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Confianza y provisión

Del número de septiembre de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Le enviaré el cheque mañana a primera hora”, ella me prometió.

Un mes más tarde, el cheque no había llegado, y yo me encontraba en un aprieto económico porque ya había gastado el dinero que había estado tan segura de recibir.

Finalmente ella me envió el cheque. Sin embargo, este episodio pasajero me obligó a examinar más profundamente toda esta cuestión de la provisión. ¿Estaba siguiendo realmente la admonición de nuestra Guía, Mary Baker Eddy, cuando dijo: “Confiad en la Verdad y en nada más”? The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 171.

El bien verdadero se encuentra sólo en Dios, el Espíritu. La Biblia abunda en promesas para aquellos que confían en que Dios responderá a sus necesidades. Leemos en los Salmos: “Los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien”. Salmo 34:10. Cuando confiamos en el Espíritu y comprendemos la integridad de su idea, el hombre, en lugar de confiar en lo material o en los mortales, descubrimos que la promesa de Dios nunca es una promesa vana.

¿Qué significa confiar en el Espíritu y no en la materia? Significa obedecer literalmente el primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3. La Ciencia Cristiana revela la explicación científica de esta exigencia divina. Al referirse al primer mandamiento, la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Ese es Espíritu. Por lo tanto, el mandato significa esto: No tendrás ninguna inteligencia, ninguna vida, ninguna sustancia, ninguna verdad, ningún amor, que no sea espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 467.

Para reconocer y experimentar el bien permanente y confiable que constituye nuestra provisión auténtica, tenemos que comenzar por reconocer que Dios, el Espíritu, lo es Todo. No existe un opuesto de Dios llamado materia, mente mortal o mal, que pueda darnos o quitarnos el bien, pese a la fuerte impresión en contrario que ofrecen los sentidos físicos. La provisión que proviene de Dios tampoco es sustancia material, porque el Espíritu no puede proveer lo que no posee.

La provisión que Dios provee es sustancia espiritual: el don constante del bien verdadero en formas que atienden a la necesidad humana. Este don incluye ideas de sabiduría, integridad, pureza y amor, que espiritualizan nuestros conceptos de hogar, empleo y familia. Dios nos da verdaderas cualidades semejantes al Cristo que se expresan en afecto, sinceridad y humildad. Él nos provee de leyes morales y espirituales de justicia y de oportunidades para expresar la verdadera y valiosa individualidad del hombre.

Comenzamos a experimentar esta provisión de la bondad de Dios en nuestras vidas en la proporción en que reconocemos lo que es realmente verdadero acerca de nosotros mismo, como reflejos de Dios, y en que vivimos de acuerdo con ese entendimiento. Nuestra identidad verdadera y la de los demás es el hombre espiritual, el reflejo de Dios. Y la provisión del hombre está compuesta de las ideas divinas e infinitas que Dios refleja por siempre en Su hijo. Porque un reflejo es completo e inmediato, nuestra identidad verdadera está siempre expresando todo lo que Dios posee, es y hace.

En este mismo momento Dios provee al hombre de Sus infinitas cualidades de belleza, armonía, alimento, alegría, satisfacción y propósito. La constante provisión del bien espiritual es un aspecto natural de nuestra identidad real. Nuestra necesidad actual, por lo tanto, es identificarnos correctamente como Su idea y expresar la semejanza del Cristo que armoniza nuestra experiencia con el don incesante e ilimitado de Su bondad. “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria” Esc. Mis., pág. 307., nos dice la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos.

A esta altura alguien puede preguntar: “¿De qué manera esta comprensión de que Dios me da ideas espirituales para mi sustento se aplica en forma práctica a mis necesidades diarias inmediatas?” La respuesta requiere un cambio en la consciencia, de una base material a una base espiritual. La materia carece de realidad en la totalidad del Espíritu. Pero si nuestro pensamiento está basado en la creencia intrínsecamente falsa y finita de que todo es material, veremos la limitación en todas las direcciones. Nuestra experiencia cotidiana es la expresión exteriorizada de nuestro pensamiento; expresa lo que creemos.

Sin embargo, cuando reconocemos en nuestras oraciones y en nuestra manera de vivir que la Vida es Dios, el bien infinito, y que nuestra identidad real es el reflejo infinito de la bondad de Dios, vemos las evidencias de la abundancia de Dios en todas partes, y las disfrutamos. Nuestra experiencia se torna espiritualmente mental, en vez de materialmente mental, y da testimonio de la bondad siempre presente de Dios.

La vida de Cristo Jesús ilustró ciertamente este punto. Cuando tuvo que alimentar a más de cuatro mil personas en el desierto, con escasos alimentos a la mano, Jesús se tornó a Dios. La Biblia dice: “Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron”. Mateo 15:36, 37.

Esta consciencia del Cristo, la Verdad, que tenía Jesús, se exteriorizó en el cumplimiento de lo que era necesario en ese momento: alimento para todos. La consciencia del Maestro debe de haber estado colmada de bendiciones espirituales para todos; él sabía que el hombre es el hijo de Dios y, por lo tanto, que está alimentado y sostenido por el Padre de todos nosotros. Él comprendía que todos recibimos realmente la bondad de Dios en todo momento.

Es inevitable y natural que el bien espiritual que atesoramos en la consciencia se exprese exteriormente en formas que satisfacen nuestra necesidad. Por lo tanto, podemos estar agradecidos cuando, luego de ferviente oración para saber que la abundancia espiritual de Dios satisface nuestra necesidad, una relación mejora, una casa se vende o un cheque se recibe oportunamente, o recibimos un regalo o conseguimos un trabajo mejor, ya que estas evidencias humanas de la provisión son símbolos de nuestra comprensión espiritual de que Dios cuida de Su idea, el hombre. Sin embargo, no nos dejaremos engañar por el pensamiento de que ese símbolo es ahora, o puede ser alguna vez, lo que realmente satisface nuestra necesidad.

En cambio, reconoceremos que nuestra provisión es proporcional a nuestra confianza y comprensión de que Dios sostiene a Su hombre en la justa medida del bien espiritual, ahora y para siempre. Afirmemos, pues, nuestra verdadera identidad como el hombre siempre bienamado de nuestro Padre-Madre Dios; y nos regocijaremos en el cumplimiento de Su promesa de incesante solicitud.

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