Cristo Jesús fue el Mostrador del camino para la humanidad; por eso sus discípulos, incluso los del mundo contemporáneo, deben seguir sus pasos. Pero hasta que no comprendamos, por lo menos en alguna medida, el propósito de la obra del Maestro, no podremos emular la misión de Jesús.
La misión de Jesús fue universal: revelar el reino de los cielos, redimir a los pecadores y mostrar el camino de la salvación. Jesús vino a cambiar el concepto de sustancia que tenía el mundo. “Su misión terrenal fue traducir la sustancia a su significado original, la Mente”, Escritos Misceláneos, pág. 74. escribe la Sra. Eddy. Cuando se levantó del sepulcro, liberándose de la mortaja y retirando la piedra que cerraba la entrada, su triunfo sobre la creencia de que la materia pudiera ser la sustancia de la vida fue casi completo. Cuarenta días después, su ascensión dio prueba absoluta de que el Espíritu es la sustancia de la Vida. No dejó cuerpo material que pudiera ser sepultado.
La humanidad está todavía sepultada en la creencia de que la materia es la condición de la vida. Y todos necesitamos superar este falso concepto de sustancia y retirar la piedra que quisiera aprisionarnos en él. Esta piedra es la creencia firme y arraigada de que la vida está en la materia. Todos debemos retirar esa piedra y liberarnos del sepulcro mental que se deriva del pensamiento material. A medida que sustituimos el concepto de que la vida se encuentra en la materia por la comprensión espiritual, comenzamos a liberarnos del sentido material de sustancia y a vislumbrar el significado de que la Vida es Mente, Dios.
El triunfo del Maestro sobre la muerte y el sepulcro no fue obra de un momento. Cada demostración de Jesús antes de la resurrección dio prueba de la superioridad del poder espiritual sobre la llamada fuerza material. Sus tres días en la tumba fueron la consumación de toda su experiencia terrenal.
Su traducción de la sustancia a la Mente comenzó modestamente cuando transformó el agua en vino, un símbolo, se podría decir, de la traducción de la sustancia de lo mundano y lo cotidiano a lo inspirado. Desde ese momento, sus demostraciones fueron cada vez mayores, y llegó a alimentar a la multitud con unos pocos panes y peces, dar vista a los ciegos y oído a los sordos. Jesús sanó toda clase de enfermedad y de pecado, caminó sobre las olas y dio prueba de su dominio sobre la supuesta sustancia de la vida al resucitar a otros de entre los muertos y, finalmente, a sí mismo.
Sin embargo, Jesús nunca transformó una sustancia material “real” en sustancia espiritual. Por el contrario, sabía que la única sustancia que existe es la sustancia del Espíritu. La materia puede parecer sustancia, pero, en realidad, es una objetivación de la mente carnal, es decir, de ninguna manera es mente. La sustancia de la materia nunca ha sido más que la sustancia irreal de una ilusión. Por eso Jesús pudo tener dominio inmediato sobre esa falsa creencia. El discípulo contemporáneo empieza a emular la obra del Maestro cuando comienza con éxito a traducir la sustancia a la Mente, comprendiendo la irrealidad de la sustancia material y la realidad de la sustancia espiritual. Toda curación por medio de la Ciencia remueve la piedra que quisiera aprisionarnos en las limitaciones de un cuerpo material.
Nuestro sepulcro mental de enfermedad o pecado es, a menudo, el resultado de nuestra propia obra, y el cuerpo se restaura cuando llegamos a ver más allá de las limitaciones que resultan de estar sepultados en un concepto mortal de la vida, y percibimos la gloriosa libertad del hombre como reflejo de la Vida divina. Cuando esto se lleva a cabo, la curación se produce porque nuestro cuerpo responde a nuestro pensamiento. Sin embargo, esta curación espiritual es mucho más que la liberación de condiciones materiales y discordantes. Incluye la regeneración del pensamiento, la adopción de un concepto moral de que la vida está basada en la espiritualidad. Es una exigencia de pureza y amor.
El discípulo contemporáneo se regocija en cada experiencia que demuestra, en que comprende, en cierto grado, lo suficiente de las enseñanzas de Jesús como para cambiar el falso sentido de que la sustancia es material a su verdadero significado, la Mente. Estas experiencias se convierten en parte de su propia resurrección.
Si esta traducción de la sustancia es necesaria para nuestra resurrección y ascensión, ¿cómo hemos de llevarla a cabo? Se toma el concepto material de una cosa, se invierten los errores que van asociados con él y se lo reemplaza por aquella idea original de la Mente, de la cual ese concepto erróneo da un indicio. La verdadera sustancia de la idea no se encuentra en la materia, sino en el Espíritu; su estructura se encuentra en la Verdad, no en el error. La Sra. Eddy dice: “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del Alma”.Ciencia y Salud, pág. 269.
