentira; sanaba a los enfermos y elevaba los corazones receptivos.
Jesús exigía de sus seguidores que ellos también comenzaran a dar pruebas prácticas de la evidencia inmortal de la bondad de Dios. Envió a sus discípulos a predicar el evangelio y a sanar, y esto sigue siendo deber cristiano en toda época. Jesús dejó también específicas indicaciones para un discipulado práctico, para llevar una vida consagrada y plena de gozo, que demuestre al mundo irrefutablemente que el Cristo, la Verdad, realmente transforma, redime y salva. A medida que en nuestro diario vivir nos adherimos a la Ciencia del Cristo, nuestra propia regeneración va demostrando progresivamente la paz y la armonía actuales de la realidad divina.
Para ser honestos con nosotros mismos, tenemos que esforzarnos sinceramente por conducir nuestra vida en conformidad con las verdades espirituales que proclamamos. Así, con cada paso de adelanto, y mediante nuestras oraciones y nuestra aplicación de ellas en la vida diaria, deberíamos erradicar el egoísmo, la envidia, los celos, la crítica destructiva, el prejuicio. Todos podemos aprender más acerca del perdón, de la compasión y del amor fraternal. Cristo Jesús dio una regla clara para ello, que muestra cómo cada uno de sus seguidores puede ser para el mundo un acreditado testigo del bien divino, que él mismo demostró plenamente. Dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:34, 35.
Los seguidores de Jesús han aprendido que, sin alegría espiritual y amor cristiano, nuestra experiencia no irradia luz verdadera; sólo fría oscuridad y sombras vacías. Sin luz en la consciencia humana, ¿cómo se puede ver o comprender la realidad? Pero tenemos la promesa bíblica de que el reino de Dios está a nuestro alcance. Y la evidencia de la eterna y presente gloria de Dios está también a nuestro alcance: nuestra propia identidad como hombre, el linaje del Amor infinito, la evidencia inmortal del bien divino. La verdad del ser del hombre, vivida y amada, brilla con un resplandor que “alumbra a todos los que están en casa”. Mateo 5:15. Esta luz no puede ser extinguida.