Una noche de Navidad pasé a saludar a una querida amiga. Era mi propósito permanecer sólo unos minutos. Sin embargo, no resultó así. Mientras estaba allí, recuerdo haber pensado en la crucifixión de Cristo Jesús, y lloré. Una señora allí presente, con quien yo había estado hablando largamente sobre la Biblia, me preguntó: “¿Por qué lloras?” Le contesté que cada año en Navidad me pasaba lo mismo, ya que no podía entender cómo la gente había podido crucificar a un hombre tan puro y perfecto como Cristo Jesús. Entonces ella con una cordial sonrisa me dijo: “No llores. Cristo Jesús ha estado en la gloria por casi dos mil años”.
Ésa fue la primera vez que había oído de Cristo Jesús glorificado, y este pensamiento me trajo un gozo inefable. Más tarde ese mismo día fui invitada a una reunión de testimonios en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico (era miércoles). ¡Cómo me gustó esa atmósfera de armonía, orden, amor y belleza! Los rostros de los allí presentes irradiaban paz y gozo. Y ¡qué testimonios maravillosos escuché! Me sentía inmensamente feliz, y supe que había encontrado la verdad, el camino que me llevaría a ser más buena y a saber finalmente que Dios es Amor.
Al día siguiente, concurrí a una Sala de Lectura de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), donde fui atendida amorosamente. Compré un ejemplar del libro de texto —Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy — y comencé a leerlo. ¡Qué maravillosamente la Biblia estaba explicada, y qué pensamientos tan puros estaban expresados en ese libro! Pronto se convirtió en mi compañero inseparable. Lo leía día y noche. En poco tiempo me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana. Me pareció que todo el amor de Dios estaba expresado en el amplio y elevado entendimiento que esta persona demostraba. Vendó las heridas de mi corazón con la ternura que ella expresaba. ¡Qué gozo experimenté cuando finalmente pude comprender algo de la inmortalidad de la Vida, y que somos inmortales porque Dios es inmortal, y Sus hijos Lo reflejamos y expresamos Sus cualidades!
Desde muy niña había padecido de cálculos renales y cifoscoliosis, una enfermedad de la columna vertebral. Ya se había constituido en rutina que cada invierno tenía que permanecer en cama por días, cuando no por meses. Como se me había enseñado que la enfermedad era poco menos que una gracia otorgada por Dios, soportaba estos problemas sin ninguna esperanza de curación. Pero me costaba amar a un Dios que me hacía sufrir tanto.
A principios de 1973, el problema renal se manifestó con mayor intensidad que nunca. Recurrí a un médico, quien tomó radiografías y diagnosticó la existencia de cálculos muy grandes en los riñones. Me dijo que tendría que operarme, pero también dijo: “El problema ciertamente reaparecerá. Así que tendrá que ajustarse a una dieta sumamente estricta y llevar una vida de reposo”.
Tenía mucho temor a una operación, y como la ciencia médica no me aseguraba una curación definitiva, no consentí a la operación. Por otra parte, ya había oído hablar de la Ciencia Cristiana.
Debo mencionar con infinita gratitud que el amor de Dios se manifestó en esta experiencia mediante el afecto, cuidado y apoyo que me brindó quien es ahora mi esposo. Gracias a su ayuda, me fue posible dedicarme al estudio de la Ciencia Cristiana. Jamás olvidaré esa etapa de mi vida: un mundo nuevo de maravilla y amor fue descubierto en mi consciencia. Comprendí por primera vez la magnitud de la carrera de Cristo Jesús, especialmente cuando leí en Ciencia y Salud (pág. 26): “El Cristo era el Espíritu a que Jesús aludió en sus propias declaraciones: ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida’ y ‘Yo y el Padre uno somos’. Este Cristo, o divinidad del hombre Jesús, era su naturaleza divina, la santidad que le animaba. La Verdad, la Vida y el Amor divinos le daban a Jesús autoridad sobre el pecado, la enfermedad y la muerte. Su misión fue revelar la Ciencia del ser celestial, probar lo que Dios es y lo que hace por el hombre”.
Con este nuevo entendimiento me fue posible comprender la irrealidad de la enfermedad. Recibí ayuda por medio de la oración de una practicista de la Ciencia Cristiana, y leí Ciencia y Salud con infinito gozo día y noche. No sé cuando se produjo la curación; sólo recuerdo que a los pocos meses me encontré trabajando en mi propio negocio. Estaba llena de un gran entusiasmo y gozo de vivir; hasta mi pelo y la piel parecían estar llenos de nueva vida. Al poco tiempo me casé. Más tarde tuvimos nuestro primer hijo — una hija saludable y bella — que nació sin ninguna clase de problema.
Como resultado del estudio sistemático de la Ciencia Cristiana y del sincero deseo de crecer espiritualmente cada día, mi vida cambió: fui bendecida con un hogar verdaderamente cristiano, sané de dolencias físicas, y conocí la felicidad de ser madre. Supe que nunca jamás me faltaría nada, porque empezaba a comprender que “el Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (ibid., pág. 494).
A veces los cinco sentidos alegan que algo nos falta, pero tenemos siempre a mano el sentido espiritual para ayudarnos a encontrar todo en la infinitud de nuestro amoroso y eterno Padre-Madre Dios. Poco a poco, esta comprensión destruye toda limitación en la consciencia y en nuestra vida. Entonces vemos claramente que si alguna cosa nos es verdaderamente necesaria, Él nos la está proveyendo aquí y ahora, pues Su plenitud lo incluye todo y Él nos lo brinda universal e imparcialmente.
En 1980, mi esposo, mis hijos y yo, decidimos radicarnos en el Canadá. Fuimos sometidos a numerosos exámenes médicos antes de partir, pero, al final, el médico británico comisionado por la Embajada Canadiense en Buenos Aires para esta misión, comentó: “Todos ustedes irradian una salud increíble”.
Después de eso, nos radicamos felizmente en el Canadá, sabiendo que éste era el lugar correcto para nosotros en ese momento. En la actualidad vivimos en California. Gracias a la Ciencia Cristiana sabemos que todo de lo que disfrutamos viene del Espíritu, Dios.
Estoy profundamente agradecida no sólo por un esposo que es un verdadero y fiel Científico Cristiano, sino por la inmensa bendición que recibimos él y yo de la instrucción en clase de Ciencia Cristiana.
En mi vida, estoy agradecida por el amoroso trabajo de los practicistas de la Ciencia Cristiana, especialmente por el trabajo de una que me confortó y ayudó en momentos de amargas pruebas. La mayor gloria es saber que todo el amor que recibimos tiene su fuente en Dios.
Sherman Oaks, California, E.U.A.