Por ejemplo, una Científica Cristiana que conozco sufrió de asma desde su niñez. Esta falsa creencia le sugería que vivía en un cuerpo material que a menudo parecía inadecuado y defectuoso. El asma se prolongó hasta su vida adulta a pesar de que se había orado mucho en la Ciencia Cristiana.
Después de años de sufrimiento, comenzó finalmente a comprender la verdad espiritual de que el “soplo del Omnipotente” Job 33:4. de que habla la Biblia, significaba que Dios “respira” y en realidad, que Él es la Vida y la fuente de todas las funciones de la vida. Esto no quiere decir que vislumbró una Deidad espiritual que compartía el proceso material de la respiración. En cambio, comprendió que Dios es Espíritu y que, por lo tanto, el aliento tenía que ser una función puramente espiritual, no material. De acuerdo con este concepto, razonó que si el hombre refleja a Dios, el hombre refleja la acción divina de respirar. Lo que el hombre refleja de esta acción divina, es la sustancia verdadera del soplo de la Vida. De esta manera tradujo la idea de respirar de la materia a la Mente, y se dio cuenta de que respirar era la inspiración del Espíritu que iba de Dios al hombre. Comprendió que respirar no era una función del hombre sino de Dios. Y como el hombre refleja la acción divina al respirar, esta función no puede ser obstruida o interrumpida. El hombre, la idea espiritual de Dios, recibe esta inspiración espiritual de su Hacedor, el Espíritu, y la exhala libremente por reflejo. La respiración está basada en la Mente, no en la materia, y el hombre, por reflejo, posee todo el aliento que necesita.
La Biblia nos insta: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” Isa. 2:22. Al reconocer que su respiración era una manifestación de la Vida divina, comprendió que respiraba por autoridad divina. Dejó de creer en un hombre material que tenía que depender de la nariz o de los pulmones para tener el “aliento de vida”. Gén. 2:7.
En realidad, este razonamiento reemplazó la “sustancia” de una creencia en una respiración obstruida y difícil con la inspiración del Espíritu que era la verdadera esencia y sustancia del aliento de la Vida. Entonces se produjo la tan retrasada, pero bienvenida, curación.
Los confines de una existencia limitada se expandieron, y salió del paso la piedra de la voluntad obstinada y el pensamiento obcecado. La curación pareció una resurrección a un sentido más libre de la vida.
Una curación no significa una ascensión. Sin embargo, marca el comienzo de la liberación de sentirse aparentemente sepultado en una sustancia material que puede enfermar, pecar o morir.
“Negad la existencia de la materia y podréis destruir la creencia en condiciones materiales”,Ciencia y Salud, pág. 368. dice la Sra. Eddy. Comprender la irrealidad de la materia es esencial para curar espiritualmente. Los Científicos Cristianos aprenden a apartarse continuamente de la evidencia de los sentidos materiales para estar más conscientes de la sustancia espiritual. Con todo, negar la materia no significa tratar de destruir el cuerpo humano. En cambio, significa traducir el concepto de cuerpo, de la materia a la Mente. De esta manera la identidad se percibe como la encarnación de las ideas de la Mente, gobernadas por la Mente. Las ideas de la Mente nunca pueden estar gobernadas por la materia. A medida que nuestro concepto del ser se transforma de una estructura material en una idea espiritual, nuestro cuerpo responde con salud y armonía a este entendimiento. ¡Esto es resurrección!
Mientras se encontraba en la tumba, Jesús demostró que la sustancia de su verdadero ser se encontraba en Dios. Únicamente un entendimiento espiritual de la Vida pudo haber resucitado su cuerpo crucificado y liberarle de la mortaja y de la tumba.
Las creencias obcecadas de sus enemigos — el odio y la ignorancia representados por los pensamientos de los fariseos — eran la piedra que sellaba su tumba. El Amor divino disolvió el odio y echó a rodar la piedra. Sin embargo, Jesús tuvo que responder a su propia gloria en este Amor para poder utilizarlo. Si hubiera pasado esos tres días en un estado de depresión, por la resistencia que el mundo oponía a su misión, no hubiera podido resucitar.
Cuando se reconoce que la gloria del ser del hombre es la de la imagen reflejada de Dios, el hombre deja de estar sepultado en el concepto limitado de un cuerpo material. En cambio, se comprenderá que el hombre encarna, por reflejo, las ideas espirituales de Dios, ideas cuya sustancia está en la Mente, no en la materia.
En realidad, no hay Mente en la materia. Por lo tanto, no hay un sepulcro material ni una piedra que levantar. Todo es Mente y su idea. La sustancia de esta idea es espiritual y nunca decae, cambia o muere.