La gente que padece de dolor necesita más que alivio, necesita curación. La gente que está agobiada por la culpa y el remordimiento y, no obstante, sigue pecando, necesita más que palabras de estímulo. Necesita regeneración. La gente que está abandonada y sola, necesita más que el consuelo de alguien. Necesita restauración, sentirse completa.
La curación, la regeneración y la restauración están más allá de los logros humanos. Son efectos de Dios, actividades del Cristo, la Verdad.
El Cristo es la naturaleza ideal e inmortal del hombre, la idea verdadera del parentesco masculino y femenino del hombre espiritual con Dios. El Cristo eterno libera el cuerpo, el alma y el corazón de los falsos conceptos materiales y mortales, lo cual nos libera para que expresemos la identidad verdadera del hombre, que incluye sentido espiritual y vitalidad perpetua. El Cristo llega a la humanidad mediante esa bondad y amor desinteresado que Cristo Jesús ilustró supremamente.
Jesús fue el Salvador ungido, el Hijo de Dios; él expresó al Cristo, la Verdad, en el grado más elevado. Instantáneamente alivió a los sufrientes por medios espirituales solamente. Reformó a los pecadores y consoló a los afligidos. Algunas veces la gente que estaba llena de fe vino a Jesús en busca de curación; y con frecuencia él despertaba la fe en Dios donde esa cualidad no era evidente. De esta manera, demostró que su obra sanadora descansaba en la Verdad misma y no en la fe humana solamente.
¿Se evidenciaba mucha fe en Dios o incluso en Jesús antes que cualquiera de las siguientes curaciones se efectuara?
1. Un hombre, que había estado enfermo durante treinta y ocho años, no tenía a nadie que lo ayudara a entrar en el estanque que él creía que tenía propiedades curativas. Jesús preguntó al hombre: “¿Quieres ser sano?” Y le ordenó: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. Juan 5:6, 8. El hombre, elevado a un nuevo punto de vista de sí mismo, obedientemente respondió y ¡fue sanado! No obstante, antes de su curación, no tenía fe en Dios ¡sino en el estanque de agua!
2. Quizás fue sólo la curiosidad lo que impulsó a Zaqueo, un fraudulento cobrador de impuestos de los romanos, a subir a un árbol para ver por sobre la multitud que rodeaba a Jesús. El Maestro lo vio y lo llamó: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. Lucas 19:5.
Jesús tuvo que haber despertado la fe que capacitó a este hombre fraudulento para aceptar su innata dignidad espiritual. Zaqueo se comprometió a dar voluntariamente la mitad de sus pertenencias a los pobres, y a devolver por cuadruplicado lo que, mediante falsas acusaciones, había quitado a otros.
3. El Maestro se acercó a una procesión fúnebre. ¿Se evidenciaba esperanza en el semblante de la viuda llorosa que iba detrás del féretro de su único hijo? Jesús compasivamente le dijo: “No llores”. Lucas 7:13. Después resucitó al joven.
Evidentemente, algo más que fe en Dios o en Jesús efectuó estas tres curaciones. En cada caso el Cristo salvador fue demostrado mediante la comprensión y práctica de Jesús de la verdadera naturaleza de Dios, a quien él llamó Padre, Espíritu, y la del hombre espiritual, el hijo de Dios.
En los días de Jesús la gente podía sentir los efectos del Cristo, la Verdad, con sólo estar ante la benigna presencia de Jesús. ¿Pero qué decir de nosotros ahora? ¿Nos son negados los efectos del Cristo porque Jesús ya no está más en la tierra? ¿Fue su paso hacia adelante en la ascensión un paso de retroceso para la humanidad? No podía ser. Conociendo la universalidad eterna del Cristo, Jesús prometió: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Juan 14:18.
Cristo, la Verdad, ha venido a nosotros mediante la revelación de la Ciencia Cristiana. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de esta Ciencia, fue despertada espiritualmente para que comprendiera que Jesús no sólo expresaba al Cristo, la Verdad, sino que él ejemplificaba al Cristo, la Verdad, para que todos lo siguieran. La Ciencia divina que ella trajo a la humanidad es el Consolador prometido, la ley sanadora del Principio divino que Jesús enseñó y practicó.
