Después del nacimiento de mi segundo hijo (que era bastante enfermizo), y en medio de otras dificultades y decepciones, incluso un matrimonio con problemas, empecé a razonar que, de alguna forma, tenía que haber algo más profundo en la vida lo cual yo no estaba experimentando; algo mejor de lo que la escena humana ofrecía. Seguramente, pensé, hay un propósito más elevado en la vida aparte de comer, dormir, trabajar, tener placeres y problemas humanos. Este despertar mental instigó en mí un deseo de buscar una comprensión de Dios que yo pudiera aceptar, y de encontrar mi verdadero propósito para vivir.
Poco después, me uní a un grupo de la iglesia protestante de la que yo era miembro, que se dedicaba a orar. Luego, comencé a visitar las bibliotecas y librerías de la ciudad, tratando de encontrar libros sobre personas que habían tenido “experiencias por medio de la oración” o que habían sido escritos por ellas. Entonces, mientras asistía a reuniones de dicho grupo, descubrí que una querida amiga, que pertenecía al grupo, había sido criada en la Ciencia Cristiana. Unos meses más tarde, ella me dio un ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy. A medida que lo leía, mis preguntas recibieron respuestas. No necesité buscar más en las librerías y bibliotecas. Me sentí satisfecha. Estaba descubriendo que el único Dios verdadero es bueno, un Dios de amor, y no uno que envía enfermedades, dificultades, dolores y muerte.
Aunque mi deseo inicial era conocer y comprender a Dios, y la razón de la existencia, muy pronto después de comenzar el estudio de la Ciencia, sané de enfermedades de las que había sufrido por muchos años; por ejemplo: dolores de cabeza, enfermedades respiratorias (catarros, bronquitis) e indigestión.
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