Para algunos de los que observan los planetas, éstos parecen vagar por el espacio. Sin embargo, el conocimiento de que el sol es el centro de nuestro sistema solar explica esta apariencia ilusiva y revela las órbitas de los planetas. Del mismo modo, en nuestra vida, nuestros caminos pueden parecer faltos de propósito hasta que descubrimos que Dios es el centro del hombre. Así como el sol controla el curso de los planetas en su propio sistema solar, de igual manera, Dios mantiene eternamente a cada uno de Sus hijos en órbitas espiritualmente centradas.
No obstante, circula el rumor de que el hombre puede desviarse de su curso. Una ilustración de este rumor se puede reconocer en la historia de Adán y Eva. Refiriéndose a este relato instructivo de la creación mítica en el segundo capítulo del Génesis (inmediatamente a continuación del relato del hombre perfecto creado a imagen de Dios), la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El segundo relato representa al hombre como mutable y mortal — como habiéndose separado de la Deidad y girando en su propia órbita. La existencia, separada de la divinidad es imposible, según lo explica la Ciencia”.Ciencia y Salud, pág. 522. Si esto es imposible, ¿por qué escuchamos el persistente rumor de otros puntos centrales aparte de Dios?
Esto se debe a un concepto erróneo del Ser Divino. Si comprendemos que Dios, el Espíritu, llena todo el espacio, es evidente que nadie puede ser apartado de Su presencia; no existe otro centro ni límites exteriores más allá de los cuales podamos desviarnos. No obstante, la creencia de vida y sustancia en la materia dividiría, separaría en categorías, establecería límites y supondría que hay un comienzo y un fin. Tal creencia conduciría a contemplar la vida como girando alrededor de puntos centrales materiales — como personas, lugares y cosas — en lugar de girar alrededor de Dios.
A toda hora del día, los cinco sentidos físicos testifican de la vida separada de Dios, separada de Su perfección siempre presente. Se requiere trabajar para no dejarnos influir por este bombardeo de información falsa. La Ciencia Cristiana explica cómo realizar este trabajo, y sistemáticamente nos enseña a invertir la falsa evidencia de los sentidos, y, en vez, aceptar la influencia divina del sentido espiritual. Al alejarnos completamente de la materia para percibir la creación como eternamente espiritual, la Ciencia Cristiana nos enseña cómo podemos reclamar científicamente la perfección del hombre y su medio ambiente. A medida que aprendemos que Dios es Espíritu, según dio testimonio de ello Cristo Jesús, y que el hombre es la imagen de Dios, la materia pierde toda pretensión de constituirse en el centro.
¿Puede un entendimiento de todo esto realmente afectar el curso de nuestra vida? ¿Puede proporcionar estabilidad en un mundo inestable? Consideremos un ejemplo. Una de las vías más comunes en que las personas son atraídas a basarse en la materia en el diario vivir, en lugar de dirigirse al único centro, Dios, es un exceso de apego personal. Supongamos que determinada persona Q puede apegarse tanto a la persona R que ésta virtualmente usurpa el lugar de Dios como el sol central alrededor del cual gira la persona Q. Pero imaginemos que la persona R prefiere a la persona S. La existencia para la persona Q puede parecer carente de significado, sin propósito o punto central. Y si la persona S inesperadamente deja el escenario, ¿acaso la persona R podría sentirse devastada?
Estas personas pueden ayudarse al comprender que el universo es espiritual y que está centrado en Dios, porque el reconocimiento de que Dios es el centro de la estabilidad de toda la creación, así como de su circunferencia ilimitada, revela con claridad que el hombre depende de Dios para hallar su propósito e identidad. Entonces se revela que el hombre está subordinado a Dios, derivando su poder, lugar y permanencia solamente de El, jamás procediendo de una fuente secundaria, o sea, otra persona. En realidad, no existe una fuente secundaria. Sólo existe una fuente principal y única — Dios — de quien cada uno de nosotros obtenemos toda la energía, actividad, provisión, gozo, amor y la habilidad que necesitamos en todo momento. Compartimos con los demás lo que reflejamos de esta fuente principal, y no hay nada que no se origine en nosotros o sea otorgado como privilegio personal. Al prevenirnos contra toda adoración de personalidad finita, la Sra. Eddy escribe: “Cada pensamiento humano debe dirigirse instintivamente a la Mente divina como su único centro e inteligencia. Mientras esto no se haga, el hombre nunca se encontrará armonioso e inmortal”.Escritos Misceláneos, págs. 307–308.
La causa de que una persona esté muy apegada a otra y quiera dirigir la vida misma y propósito de esa persona, puede ser el temor de que su vida y propósito sean inadecuados. Un temor similar induce a la gente a competir por puestos que no satisfacen, ignorando el hecho de que la inteligencia divina ya tiene un plan trazado para responder perfectamente a sus necesidades. Pero a medida que descubrimos, a través de la Ciencia del Cristianismo, que cada uno de nosotros tiene un propósito y lugar únicos en el reino de Dios — un lugar coordinado en perfecta armonía con el resto de la creación de Dios — acrecienta nuestra confianza en el orden divino. Logramos la libertad que confiere el abandonar una manera de vivir basada en la materia y el ceder gozosamente a la omnipotencia de Dios.
El centrar nuestro afecto en Dios, no nos priva del significado y gozo que representan las amistades humanas, sino que nos libera de la carga impuesta por el mero apego personal. La Ciencia Cristiana nos enseña que un mortal no puede obrar exitosamente como centro del universo de otra persona, así como tampoco la tierra, de acuerdo con la ciencia astronómica, podría mantener a los planetas del sol girando armoniosamente alrededor de sí misma.
La misma ley que gobierna nuestras relaciones con los demás, se aplica a todas las fases de la vida. Cuando nos sintamos tentados a centrar demasiado nuestra vida en el intelecto personal, o determinado grupo social, o una posición política u ocupación favorita, o cualquier interés que nos incline a enfocar nuestra vida separadamente de Dios, podemos retornar a nuestro camino recordando que solamente Dios es el centro de todo. Todo intento de hallar un origen aparte de Dios llega indefectiblemente a un punto muerto, y tarde o temprano, nos obliga a iniciar un nuevo comienzo. A medida que paso a paso, procuramos sinceramente considerar a Dios primero en nuestra vida, y oramos diariamente para que nos muestre cómo hacerlo, vemos que nuestra vida expresa más la influencia divina. Aunque esto pueda exigir un cambio de nuestras prioridades, no nos aparta de la participación de las actividades humanas normales. Nuestra participación tiene lugar sobre una base más firme y contribuye a que nuestro trabajo, ya sea en comités, en la política, o en nuestra carrera y en otros esfuerzos humanos, sea más eficaz.
Casi al final de la carrera terrenal del Maestro, Tomás objetó: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:5. 6. Aunque no percibamos con exactitud por cual camino transitará nuestra vida, cada uno de nosotros puede tener la certeza de que mientras sigamos el ejemplo de Cristo Jesús, de mantener a Dios en el centro de todo lo que hagamos, permaneceremos en nuestra propia órbita — en “el camino” — en el curso de coexistencia con Dios y el universo entero, coexistencia plena de propósito.