Si nosotros ahora sólo vagamente esperamos que la Ciencia Cristiana nos sane, nos redima y restaure, podemos progresar de la creencia ciega a la fe activa. Podemos avanzar de la fe activa a la plena comprensión de Dios y del hombre que esta Ciencia enseña, y así demostrar para nosotros lo que la Verdad puede hacer. Y, aun cuando de ninguna manera creamos, pero que todavía tengamos una curiosidad fortuita como Zaqueo, podemos subir lo suficientemente alto para investigar.
Podemos estudiar las Lecciones Bíblicas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Mediante las Concordancias de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy, podemos investigar verdades apropiadas a nuestras necesidades. Podemos razonar consagrada y espiritualmente con estas verdades como nos lo enseña la clase de instrucción Primaria de la Ciencia Cristiana, y de esta manera podemos deducir finalmente que, en realidad y prácticamente, hemos sido creados a semejanza de Dios, inmaculadamente sanos y perfectos.
Mediante el tratamiento en la Ciencia Cristiana — la directa aplicación consagrada de fe, comprensión y amor cristiano — la Verdad demuestra su veracidad en efectos sanadores visibles y tangibles. En caso de una necesidad particular podemos, mediante el estudio de nuestros libros de texto y práctica de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, elevarnos de la actitud dudosa de si la Verdad dará resultado, a la demostración de que la Verdad no puede fallar. Pero nadie sabía mejor que la Descubridora de la Ciencia Cristiana que el estudio y la práctica de preceptos morales y espirituales, que son pasos hacia Dios, no son en sí mismos la causa de la curación. Si lo fueran, la Ciencia Cristiana estaría a merced de la personalidad mortal o de la finita capacidad humana. El verdadero sanador es el espíritu del Cristo. La Sra. Eddy escribe: “De esto estad también seguros, que los libros y la enseñanza no son sino una escalera descolgada del cielo de la Verdad y el Amor, por la cual los pensamientos angelicales suben y descienden, llevando en sus alas de luz el espíritu de Cristo”.Retrospección e Introspección, pág. 85.
Cuando nos interesamos lo suficiente por la curación cristiana para beneficiarnos con esa escalera de oración, para satisfacer nuestras necesidades y las necesidades de quienes pudieran pedirnos que los ayudemos, ofrecemos nuestra vida, nuestra alma y nuestro corazón al espíritu de Cristo, el cual da nueva forma al concepto que tenemos de nosotros mismos al revelarnos nuestra identidad a la semejanza de Dios. Ni siquiera el más noble de los esfuerzos humanos, sino el Cristo mismo — brillando inefablemente de la misma manera en nuestras peticiones habladas, nuestros anhelos silenciosos y nuestra desesperación indecible — verdaderamente satisface nuestras necesidades. El Cristo, el sanador divino, cuando es atesorado en la consciencia, espiritualiza nuestros pensamientos y purifica nuestras obras, extendiéndose más allá de los límites de nuestra experiencia para satisfacer las necesidades del mundo. En realidad, el Cristo, la Verdad, está siempre en todas partes.
Muchos de nosotros ya estamos recurriendo con fe al Cristo en busca del ungimiento espiritual que sana. Pero tenemos que hacer más si hemos de hacer las obras “aún mayores” que Jesús esperaba que hiciéramos (ver Juan 14:12). Su punto de vista era el Cristo, y su comprensión propia del Cristo lo capacitaba para demostrar lo que él discernía espiritualmente. Él actuaba con la autoridad propia del Cristo, la cual despertaba a otros para probar en cierta medida la capacidad propia del Cristo en ellos. Y él nos mostró que también nosotros podemos hacerlo.
Nuestra fe puede y tiene que llegar hasta la comprensión y demostración, pues la curación cristiana es más que curación por la fe. La verdadera curación cristiana es curación por la Ciencia Cristiana.
Podemos demostrar liberación de la carne con certeza. Un sanador divino, un Redentor y restaurador, está con nosotros — dentro de nosotros — ahora mismo, llamándonos para que podamos probar y saborear su poder. El Cristo es la individualidad verdadera del hombre, y la nuestra. La Ciencia Cristiana es la ley de nuestro ser verdadero, la historia de nuestra identidad eterna. Y podemos demostrarlo.